​José Carlos Elinson
(especial para ANALISIS DIGITAL)

Ya por entonces el Carozzi de la libreta de enrolamiento había mutado a Carrizo, con menos tuco y más calle, más esquina con farol, más Corrientes y Esmeralda.

Cuando llegó el tiempo de definir roles, el maestro debió asumir su condición de periodista que ejercía en paralelo con la de locutor.

Antonio Carrizo fue locutor profesional de excelencia y periodista de la vida por derecho propio.

En el barrio dicen que lo que se dice con la boca se respalda con el cuerpo, él lo respaldaba con su biblioteca.

Bibliófilo, lector a ultranza, hizo conocer a muchos a través de su programa “La vida y el canto” por Radio Rivadavia, perfiles a veces ignorados de grandes autores vernáculos como, entre otros, Jorge Luis Borges y Atahualpa Yupanqui.

Sus diálogos interminables con ambos exponentes de la cultura nacional a través de innumerables programas han quedado como crónicas exploratorias de universos apasionantes. Gracias a la tecnología de este tiempo el material está al alcance de todos para escucharlo las veces que sea necesario. Serán más de 6,7 u 8, sin dudas.

El maestro, por cuestiones temporales, convivió, infante aún, con la génesis del yrigoyenismo y adulto ya, con los tres peronismos, conoció el kirchnerismo y se despidió de esta existencia en los días primeros del frente Cambiemos. Esta historia de vida compartida con parte de la historia viva de la república habrá aportado lo suyo en las convicciones y anhelos que forjaron sus días.

Por su característica de hombre estudioso de su tiempo y de los tiempos pasados -acaso un mínimo pliego de condiciones para los periodistas-, se manejaba en los amplios ámbitos de la cultura con la naturalidad de los parroquianos en la mesa cotidiana del café, pero con substancia, con recursos, con esa ductilidad para adecuarse a tiempos y espacios sin quedar nunca en off side.

Categórico en sus juicios porque, como dicen los muchachos, se las aguantaba. Didáctico por naturaleza y por pasión de transmitir parte de lo que se había ganado en sabiduría al cabo de años de ser visitante asiduo de museos, bibliotecas y librerías de viejos, esas que otrora abundaban 24 horas por día en algunas cuadras emblemáticas de la porteña calle Corrientes.

Los grandes no nos dejan, apenas se retiran.

Digamos que nos dejó por un rato un periodista militante de la más rancia estirpe. No saquen pecho muchachos, militante del periodismo igual a verdad, a honradez, a pulcritud y a humildad entre otros valores ausentes sin aviso de los que creen que tergiversando términos no se percibe el olor a pescado podrido.

¿Saben? el maestro era muy alto, pero no sólo por eso nunca fue enano.

La militancia por la verdad que desde su hombría de bien lo definió en lo profesional y en lo privado siempre encontrará un espacio en la memoria de algunos y propondrá un camino a seguir sin más requisito que la honestidad intelectual. Claro, nada menos.

Maestro, el micrófono que desde 2008 estaba esperando su regreso hoy debe sentirse más solo que nunca.

Esto suele pasar con algunos micrófonos y con algunos periodistas.

No con todos Maestro. Esto usted lo sabía.