Reproducir la grieta

Por Antonio Tardelli (*)
Especial para ANÁLISIS

Fue publicado en las redes sociales de dirigentes del espacio gobernante. Por ejemplo, en el facebook de Pedro Peretti, un kirchnerista militante de la Federación Agraria Argentina (FAA), y en el del diputado provincial Néstor Loggio, ex frepasista miembro ahora del Frente de Todos.

Fue publicado el miércoles 16 de junio para rememorar el infausto suceso de 1955 en el que aviones de la marina nacional asesinaron a unas trescientas personas bombardeando la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, en lo que constituyó un renovado intento de deposición del gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón.

Se trata de un claro caso de instrumentalización de la historia para posicionarse en la política actual. La historia, se sabe, nos habla siempre del presente. Nos dice cosas acerca del pasado y nos permite jugar con las continuidades y las rupturas.

De un lado, la fotografía de los aviones que el 16 de junio de 1955 sobrevolaban la Casa Rosada.

Del otro, un avión de Aerolíneas Argentinas, avión de ahora, trayendo a la Argentina las vacunas contra el coronavirus.

Y el epígrafe.

Debajo de la primera foto: los aviones de ellos.

Debajo de la segunda: nuestros aviones.

No hay mucho para decodificar. Nada para interpretar. El mensaje es explícito.

Primero, el “ellos” y el “nosotros”. Hay un “ellos” y hay un “nosotros”.

Ellos, los aviones que matan, representan el mal.

Nosotros, los aviones que curan, expresamos el bien.

En realidad, es más que eso, porque el contraste aporta sentido.

“Ellos” no son sólo el mal sino que son el mal absoluto. Son todo el mal.

Nosotros no somos solo el bien sino que somos el bien absoluto. Somos todo el bien.

La propaganda oficialista, que a veces con razón acusa a sus opositores de esgrimir un discurso agresivo, gusta también de trabajar sobre esa clase de odiosas simplificaciones. Se trata de mensajes bien digeridos que, evidentemente, nada aportan a la superación de la denostada grieta. Reproduce la grieta el gobierno (o los aplaudidores del gobierno) que llegaba al poder para unir a los argentinos.

Es verdad que a la política (sobre todo a la política que practican tipos de pocas luces) no se le puede pedir la rigurosidad de un ensayo, el esfuerzo intelectual de una tesis o la sapiencia de un voluminoso tratado.

Se le puede reclamar, en cambio, sobre todo en nombre de los buenos propósitos que invoca, un poco de sensatez, cierta dosis de humildad y algo de honestidad intelectual. Lo que esté en condiciones de dar.

El mensaje es muy deshonesto. Simplifica desde un lugar conveniente para el que enuncia y degradante para el aludido. ¿Cuál es la fórmula de la reconciliación? ¿Esperan los oficialistas que los “ellos” de este país se identifiquen con los miembros del partido militar que en 1955 procuraban derrocar el gobierno del militar Perón?

¿Deberían los “ellos” de la patria responder con afecto semejante acto de galantería? ¿Tamaño intento de seducción?

No se termina de entender.

Es que hay un problema previo. Hay un problema de raíz que mucho explica.

Es el hecho de que las cosas no son blancas o negras. Hay matices. Hay grises. No toda cifra es divisible por dos. El mundo es bastante más complejo de lo que quisieran las cabezas simples que únicamente pueden lidiar con respuestas indubitables.

Las discusiones están hechas para identificar los desacuerdos y para comprobar los espacios donde es posible acordar. Los sectarios procuran no hacer la prueba. Dan por hecho el desacuerdo integral porque les resulta conveniente: el desacuerdo total es el que permite desechar el ejercicio del consenso y el que habilita la política de la imposición.

Los mandones disfrutan del desacuerdo. Lo vuelven argumento. Lo convierten en razón. Razón de Estado.

Se trafica ideología, o partidismo menor, con el tramposo expediente de definir al otro con lo peor de su repertorio. Se trampea también autodefiniéndose, caracterizando al lado propio, con algunas de sus virtudes más notorias.

Yo soy la vida: vacuno.

Vos sos la muerte: bombardeás.

En estos términos la grieta no es sólo improductiva sino también ignorante. Recorta la historia de una manera sectaria. Expresa una soberbia infinita. El que habla se siente depositario de todas las virtudes. Deposita en el otro, sucio traidor, todas las miserias de la Nación.

Es una convicción que zarpa de la idea de que el mundo, y los seres humanos que viajan a bordo, pueden dividirse mediante una raya exacta, trazada con precisión de ingeniero, que deja de un lado a los virtuosos y deposita del otro a los canallas.

Mala noticia: ése es el terreno de la religión.

La religión manda al infierno a los crápulas y reserva el cielo para los bienaventurados. Santos de un lado; diablillos del otro. Amén.

La política es otra cosa. Terrenal, disputada en el barro de la realidad, plantea dilemas de otra naturaleza.

No es lo que piensan los cartógrafos del bien y del mal. No es el campo dogmático que les permite ascender en el escalafón a quienes jamás dudan.

Saben con certeza que hay un “ellos”; están convencidos de que hay un “nosotros”.

Que nadie dude. Que nadie se atreva a andar por el medio. Tuvimos ya un Presidente (también del partido de Perón) que cada tanto recordaba que los dubitativos se convertían en vómito divino. Divino, pero vómito al fin.

Nosotros somos los portadores de la verdad.

Ellos, los infectados por el error.

Escribe (más bien describe) Ernesto Laclau en La razón populista: “Se dice que el populismo simplifica el espacio político al reemplazar una serie compleja de diferencias y determinaciones por una cruda dicotomía cuyos dos polos son necesariamente imprecisos”.

¿Imprecisos? Todo lo que se quiera. Pero, eso sí, irreductibles.

Debe haber polos irreconciliables. Enemigos. Identificamos al adversario y construimos nuestra identidad.

Todo al mismo precio, en un único movimiento que no repara en rigurosidades históricas.

Como estrategia es innoble. Como táctica, pobre.

Sería deseable, sin embargo, que los sujetos que emplean como proclama esos flyers tan contundentes, que dividen la política entre aviones recontrabuenos y aviones recontramalos, apelaran a ese recurso como un intento de construcción política. Como un esfuerzo de acumulación.

Sería horrible pero reparable. Espantoso pero acotado.

El asunto es más lastimoso.

Levantan esa clase de consignas porque en ellas creen. Las sostienen y las reivindican.

Conciben la política como un experimento en el que el rival debe ser deshumanizado. La disputa exige su descalificación. Reclama su bestialización.

Ojalá fuese táctica.

Es convicción.

Ojalá fuese estrategia.

Se llama fanatismo.

(*) Periodista.

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