Roberto Romani con el Padre Julián Zini, en Federal, Entre Ríos.
Por Roberto Romani (*)
Estábamos preparando el homenaje al Padre de la Patria. Buscábamos las palabras y los conceptos precisos para honrar debidamente al Santo de la Espada, cuando al caer la tarde llegó la noticia de tu muerte.
Inmediatamente mi corazón se llenó de tristeza y comencé a evocar todos los instantes que, mediante tu generosidad y tu hombría de bien, me habían permitido ser mejor argentino y mejor cristiano.
Treinta años atrás comencé a presentarte en escenarios, en parroquias, en medios de comunicación. Después la posibilidad de llevar tus libros hasta los rincones más pequeños de nuestro litoral. Después cantar tus canciones en la iglesia y en los boliches; en los teatros del centro y en los fogones costeros.
Tuve la enorme alegría de acompañarte la noche en que todo el pueblo chamamesero reunido en Federal reconoció tu trayectoria mediante la entrega del Cachencho de Bronce.
Y últimamente, accediendo a tus pedidos, acercarte las obras de autores entrerrianos que necesitabas para tus trabajos de investigación y llevarte las obras completas de Francisco Madariaga que editara recientemente la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos.
Quedaron entre las lágrimas del adiós, los primeros abrazos. En Buenos Aires, en Cosquín, en Formosa, en tu patria chica y especialmente en esta provincia de las barcas que te admiró y te quiso entrañablemente.
Quedaron entre las lágrimas del adiós, las ofrendas que el Evangelio y la vida te habían permitido llevar con el pensamiento y el corazón a importantes centros culturales y espirituales del litoral, como así también a las sencillas ranchadas del pobrerío que siempre encontró en tu mirada y en tus manos la posibilidad de alcanzar algo de lo absoluto.
Desde el Paraje Centinela alzó vuelo tu mainumbí esperanzado. En La Plata, en Mercedes, en Curuzú Cuatiá, en Goya, y en todos los destinos religiosos donde llegó tu alegría de servir al hermano, quedaron las huellas de tu alma paisana y buena.
Desde todos los escenarios de la ternura, una torcacita de luz hablará por siempre de tu bondad esclarecida y cantará a la siesta de todos los veranos el chamamé correntino que Dios y esta grande Argentina, te inspiraron a florecer en el medio del paisaje, muy cerquita de la piel sensible de tus hermanos que, después de llorar tu muerte, celebrarán cada día tu legado generoso de humanidad.
(*) Poeta, cantautor, escritor y gestor cultural entrerriano.