Por Ernesto Tenembaum (*)
La imagen tremenda de dos personas arrojándose desde un puente sobre el micro que trasladaba a los jugadores de la Selección es un ejemplo estremecedor de lo cerca que estuvo de terminar en una tragedia la fiesta por la obtención de la Copa del Mundo. No hay que ser un experto en seguridad para entender lo que ocurrió. Cualquiera que haya recorrido el camino hacia o desde el aeropuerto de Ezeiza, sabe que durante el trayecto los automóviles pasan por debajo de muchos puentes peatonales. Dado el clima que se vive en el país, era previsible que muchas personas se subieran a esos puentes para ver de cerca a sus ídolos. No había muchas opciones, ante ese desafío: las fuerzas de Seguridad debían evitar que la gente accediera a esos puentes; si eso, por alguna razón, era imposible, el micro con la Selección no debía haber pasado por ahí. Ni una cosa ni la otra. Por eso, minutos antes de las cuatro de la tarde dos personas se animaron a lanzarse. Una cayó entre Lionel Messi y Rodrigo De Paul. La otra calculó mal, rebotó contra el micro y se desplomó sobre la multitud que lo seguía. Un rato después, dos policías lo trasladaban vendado y en camilla, mientras el sujeto cantaba “ahora nos volvimos a ilusionar”.
Fue, de todos modos, una desgracia con suerte. En el momento en que las dos personas se arrojaron sobre los jugadores, ya hacía más de una hora que todo era un descontrol. Una multitud se apretujaba sobre el colectivo, que casi no podía avanzar. No había patrulleros ni motos que lo escoltaran, a diferencia con lo que ocurre cuando se trasladan las barras bravas. Tampoco había vallas que separaran a la gente de sus ídolos, como se puede ver en los festejos de la selección marroquí. La multitud empujaba para acercarse a los jugadores y presionaba sobre quienes estaban más cerca de ellos. Parecía cuestión de tiempo para que se desatara una estampida. En un momento clave, finalmente, el Gobierno decidió sacar como fuera a los jugadores de allí. Así reconoció, de hecho, que el festejo no podría hacerse.
Una mirada retrospectiva permite percibir el camino que llevó hasta ese callejón. Durante largas horas, las informaciones sobre cuál sería el recorrido de la Selección eran contradictorias. Por un lado, se informaba que se acercaría a la capital por la Autopista Riccieri, luego ingresaría por la 25 de Mayo, bajaría en San Juan, atravesaría la 9 de julio para tomar luego Libertador, Figueroa Alcorta, Acceso Norte, la General Paz y finalmente de nuevo la Riccieri. Por el otro, se difundía que el recorrido sería inverso: la Selección rodearía la Capital por la General Paz y Acceso Norte, bajaría por la Avenida Lugones, y luego volvería al predio por Autopista Illia, 9 de Julio, Autopista 25 de mayo y la Riccieri.
¿Pasarían por Casa Rosada? En la noche del lunes decían que no, en la mañana del martes decían que sí. Nada oficial. Pasado el mediodía, ya nadie sabía nada. Era una guerra de nervios. El Gobierno no quería anunciar oficialmente el acto porque temía un desaire de último momento. Pero no cancelaba la posibilidad porque no quería perdérselo. Así las cosas, entraba en un espacio incierto donde nadie decidía nada.
En todos esos dimes y diretes jugaba un rol clave Claudio Tapia, el presidente de la AFA, supuesto puente entre “la política” y la Selección. Las versiones son encontradas. Al parecer, los jugadores recorrerían todo el trayecto desde el predio hasta el centro de la Capital. El Gobierno advertía que eso era riesgoso, pero no lo impedía. Tapia iba de un lado al otro sin conseguir una decisión conjunta.
En medio de ese mar de dudas, el Gobierno decretó un feriado nacional. La medida era extrema: no tenía por qué ser en todo el territorio ni durar todo un día. Pero la búsqueda de matices no es la especialidad de la casa. La cuestión es que el feriado arrojaba a millones de personas a las calles y no había claridad acerca de cómo ordenar esa marea humana. Esa suma de inconsistencias generó una situación caótica que se expresó en cientos de episodios: algunos ocurrieron en la provincia y otros en la Capital. Pero a las tres de la tarde el foco de tensión se concentraba alrededor del micro de las estrellas.
Al momento de escribir esta nota, los funcionarios de distintos sectores políticos se esmeraban en practicar el cansador y habitual deporte de echarse la culpa los unos a los otros. En ese juego se prestó a participar el controvertido presidente de la AFA con un tuit en el que le reconocía a Sergio Berni haber sido el “único funcionario” que protegió a la selección.
Es raro lo de Tapia. Porque un rato antes había emitido otro tweet donde culpaba por el cambio de planes “a las mismas fuerzas que nos custodiaban” que “no nos dejan festejar con la gente”. Si Berni fue el único que custodiaba, tiene la culpa de la suspensión. Si no los custodiaba, no merece agradecimiento. Berni es el conductor de la fuerza cuyo operativo generó un desastre hace algunas semanas en La Plata en medio de un partido de futbol trascendental para el torneo local: Tapia también lo protegió aquella vez.
Tapia es un hombre que ha adquirido un enorme protagonismo en el marco de un triunfo deportivo que le debe mucho: fue el autor de la audaz designación de Lionel Scaloni y también una pieza clave para que Lionel Messi revisara su decisión de renunciar a la selección. Su poder, ahora, es enorme. La televisión, por ejemplo, depende de él para acceder a uno de los productos más atractivos del mundo entero: el equipo argentino. Al mismo tiempo, Tapia es el dirigente que habilitó la llegada a Doha de decenas de barras bravas, muchos de ellos con causas por delitos gravísimos, y es el articulador de múltiples negocios multimillonarios que se realizan con empresas tercerizadas afincadas en paraísos fiscales. En estos tiempos dulces es esperable que poca gente tenga ganas de contar estos asuntos.
En cualquier caso, con tantas relaciones complicadas -con la selección, con la AFA, con los gobiernos de la provincia y de la ciudad- el Gobierno, como tantas otras veces, permitía que las cosas transcurrieran. La relación entre Aníbal Fernández y Sergio Berni, los ministros de Seguridad de la Nación y Provincia, tampoco es buena, como se ha podido ver en múltiples episodios públicos. Y por encima de todo esto, juegan un rol central los problemas de autoridad del presidente Alberto Fernández, el último responsable del funcionamiento del Estado. El circuito de toma de decisiones se despertó tras el salto mortal sobre el micro descapotable.
Un lugar común en estas horas consiste en cruzarse con funcionarios que explican que hubo cinco millones de personas en la calle y por lo tanto eso es inmanejable. ¿Lo será? Entonces, ¿por qué convocaron? ¿Se enteraron recién cuando la gente estaba en la calle y el micro de la Selección atrapado en el mercado central?
El episodio de ayer registra antecedentes visibles. Uno de ellos fue el operativo en aquel partido en La Plata entre Boca y Gimnasia, el 7 de octubre, donde la policía reprimió brutalmente a los hinchas, inundó de gases lacrímogenos la cancha y produjo un muerto. Unas pocas semanas antes, sucedió el atentado contra Cristina Kirchner. El contexto en el que se produjo ese hecho aterrador generó cruces entre La Cámpora y el Ministerio de Seguridad respecto de quién era el culpable de haber dejado acercar al hombre que quiso matar a Cristina. Ahora se descuidó la seguridad de Messi, en ese momento se descuidó la de Kirchner.
En noviembre de 2021, se produjo el episodio del velorio de Diego Armando Maradona, cuando alguien decidió cerrar las puertas de la Casa Rosada, mientras una multitud pujaba por entrar. Como ahora, todo el mundo le echaba la culpa a otras personas: Claudia Maradona, Alberto Fernández, La Cámpora. Y mucho antes, el Estado porteño no pudo garantizar que se jugara en el Monumental aquella final de la Copa Libertadores entre Boca y River. En ese momento, el macrismo manejaba el aparato de seguridad en la Ciudad y en la Nación. En cada uno de esos casos, un milagro evitó que todo terminara peor. Son demasiados equilibrios al borde de la cornisa. Hay gente que está exigiéndole demasiados favores al destino.
La decisión de sacar de la trampa a los jugadores por vía aérea evitó que la alegría de estos días se transformara en un algo terrible. Mejor evitar una fiesta popular, si el riesgo de realizarla era tan alto. Por un momento pareció que el campeonato mundial podía significar algo más trascendente que un conmovedor triunfo deportivo. Fue bueno mientras duró.
(Infobae)