La muerte del expresidente evidenció las miserias de la política.
Por Ricardo Roa - Clarín
El ministro Aguad, que por si no se sabe es el ministro a cargo de la política militar, encontró la peor manera de explicar la presencia de Aldo Rico en el desfile del 9 de Julio.
Dijo: la rebelión carapintada fue "un acontecimiento chiquito en la historia" y "no puso en jaque a la democracia". Rico es un veterano de Malvinas y como veterano de Malvinas podía participar en el desfile que el Gobierno organizó con el argumento de recuperar a las Fuerzas Armadas y la ilusión de acercar a votantes de derecha y de centro derecha.
Pero Rico también fue el militar que encabezó un alzamiento contra el gobierno de Alfonsín cuando la democracia recién estaba volviendo. ¿Qué tiene eso de chiquito? Aguad lo sabe como pocos: en esos años ya era una figura del radicalismo. Y sabe que la rebelión fue también una rebelión contra la justicia y contra las citaciones de los jueces a los militares acusados de violaciones a los derechos humanos en la Dictadura.
Que eso significaba poner en jaque a la democracia se ve dónde desembocó el proceso: las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que Alfonsín sacó contra su voluntad y por las que pagó un alto costo político.
Esta parte de la historia está clara, mucho más clara de lo que pasó en el trágico diciembre de 2001 que volteó a De la Rúa y que ha regresado a escena con la muerte de De la Rúa. Duhalde, uno de los protagonistas de esa historia, acaba de recordar la historia con notable falta de visión histórica y con banalidad para mirar hechos dramáticos.
Elogia en De la Rúa sus valores democráticos pero no dice una palabra sobre las violentas protestas que lo tumbaron. Más: le carga a De la Rúa la responsabilidad. Dice que lo vio en esos días y estaba “ausente, dubitativo... un espectador de los dramáticos hechos que vivía el país”. Es tan probable que haya sido así como que esas movilizaciones y choques fueran fogoneadas por el peronismo. Duhalde las sufrió después, en carne propia.
La política podría haber sido más generosa con De la Rúa. No lo fue. El peronismo no asistió al velatorio. Cristina y su candidato Alberto Fernández mandaron condolencias con un par de tuits breves y casi calcados. Una formalidad para salir del paso.
“No se cómo será recordado”, admitió Fernández Meijide, candidata a gobernadora y ministra de De la Rúa. Ella lo recuerda como “un hombre honesto, muy recto, muy alejado de cualquier gestión que tuviera que ver con el aprovechamiento personal del poder”. Es increíble que esos valores deban ser destacados. O no tan increíble.
La muerte de De la Rúa pone a las miserias políticas en primer plano. A juzgar por la actitud de muchos radicales, llegó a la presidencia de la mano de una ONG llamada Alianza. La excorreligionaria Carrió los acusó de haberlo traicionado y no se atrevieron a contestar. Está claro que De la Rúa fracasó en su gobierno pero negarlo como hacen los radicales o ningunearlo como hace el kirchnerismo no ayuda a poner en su lugar la historia y aprovechar una oportunidad para decir la verdad, para pensar, para no repetir errores.
Hace dos meses, murió en Madrid el socialista Alfredo Rubalcaba. Todo el espectro político lo despidió. Había renunciado a la jefatura del partido después de una debacle electoral frente al conservador Mariano Rajoy. Lo elogiaban por eso y Rubalcaba dijo: “En España se entierra muy bien”. Y de verdad, lo enterraron bien. Con unánime reconocimiento. El mensaje más conmovedor fue de su rival Rajoy.