Por José María Varangot (*)

Cuando Néstor Kirchner, en 2006, cerró las exportaciones de carne, provocó hasta el 2015 el cierre de aproximadamente 100 frigoríficos, despido de 15.000 puestos de trabajo, especializados en su mayoría, la pérdida de 10 millones de cabezas pues el productor no pudo retener vientres y la caída del 3° puesto en producción y exportación al 11°. Luego de 15 años no hemos podido recuperar el stock de 61 millones de cabezas que tuvimos en 2006. Sin embargo, hoy el gobierno, de igual signo político, comete el mismo error. El argumento es la defensa de la mesa de los argentinos. En ese sentido, a pocas horas del anuncio de la medida se advierte en el sector la desilusión y el desasosiego, tanto de trabajadores de frigoríficos exportadores, empresarios y productores ganaderos. Llama la atención la falta de creatividad y estudio profundo, de la cadena de comercialización de los alimentos, así como el desconocimiento de otros factores que inciden en forma determinante en el precio que paga el consumidor y no son de manejo ni del campo ni de la agroindustria.

Es así que nos asaltan interrogantes que son de sentido común, que no requiere de una especialización en el tema que nos ocupa: en la época de Néstor Kirchner no teníamos tan desarrollada la producción y la incorporación de la diversidad de cortes de cerdo y pollo. Entonces, si hoy la carne de vaca no es el único componente cárnico de nuestra mesa, ¿cuál es la razón por la que no aprovechamos esa ventaja relativa? ¿Por qué no implementamos una operatoria de sustitución de cortes vacunos y exportamos los más caros y consumimos los baratos, tal como lo hicieron países vecinos que hoy exportan más que nosotros? ¿Desconoce el gobierno de Fernández que el sector cárnico, 3° exportador, luego de la soja y el maíz que ingresa más de 2.700 millones de dólares, perderá lugares como exportador de carne en el plano internacional, siendo ocupados por otros países competidores, sin ir más lejos, Uruguay, Brasil y Paraguay se beneficiarán con nuestra ineficiencia? Es acaso la prohibición de exportar carne, la contracara del fracaso de otros intentos de mejora de la economía como es el caso de la inflación. De qué vale hacer controles de precios, insistir en la defensa de la mesa de los argentinos, si tenemos una inflación descontrolada, pues la presupuestada para el año en curso es del 26% y en realidad, tendrá un piso del 46%. Este índice también es traccionado por los aumentos reiterados en combustibles, provocando, a su vez, reajuste de precios en toda la gama de insumos necesarios así como de la logística, el transporte o flete, entre otros. La mejora de los índices económicos requiere de una creatividad y dinamismo que la actual administración de Alberto Fernández no ha demostrado tener, por el contrario, no se entiende cómo no se pudo recuperar otros sectores claves, como el tecnológico, metalmecánica, construcción, para que junto al agroindustrial se pueda combatir la pobreza, que a nivel nacional subió del 36% en 2018 al 42% en el 2020, convirtiéndose así en estructural.

No es de extrañar que, tal como ha sucedido en otras situaciones de crisis, se pretenda politizar el conflicto que se desate, colocando al sector perjudicado, en el bando de los opositores, en ésta dialéctica tan repetida de “amigo-enemigo”.

Si bien estas líneas conllevan el interés en destacar el error de la prohibición de exportación de carnes, resultaría un análisis incompleto no compatibilizar algunos de los conceptos aquí vertidos, con el escenario que nos muestra, principalmente el Poder Ejecutivo, que atraviesa un momento de suma debilidad y desgaste a raíz del enfrentamiento interno en la alianza gubernamental. La Cámpora, que no cesa de desautorizarlo frente a la opinión pública, tal como sucedió con la imposibilidad del Presidente y su Ministro de Economía de renunciar a un Subsecretario de Energía. Asimismo, llama la atención la lamentable reiteración de declaraciones ofensivas hacia la ciudadanía, como la justificación de su vacunación practicada por el Procurador del Tesoro Zannini, considerándose “una personalidad pública que deber ser protegida por la sociedad”. Cabe recordar que en su momento se vacunó con su mujer, ambos haciéndose pasar como personal de la Salud. Otro aporte desopilante fue el del canciller Solá, quién, en el marco del conflicto de Oriente Medio condenó al Estado de Israel, por “la desproporción de su respuesta ante el ataque con misiles, por parte de la organización terrorista Hamas”. ¿Tienen conciencia estos funcionarios de la repercusión de sus declaraciones? La impresión es de una improvisación general, una agenda totalmente divorciada de los intereses de la gente común y una impotencia para encontrar un rumbo orientado hacia la mejora de los argentinos.

(*) Abogado, productor y dirigente rural de La Paz.