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Papa León XIV: “Los catequistas acompañan nuestro camino de fe a lo largo de la vida”

El papa León XIV celebró la misa dominical en la Plaza de San Pedro, que coincidió con la celebración en el Vaticano del Jubileo de los Catequistas.

El papa León XIV celebró la misa dominical en la Plaza de San Pedro, que coincidió con la celebración en el Vaticano del Jubileo de los Catequistas.

El papa León XIV celebró la misa dominical en la Plaza de San Pedro, que coincidió con la celebración en el Vaticano del Jubileo de los Catequistas.

Son 39 los candidatos a quienes el Santo Padre confiere el ministerio de catequistas. Proceden de los cinco continentes, hombres y mujeres que hablan diferentes idiomas. Se presentan ante el Papa en la plaza frente a la Basílica de San Pedro al final del Evangelio de este 26º Domingo del Tiempo Ordinario. Al ser llamados, estos laicos declaran uno tras otro: “Aquí estoy”.

Tras la homilía, les recuerda en una exhortación que están llamados “al ministerio estable de catequistas para vivir con mayor intensidad el espíritu apostólico, siguiendo el ejemplo de aquellos hombres y mujeres que ayudaron a Pablo y a los demás apóstoles a difundir el Evangelio” (…) “Que vuestro ministerio esté siempre arraigado en una profunda vida de oración, cimentada en la sana doctrina y animada por un auténtico entusiasmo apostólico”, deseó León XIV. “Acercarán a la Iglesia a personas que quizás viven lejos; cooperarán con generosa dedicación en la proclamación de la Palabra de Dios; cultivarán constantemente el sentido de la Iglesia local, de la cual la parroquia es la célula”, continuó. Tras la bendición, el Papa les entregó una cruz, “trono de la verdad y la caridad de Cristo”.

Los catequistas dejan una palabra de vida en el corazón

“El catequista es una persona de palabra, una palabra que pronuncia con su propia vida”, recordó el obispo de Roma momentos antes en su homilía. En este sentido, los padres son los primeros catequistas. “El anuncio de la fe no se puede delegar a otros, sino que se realiza donde vivimos”, continuó, especificando que en los hogares, alrededor de la mesa, “cuando hay una voz, un gesto, un rostro que conduce a Cristo, la familia experimenta la belleza del Evangelio”.

Este aprendizaje continúa “gracias al testimonio de quienes creyeron antes que nosotros”, explicó el Papa a los 45.000 peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Los catequistas acompañan en la fe compartiendo un camino constante, y esta dinámica concierne a toda la Iglesia. También se beneficia del Catecismo, una guía que protege del individualismo y la discordia. Cada fiel colabora en su labor pastoral escuchando las preguntas, compartiendo las dificultades y sirviendo al deseo de justicia y verdad que habita en la conciencia humana. Los catequistas dejan una huella interior, afirmó el Papa, porque cuando educamos en la fe (...) ponemos en el corazón la palabra de vida, para que fructifique en una vida buena.

Esta palabra es la del Evangelio, que anuncia que la vida de cada uno puede cambiar porque Cristo ha resucitado. Este acontecimiento es la verdad que salva: por lo tanto, debe ser conocida y proclamada, pero eso no basta, aseguró León XIV. “Debemos amarlo”, especificó, porque “es este amor el que nos lleva a comprender el Evangelio, porque nos transforma al abrir nuestro corazón a la palabra de Dios y al rostro del prójimo”.

Opulencia de unos pocos y miseria del pueblo

El hombre rico del Evangelio de hoy no escuchó esta palabra. Y esta historia del hombre rico y el pobre Lázaro sigue siendo “siempre actual”, declaró el Santo Padre. “A las puertas de la opulencia actual se encuentra la miseria de pueblos enteros, devastados por la guerra y la explotación”, observó. “A lo largo de los siglos, nada parece haber cambiado: cuántos Lázaros mueren ante la avaricia que olvida la justicia, ante el lucro que pisotea la caridad, ante la riqueza ciega ante el dolor de los pobres”. Ahora, “el Señor mira el corazón de los hombres”, y es precisamente Lázaro, “un pobre” cuyo nombre recuerda, con quien se encuentra, y no con el rico, “un hombre indiferente”, “sin nombre porque se pierde a sí mismo, olvidando al prójimo, lleno de cosas y vacío de amor”, explicó León XIV. “Dios hace justicia a ambos”, continuó, Lázaro ya no sufre, junto a Abraham, el rico que ya no vive en excesos y lleno de preocupación por sus seres queridos. “La Iglesia proclama esta palabra del Señor para que convierta nuestros corazones”.

El rico, obviamente, no escuchó esta palabra, no escuchó a Moisés ni a los profetas. La “súplica” que dirige a Abraham para salvar a sus hermanos que llevan la misma vida que él, una vida de opulencia y abundancia, es, por lo tanto, un “desafío” para la Iglesia, consideró el Santo Padre, porque el rico, en última instancia, no pide nada más que el regreso de Cristo de entre los muertos para convertirlos. Esta es la misión que la Iglesia, y especialmente sus catequistas, deben cumplir.

Pues “si este hombre sin nombre hubiera tenido fe, Dios lo habría salvado de todo tormento: fue su apego a las riquezas mundanas lo que le hizo perder la esperanza en el bien verdadero y eterno”, explicó León XIV. “Cuando también nosotros somos tentados por la rapacidad y la indiferencia, recordemos las palabras de Jesús, que se convierten para nosotros en una catequesis aún más eficaz en este Año Jubilar, que es para todos un tiempo de conversión y de perdón, de compromiso por la justicia y de búsqueda sincera de la paz”, concluyó. 

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