Por Olivia Taleb -
Especial para ANALISIS DIGITAL
No se necesita pasaporte de “ciudadano del mundo”, para reconocer cuál es “ese” lugar en el mundo. No son sólo, las bellezas naturales, los que lo definen. Tampoco es el temor de largarse a la aventura de conocer lugares que tienten, inviten a ser parte de ellos. El lugar en el mundo es una síntesis de bellezas que permiten que el amor, en cualquiera de las formas que se presente, sólo crece, perdura, sobrevivirá y se despedirá, en ése y no en otro lugar. Es el reconocimiento, el agradecido homenaje por saber que la vida tiene sentido sólo allí. Un día, releyéndola, descubrió que “su lugar en el mundo”, ya no era “donde había nacido”, “donde había crecido, donde había perdido”. Donde se había enamorado y llorado frente al río. Con sincero dolor aceptó que había perdido, que ya había llorado lo suficiente, que sólo sobrevivía el río, y que los recuerdos, siempre la memorias, marcharían donde fuera ella.
Ese día, se descubrió incompleta,-no sólo ella-. Aceptó que sólo el ombú crece rebelde, solitario en la llanura. Aceptó mirar más allá de ese lugar donde había echado sus raíces y decidió salvarlas de la soledad. Supo que no mezquinaría fuerzas para intentar el desafío de sembrarlas en tierras que les den, la bienvenida. Tierras que no serán indiferentes, cuando las vean crecer porque encontraron “su lugar en el mundo”. Sin remordimientos, sin rastros de abandonos, acompañada de recuerdos acumulados en su equipaje, sabe que es tiempo de oír, lo que el corazón reclama.
Cree que es bella la poesía del poeta. Sobrados méritos en cada una de sus frases. Pero hoy no habla de ella. Sin contrapuntos que la enfrenten, cree que quizás desearía sorprenderse leyendo una que hable de ese lugar en el mundo, único e irrepetible, donde viven día tras día, los afectos necesarios.
Hacia ése, sin vueltas, ha de ir a su encuentro.