Por Gustavo Lambruschini (*) 

Se ha producido recientemente un alevoso asesinato contra un joven, Fernando Báez, perpetrado en Villa Gesell por un grupo de delincuentes jugadores de rugby y no hay trazos de que próximamente vaya a atemperarse el escándalo, sino que todo promete que se profundice el debate que acaba de comenzar. Nos confundiríamos si lo juzgáramos como un hecho sólo criminal, estrictamente jurídico -exclusivamente jurídico-, una figura del Código Penal, que es posible tipificar y, con eso, dejar terminada la polémica. Creo que ha llegado la hora de que como sociedad encaremos una amplia discusión que claramente exceda lo jurídico y que aborde decididamente una digna polémica cultural, pues de eso se trata, de una discusión cultural, de una forma de entender la identidad personal y la propia forma de vida. En una época en que con toda razón y con toda justificación se discute con ardor el sexismo, el machismo, el fascismo, la homofobia, lo que se juzga críticamente como "amaneramiento", la identidad del "macho áspero", los femicidios, y otros vicios moral, política y hasta jurídicamente reprochables, parece necesario que no se eluda o se disfrace esa cultura local repudiable. No se trata de ser exhaustivo, pero existe una evidente constelación de vicios morales y de acciones más o menos criminales que se encuentran estrechamente vinculadas a la cultura del rugby. Como con razón se ha dicho, ni en el box ni el judo ni en la esgrima ni en el fútbol americano, etc., (actividades no exentas de agresividad y violencia) son frecuentes los homicidios. No parece sencillo, empero, abordar con seriedad el fenómeno empírico, sin encarar investigaciones que se tomen en serio la cuestión. Hay un recurso -en cierto modo menesteroso- que puede intentar provisoriamente expresar ciertos conocimientos y también ciertas opiniones. Muchos de los que hemos practicado esa cultura del rugby, podríamos decir algo y podríamos opinar algo, para no volvernos cómplices con el silencio y con la cobardía de nada decir y nada repudiar respecto de este crimen sintomático.  

Hace varias decenas de años, aquí en Paraná, el rugby se practicaba al principio en Rosario, en la Liga Rosarina de Rugby. Había que viajar hasta allá, y si mal no recuerdo, había que permanecer mientras que duraran los eventos. Luego se lo practicó, con bastante seguridad, creo, en la ciudad de Santa Fe. Los jugadores noveles pertenecían a la sexta división (adolescentes bisoños); y aquí es necesario rememorar ciertos recuerdos vergonzosos y humillantes, por lo que de abusivos tenían, bien sintomáticos de esa cultura machista y sexista antes citada, que queremos denunciar. No se trataba de casos excepcionales y poco frecuentes en Paraná y alrededores. Durante el viaje de camino, a los jóvenes adolescentes se los sometía a una suerte de rito "iniciático" que era llamado "chota", que consistía en manoseos y ciertas vejaciones en los órganos sexuales y partes pudendas. Estaba claro que a dicho rito se sometían y eran sometidos los que eran "bien machos" y los que "se la aguantaban"...; nada para "mariquitas"... El viaje de itinerario y de turismo "deportivo", por cierto, se presentaba como la ocasión para exhibir y ostentar rudeza, violencia, agresividad. De más está decir que los contendientes locales, de ningún modo se quedaban atrás en materia de golpes, puñetazos, patadas e incluso (frecuentes) quebraduras de huesos más o menos "accidentales". Con esta historia, que bien podría ser confirmada por otros, ¿sorprenderán los no excepcionales asesinatos; sorprenderán los frecuentes casos de cobardía por los que se agrede y violenta cruelmente a un número inferior de posibles contendientes? Un capítulo a reseñarse, estaría compuesto por el recuerdo de qué actitud (casi cómplice) mostraba el así llamado "bello sexo". Una primera impresión parecería indicar que las "chicas afectas al rugby", lejos de repudiar la violencia y la agresividad en las canchas y en los tiempos extra, las celebraban, las festejaban y se sentían orgullosas y se enorgullecían de intimar con los "machos ásperos", si es que se puede hablar así, nada excepcional... Otro capítulo aparte debiera sumarse a lo que era conocido como "tercer tiempo", un tiempo dedicado no a la conversación refinada o al trato distinguido: abundaban gritos, alcohol y excesos de toda clase.

No podría precisar hasta qué punto esto era generalizable, lo cierto es que, según mis recuerdos, esto no era excepcional. Una vez, durante un partido, a un jugador extranjero le quebraron la mandíbula de un puñetazo, si mal no recuerdo, nada accidental, sino gratuito...

Todo parece indicar que no puede postergarse la discusión sobre esta "cultura" (sic), uno de cuyos crímenes ha quedado ahora en evidencia. Crímenes reiterados que no han carecido de la complicidad del Poder Judicial. Aun con esas características, muchos se sienten orgullosos de ella como si fuera una virtud y se atreven a llamar "negro de mierda" a quien se animan a discriminar a los gritos. Es de esperar que se generalice una discusión bien radical que termine repudiando esa así llamada "cultura", desde todo punto de vista deplorable.

(*) Especial para ANÁLISIS