La Plata, la capital degradada que cobijó a Balcedo y al "Pata" Medina

Por Luciano Román*

La Plata no es un paraje de frontera amparado por la lejanía ni una ciudad satélite o suburbana. Es el corazón político e institucional de la principal provincia argentina. Es una ciudad que supo ser exhibida como modelo urbanístico de avanzada y que forjó, a menos de sesenta kilómetros del Obelisco, una identidad propia de la que siempre sintió un legítimo orgullo. Llegó a conocerse como "la Atenas de América" (así la bautizó el escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña); fue cuna de escuelas científicas, artísticas y jurídicas de vanguardia; desarrolló un polo médico de excelencia y consolidó un sistema universitario de nivel internacional. Sin embargo, todo eso se conjuga en pasado. Hace por lo menos tres décadas que su degradación puede palparse en las calles y que, de un modo menos visible pero más profundo, ha carcomido su tejido social e institucional. En ese paisaje, los Medina y los Balcedo no han encontrado casi obstáculos para articular, con métodos extorsivos y patoteriles, estructuras abiertamente mafiosas.

Medina y Balcedo forjaban sus "negocios" mientras en La Plata pasaban estas cosas: un juez federal -luego ascendido a camarista- exaltaba, en su velatorio, la figura de un legendario jefe de la barra brava de Gimnasia muerto en un enfrentamiento con la policía. Una "respetable" familia de banqueros se llevaba puesto, con una voracidad sin escrúpulos, el sistema bancario de la ciudad. Otro magistrado -también de la Justicia Federal platense- traicionaba un apellido célebre para coimear sin disimulo, hasta que cayó por una cámara oculta. Mientras tanto, derrotado por las corruptelas que estrangulaban su aporte a la salud de excelencia, se suicidaba el médico más eminente que había dado la ciudad. Parecen escenas de El padrino, pero fueron hitos de una degradación que se extendió, como un tumor, a casi todas las instituciones de la capital bonaerense. Se rompieron, así, los contratos de confianza y los códigos de valores que la ciudad había edificado durante décadas. Se desmoronó el concepto de ejemplaridad; se igualó sistemáticamente para abajo; se mezcló la Biblia con el calefón.

Jueces en complicidad con barrabravas, bancos convertidos en pantallas de negocios sucios. Y una universidad que, después de sufrir los embates del fanatismo setentista -de un extremo y del otro-, se terminó entregando, en los últimos años, al "toma y daca" de la política, sacrificando sin sonrojarse principios históricos de autonomía y neutralidad partidaria. Es la universidad que abandonó el reformismo para militar en el proselitismo kirchnerista, y que -para tomar solo un par de anécdotas pintorescas- rozó el ridículo al condecorar a Hugo Chávez como abanderado de la libertad de prensa o al bautizar Néstor Kirchner a una parte de su histórico Colegio Nacional, en el que se formaron Sabato, Favaloro y tantos otros.

Esto pasaba, además, en una capital que aumentaba su dependencia del Estado, al mismo ritmo que se achicaba su sector privado. La administración pública engordó exponencialmente en los últimos 35 años, mientras el cordón industrial de la región oscilaba entre la anemia y la parálisis. Los proveedores, contratistas y empleados del Estado fueron moldeando una cultura parasitaria, teñida de vicios y prebendas. Así encontraron tierra fértil el sindicalismo mafioso; el pseudoempresariado; la economía marginal; la usura disfrazada de mutualismo; los negociados y otras deformaciones que hicieron, durante décadas, exhibición de impunidad y prepotencia. Pero hicieron algo peor: generaron un modelo tan perverso como contagioso. Marcaron un rumbo. Hicieron que muchos pensaran que a la prosperidad se llegaba por la banquina. Instalaron el desaliento en aquellos que apostaban por el sacrificio honrado y pagaban sus impuestos. Crearon una especie de "burguesía marginal", que exhibía un modelo de progreso fácil a través de negociados con el Estado, extorsiones disfrazadas de "juego de intereses", evasión e impunidad. Durante años, casi no pagaron costos por vivir "en negro" y al margen de las normas.

Hay que reconocerlo: hubo una ciudad que miró para otro lado. Nadie, en el "círculo rojo" de La Plata, ignoraba las andanzas de los Medina, los Balcedo y otros clanes de esta burguesía marginal (que no solo provienen del sindicalismo). Pero los pocos que se animaron a denunciarlos y enfrentarlos no obtuvieron respuesta contundente en la Justicia. Tampoco encontraron grandes solidaridades. Al contrario, les tocó asistir a otras escenas de El padrino: Medina fue invitado estelar en la fiesta de cumpleaños de un emblemático juez platense que, entre otras audacias, fue un activo militante de la campaña de Aníbal Fernández. Balcedo hizo, durante décadas, exhibición de apoyos políticos, con explícitos respaldos de gobernadores, intendentes y ministros.

Algunos resultados del modelo de degradación y "vale todo" se ven a simple vista. Cualquiera que hoy entre a La Plata por la calle 7 (su avenida principal) se encontrará con una "ciudad tomada": las mafias de la venta ilegal se han adueñado del centro comercial; el piqueterismo se ha hecho crónico; la inseguridad ha transformado el paisaje cotidiano, y el deterioro urbanístico exhibe marcas muy visibles, con un ostensible desprecio por el espacio público. Los barrabravas manejan negocios prósperos y la expansión comercial e inmobiliaria habría encontrado en el lavado de dinero una inyección casi evidente. Pueden parecer datos inconexos, pero forman parte de un fenómeno complejo de degradación en varios frentes; la misma degradación que ha arrastrado a su clase dirigente, ha subvertido la escala de valores, ha devaluado los códigos normativos y ha trastocado los modelos de éxito. La misma degradación -al fin y al cabo- que rompió la planificación urbana y derivó en la catástrofe de una inundación que aún duele como una herida abierta.

La decencia se replegó. La connivencia y la complicidad se extendieron, igual que el temor y la impotencia. Los Medina y los Balcedo se sintieron cómodos durante décadas; ni siquiera creyeron que debían disimular o esconderse. No son los únicos. Su caída quizás abra una oportunidad. Pero el desafío es inmenso. Se trata de empezar a recuperar esa ciudad de los valores que, como tantas otras cosas, se ha extraviado en una decadencia mayor: la de la propia Argentina.

* Abogado y periodista. Director de la carrera de Periodismo de la Universidad Católica de La Plata

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