Por Luis María Serroels

Especial para ANALISIS

En el devenir de los tiempos el canje político ha sido vía para positivos arreglos y soluciones salvadoras, pero también motorizador de vergonzosos quiebres y fenomenales fraudes. Desde el momento en que se hizo público el sorprendente arreglo entre Cristina Fernández y Alberto Fernández (Fernández al cuadrado), todo quedó atado a la desconfianza, generando elementos nítidamente expuestos ante la opinión pública como una jugarreta más de sectores muy bien aceitados.

Probados en combate y con nuevas trapisondas en carpeta, no sólo formarán alianzas con gobiernos que practican la arbitrariedad sino que harán del Poder Judicial una especie de oficina paralela al principal despacho de la Casa Rosada.

¿Cómo descifrar que el kirchnerismo haya lanzado públicamente en mayo de este año una fórmula encabezada por quien tras su abandono del gabinete ofendió fuertemente ante una cámara de televisión a Cristina Fernández? ¿Incluso emparentándola con el grave atentado contra la sede de la AMIA? ¿Y que la ex mandataria se haya avenido a ocupar el segundo término en la boleta, como si tuviera previas certezas de que la justicia argentina se mostraría muy obsequiosa a la hora de fallar sobre sus múltiples y graves causas?

Así planteadas las cosas, la única explicación sería que se trató simplemente de un pacto (un canje) entre íntimos enemigos –donde las reglas de la ética y la seriedad se han jubilado- para zafar de situaciones graves, tales como diluirse entre las aguas del olvido que, en buen romance, significa lisa y llanamente el deceso político.

No fue un simple tiro al aire, sino una estrategia de salvación mutua, que apuntó además a que muchos de los socios de ayer que emigraron después de 2015 privados de una buena brújula, retornaran al tronco inicial porque sólo los traidores les abren las puertas a los traidores.

La jugarreta de Sergio Massa para darle la espalda a Graciela Ocaña tras las PASO a horas apenas de sellarse su arribo entusiasmado a la fuerza Consenso Federal, de Roberto Lavagna y peor aún, salir a militar la idea de que ese voto sería perdido por lo que se debía apoyar el Frente de Todos, ha sido una muestra de traición que la memoria nunca deja a un lado.

El cruce desvergonzado de vereda de Victoria Donda y Fernando Solanas, como antes el radical Leopoldo Moreau por estrictas razones de conveniencia personal, desdibujan las normas más sagradas de la militancia política. Eso es lo que se considera canje vergonzante aunque no sea así en la filosofía K.   

Al massismo le tocó en 2015 probar el amargo sabor de la traición cuando su apadrinado candidato a gobernador de Entre Ríos, el entonces intendente de Villaguay, Adrián Fuertes, perdidoso en ese comicio, sólo tardó 48 horas en enfilar hacia la Casa Gris para ponerse a disposición del flamante gobernador Gustavo Bordet (el Ministerio de Turismo tuvo gusto a retribución). ¿No será que Massa copió aquella estrategia? “Todo hombre tiene su precio y yo no soy de los más caros”, es una frase muy recordada en el ámbito político.

El hoy ya presidente electo juega peligrosamente a coquetear con los popes de la CGT que, aunque le aseguren que no habrá pedido del tradicional bono de fin de año, es porque los verdaderos dolores de cabeza vendrán luego cuando se retomen los grandes planteos. Si el periodismo es el cuarto poder, el sindicalismo bien podría ser el quinto.

A todo esto –y ello contribuye a suponer de dónde provienen las seguridades de CFK y su aparente tranquilidad, aunque ya no dispondrá de los fueros- es necesario abordar una cuestión  muy sensible de la que no pocos hablan en los cafés en voz baja.

Una columna que acaba de publicarse en Clarín por uno de sus editores, Héctor Gambini, enciende las alarmas y debería originar preocupación porque no se trata de ninguna ingenuidad. Se trata nada menos que de la posibilidad de que la Causa AMIA y su correlato con el Pacto con Irán vayan a parar al archivo. Y eso es a lo que nos referimos al comienzo, toda vez que significaría declarar a Cristina Fernández libre de culpa y cargo.

La cuestión urticante es que la mega causa digitalizada en los tribunales, está hoy siendo analizada por sólo un puñado de expertos carentes de cargos jerárquicos cuyos contratos anuales fueron reducidos a ocho meses que culminan en mayo venidero (significa que no poseen estabilidad alguna y su prórroga depende de la autoridad y voluntad del Procurador General de la Nación, quien a su vez es propuesto y designado por el Presidente de la Nación previo acuerdo del Senado).

De allí que resulte tan trascendente la relación de fuerzas entre los bloques de la Cámara Alta a la hora de aprobar el pliego. No nos olvidemos que Alberto Fernández siempre ha sostenido que Cristina es inocente porque no existen pruebas, aunque es útil recordar que la investigación AMIA es sólo parte de innumerables causas por corrupción que orillan la docena y días pasados se ratificó una que la señala como la “jefa de una banda que recaudaba sobornos”. Desde luego que el futuro Procurador podrá tener en carpeta como prioridad las aspiraciones del nuevo gobierno, pero se supone que los ministros de la Suprema Corte sabrán ponerse a la altura de sus responsabilidades.

En enero próximo se cumplirán ya cinco años del asesinato del fiscal Alberto Nisman, pocas horas antes de que revelara por TV el resultado de sus investigaciones donde denunciaría a la presidente por encubrir a los terroristas. Hoy está pendiente nada menos que se haga la luz en una cuestión muy grave como lo fue el presunto acuerdo que garantizaba la impunidad de iraníes señalados como partícipes ideológicos y materiales de un crimen que sacudió al mundo.

El expediente consta de 120 cuerpos con 200 páginas cada uno (24.000 fojas) y el material digitalizado alcanza unas 100.000 páginas que se deben revisar.

Los otros días en esta columna publicamos declaraciones de Alberto Fernández semanas después de este magnicidio, que hoy merecen ser reiteradas. El mandatario electo declaró ante un periodista del diario La Nación que “sólo un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado” (aludía a la misma persona que dentro de un mes se convertirá en su vicepresidenta). Allí no terminaron sus dichos porque remató enfatizando que “Cistina sabe que ha mentido”. ¿Tendrá el futuro jefe de Estado su mismo pensamiento de entonces o ambos se aferrarán al célebre canje político que motiva esta columna? Porque de ser así, quien mintió entonces fue él.

Quede instalado en la ciudadanía que simples medidas administrativas del futuro Procurador serán suficientes para que la Causa AMIA vaya a dormir en un subsuelo para comida de los roedores. George Orwell (1903-1950) dijo que “Un pueblo que elige corruptos, impostores y traidores, no es víctima sino cómplice”.