Por Javier Calvo (*)
En el medio de un ajuste económico colosal, “el más grande de la historia de la humanidad” según el Presidente, los dos hijos pródigos de Cristina Fernández de Kirchner ya no disimulan sus rencillas internas, azuzadas por dirigentes seguidores más apurados en ratificar o redefinir liderazgos que en debatir ideas superadoras para un país roto, en gran parte por culpa del kirchnerismo.
El vástago biológico, Máximo Kirchner, y el político, Axel Kicillof, parecen enfrascados en una disputa sórdida por la tácita herencia de CFK. La sucesión, hay que decirlo, luce compleja, ya que la ex presidenta se resiste a dar señales de abdicación. Si es que alguna vez lo hará.
Más bien, todo lo contrario. Tras un silencio prolongado solo alterado por algún posteo o filípica en redes, Cristina ha decidido acentuar sus apariciones en actos y en la discusión de la agenda pública. Hay un doble motivo, según personas que dicen interpretarla.
Por un lado, cree que ya se terminó la luna de miel de Javier Milei y hay que marcar los efectos sociales y en la actividad económica de la recesión. Por el otro, siente que debe alzar la voz para ordenar la tropa, sobre todo en “su” peronismo bonaerense, atravesado por la alta tensión entre sus preferidos. Y con un gesto: su principal evento lo hizo en un microestadio de Quilmes junto a Mayra Mendoza, la intendenta camporista, con Kicillof como parte de la platea.
La competencia entre La Cámpora y la gente del gobernador viene de arrastre. Pero se agravó desde la amplia reelección provincial del año pasado. “Ganamos cómodos pero todas las listas las armaron Máximo y Cristina”, se quejan en La Plata.
Sucede ahora que el calendario político sigue corriendo. El año próximo están las legislativas de medio término y en 2027 las elecciones generales. Kicillof ya no tendrá reelección, están los que ya lo promueven como el candidato “natural” del peronismo y comienza a jugarse además quién intentará sucederlo en la Provincia. Exceso en ansiedades.
El más elocuente en estos planteos “kicillofistas” es Andrés ‘Cuervo’ Larroque, su ministro de Desarrollo de la Comunidad y uno de los fundadores de La Cámpora, a la que dejó de pertenecer hace tiempo. En público, se le han sumado intendentes como Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Mario Secco (Ensenada), de inocultables credenciales K, al igual que otros jefes comunales que prefieren esquivar por el momento sus pronunciamientos explícitos.
Tal es el clima de convulsión interna, que Máximo decidió el lunes último impulsar de manera sorpresiva y por redes a la convocatoria de elecciones en el PJ bonaerense que él preside para el 17 de noviembre. Dentro de seis meses, sí. Y busca que también se elija una nueva conducción nacional partidaria.
“Soy consejero y me enteré por twitter”, reaccionó Larroque. “Pedían elecciones, que se presenten. Son la gata Flora”, replicó Mendoza. Juan Perón decía que en su movimiento, cuando todos creían que los gatos maullaban porque se peleaban, en realidad se estaban reproduciendo. Atención porque algún intendente peronista del Conurbano aprovecha estas distracciones para tejer acuerdos secretos con enviados de Milei. O al menos con funcionarios nacionales que dicen hablar en su representación para acordar designaciones en PAMI y Anses. Noticia en desarrollo.
Kicillof trata de mantenerse ajeno a estas batallas prematuras. Se concentra en la administración provincial, jaqueada por el recorte de la asistencia de Nación en todo lo que excede a la coparticipación, y en su oposición tajante a todas las políticas de Milei. La idea de que se erija en líder opositor choca con los límites que aún impone Cristina y las suspicacias de sus colegas en otras provincias.
En esa estrategia, el mismo lunes en que Máximo convocó a las elecciones internas, Kicillof protagonizó una entrega de fondos a las intendencias bonaerenses en el Teatro Argentino de La Plata. Ni una palabra sobre el tema electoral.
Algo más picante podría ser el acto con el que cerrará el sábado en Florencio Varela, en la Universidad Nacional Arturo Jauretche, un encuentro de la militancia bajo el consabido lema “la Patria no se vende”. Contra lo que se postula, puede que el poskirchnerismo siga cantando la canción de siempre.
(*) Periodista, publicado en Perfil.