Por V.A.G. (*)
Las clandestinas se instalaron, son una constante de estos tiempos. Las clandes; la ubicación que se comparten en listas de difusión y que les brinda a todos un destino al mismo instante; los memes sobre las fiestas, que no hacen más que interpelar a los adultos y demostrarnos que son modos ajenos a nosotros o las noticias sobre intervenciones policiales, ya son parte de la diaria, sobre todo llegado el fin de semana.
“Gracias al trabajo conjunto desarticulamos cuatro fiestas clandestinas”, se lee en tono victorioso en las redes de un municipio. Cuatro fiestas desbaratadas cual delincuentes con, calculemos, ¿70 u 80 pibes y pibas cada una? Y entonces me pregunto, ¿cuantos jóvenes habitan nuestra ciudad? ¿100 mil serán? Entonces, ¿dónde estuvieron el resto? Es necesario preguntarse, aunque la respuesta sea obvia: otras clandes; allá lejos, tanto que no sabemos ni dónde, ni con quién, ni en qué condiciones, ni cómo fueron. No sabemos nada. Lo que sí sabemos que todos los pibes de la ciudad - y de todas las ciudades- están en las clandes, no importa la clase social, ni la condición económica.
La pandemia y sus restricciones empujaron a esta “masa de rebeldes” a la clandestinidad. Ellos se divierten, está en su esencia romper reglas, pues ahora ya no hay ni que romper porque se transformaron en la normalidad. ¿Acaso no podemos hurgar un poco en la memoria y llegar al tristísimo 30 de diciembre de 2004? ¿Cromañon y la desidia y la falta de controles no nos enseñó nada? ¿Nada che? Qué están esperando quienes deben pensar y diseñar políticas públicas para la juventud para armar algo que pueda ajustarse a la “nueva normalidad”. ¿Acaso estarán esperando que, en masa y apilados, terminen en una pileta; lastimados por una pelea que nadie va a poder parar; en situaciones de abuso que nadie verá? Ya no se puede esperar, es tiempo de arriesgar jugadas que los traigan de nuevo a los ámbitos de control, de las reglas.
Los jóvenes no son el futuro, son el presente y por eso el espejo que nos dice que algo está mal.
La tragedia nos está golpeando la puerta, no la dejemos entrar.
(*) Especial para ANALISIS