Por Manuel Ludueña (*)
Así como en las neurociencias se postula que “la mente es el cuerpo” o desde la química atmosférica se sostiene que “Gaia es la vida” y los pueblos ancestrales conjugan por implicación el nosotros -“nosotros ríos, nosotros montañas…”-, debemos reconocer que urge contribuir con una revisión de la gestión sociopolítica para reencontrarnos con el sentido de la vida.
Es una búsqueda que nace del infortunio, de un hacer productivista que artificializa, que se recuesta en la destrucción y en soluciones instrumentales que revierten en nuevos problemas. En ese sendero hay alternativas. Están las contribuciones posibles de la constelación de mundos consientes del vivir, que demuestran multiplicidad de caminos con la naturaleza, que valorar el “soy porque nosotros somos”. Se tratan de manifestaciones auto organizadas en sintonía con un habitar la tierra, como las comunidades de América y el Caribe, que vivencian, por ejemplo, como el agua que ven desplazarse por el río, que los alimenta, tiene miles de años, que la vieron y alimentaron a sus ancestros y que entienden que las mismas deben dar más vidas.
El poder de la vida está en ella misma, en vivirla, en la sabiduría de vivir. No está en el fusil, no está en el oro, no está en el someter ni en la soberbia. Está en cooperar, en convivir en comunidad, en lo local, con quienes son antes que nosotros, con quienes son con nosotros, con quienes serán con nosotros y con quienes siempre estarán en nosotros.
Sin desconocer la necesidad de las formaciones nacionales, deben tener participación cierta las diversidades socioculturales integradas a los ecosistemas de los territorios. La ausencia de estos últimos en la escena política se evidencia en una visión nacional economicista de cara a la inversión externa con endeudamiento. El extractivismo es la representación física de una gestión nacional que se desentiende de lo local, de la población, de sus ecosistemas y de perseguir un buen vivir para todos.
Cuando tocamos un árbol, cuando pisamos el suelo, cuando nos bañamos en el río, sus espíritus nos alimentan, como cuando compartimos el hacer con otros. Alimentamos nuestras vidas con sus vidas; en ellos está el sentido de porque vivir. Esas son enseñanzas de miles de hermanos autosuficientes, artesanos, pescadores, cazadores, enraizados en creencias diversas, auténticos guardianes de la naturaleza cuya comprensión del mundo es indispensable la puedan compartir en esta hora. Son portadores de culturas y del principio categórico de “obrar de tal modo que los efectos de sus acciones son compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Sus capacidades, sus impulsos, desde sus mundos, pueden llevarnos por nuevos mundos a un amanecer que nos oriente y augure destinos perdurables.
(*) Manuel Ludueña es miembro de Encuentro Verde por Argentina (EVA), Asociación Ciudadana por los Derechos Humanos (ACDH).