Por Rogelio Alaniz (*)
No soy creyente, opino desde afuera con información incompleta, pero si bien siempre supuse que el Papa era peronista, consideraba que en primer lugar era católico y desde allí desplegaba una moderada y discreta afición peronista. Ahora no estoy tan seguro de mis intuiciones. No sé lo que pasa por la cabeza del papa tal vez porque, como dice un viejo chiste de curia, ni Dios sabe qué es lo que piensa un jesuita, pero a la hora de ser ecuánime diría que las preferencias afectivas y racionales del Papa están repartidas proporcionalmente entre su fe católica y su fe peronista y como todo reparto que se sostiene en un difícil equilibrio hay momentos en que parece estar mucho más cerca de Juan Domingo que de Francisco y de Cristina que de Juana de Arco, al punto que más de un argentino sospecha que en realidad y atendiendo a las multitudinarias visitas que allí son agasajadas, Santa Marta es más una unidad básica que la residencia del heredero de Pedro.
No se me escapa que entre la doctrina social de la iglesia y el peronismo hay vasos comunicantes, pero tampoco se me escapan las diferencias. Se puede ser un buen católico sin necesidad de ser peronista y sobre todo sin necesidad de sobreactuar la identidad peronista. A mí me llama la atención que un jesuita, diestro en los oficios de la simulación, la discreción y el arte de pensar claro y hablar confuso, se comprometa con el peronismo de una manera tan frontal y descarada.
Cualquier observador medianamente objetivo hubiera reconocido como un necesario gesto diplomático convocar al Vaticano a la entonces presidente Cristina Kirchner quien hasta ese momento la imputación más suave que le había hecho era la de calificarlo como jefe de la oposición, es decir, enemigo. Siendo cardenal de Buenos Ares, Bergoglio no poda salir a caminar por las calles de la ciudad porque los encantadores compañeros kirchneristas lo ardían a puteadas. Está bien, un buen cristiano perdona las ofensas y si es necesario pone la otra mejilla. No necesito explicarle a la astuta y refina diplomacia vaticana como se ejercen estos oficios.
Pero una cosa es la diplomacia con la mejilla abofeteada incluida y otra muy diferente es abrir las puertas de Santa Marta para que llegue Cristina con todos los muchachos de la Cámpora y organicen un picnic donde menudearon los abrazos, los besos y los regalos. Dicho de una manera más directa: una cosa es la amabilidad y otra muy diferente la revolcada. Eso no es diplomacia, mucho menos amor porque se parece, (ya que estamos hablando en territorio católico) a pecado de lujuria, pecado carnal. Y como para despejar dudas, meses después lo recibe al presidente Macri, con quien si bien no estaba obligado a expresar cariños demasiados efusivos, tampoco estaba obligado a salir en las fotos con la cara de culo que salió, cuando a nadie se le escapa que las expresiones del rostro del Papa en las fotos son tan importantes como una bendición.
Pues bien, “habemus Papa”, que además de argentino es peronista. Alguien dirá que como toda persona de bien el Papa está en su derecho a expresar sus preferencias políticas. Puede ser, pero observaría al respecto que el Papa para los católicos no es una persona más, tampoco está en el lugar que está para ejercer las más variadas modalidades de proselitismo. Es decir, es el Papa de todos los católicos y no el Papa de una fracción política y, como para completarla, de una de sus facciones más facciosas. La reciente designación de Juan Grabois en un ministerio confirma las peores sospechas. Santa Marta ha reemplazado para los peronistas a Puerta de Hierro y desde allí se bendice y se excomulga. Grabois es uno de los bendecidos por Francisco.
Y por si había alguna duda, uno de los preferidos de su corazón. Como yo no soy creyente, mis observaciones además de ser externas no afectan mi universo emocional. Ahora bien, los católicos que yo conozco, muchos de los cuales no solo no son peronistas sino que son antiperonistas y de los duros, ¿qué pensarán de este insólito compañero que se ha instalado en el trono de San Pedro? Menudo dilema. Según mis escasos conocimientos teológicos, no es posible ser católico y estar peleado con el Papa.
Es verdad que el principio de infalibilidad está discutido, pero convengamos que la identidad peronista del Papa va más allá de una opinión política ligera. Después de todo, el Papa es hincha de San Lorenzo, pero ningún católico hincha de Boca o de River o de Racing le ha objetado su preferencia. Pero en materia política la cosa es un poquito más complicada y si además el tema en debate es la identidad con el peronismo, una identidad expansiva, una identidad que en algunos momentos sostuvo con la iglesia relaciones que en el más suave de los casos podríamos calificar de siniestras o por qué no, de incendiarias, el tema adquiere niveles de escándalo.
¿Necesito decirle a los católicos que cada que se entregaron de alma y cuerpo al peronismo el peronismo los terminó cagando y en algunos casos mandándolos a mejor vida? De todos modos, sigo sin entender. No nací ayer y no se me escapa que un papa alguna preferencia política siempre tiene. Pero tampoco se me escapa que un buen Papa a esas preferencias las disimula, las suaviza pero en ningún caso las exacerba o las sobreactúa. No es este el caso del compañero Francisco. No sé por qué tengo la sensación de que en su fuero íntimo el Papa se regocija arrojándole al rostro de sus fieles los andrajos emparchados de su identidad peronista.