Sin embargo, hay tanto oculto en el fondo, hay tantas cosas que pudieran decirse ahora. Pero es solo el silencio quien disfruta y se ensancha como una enredadera entre las piedras. Es un silencio acusador por los momentos que quedaron sin entregarse; por los instantes envueltos de ternura que vivirán de ahora en adelante solo como recuerdos de pasiones ocultas. Las mismas pasiones que aun habitan flotando entre sus venas, para las que no valen las palabras. Es por eso que solamente se miran fijamente.
Tras el azul intenso de sus ojos, Magda siente la angustia, la tristeza de verse regresar a lo cotidiano, a las cosas de exclusivo valor material. Todo aquel sueño, casi adolescente de los últimos meses, quedara tirado en un rincón, amordazado en la misma gaveta donde guarda los versos y el libro El Pequeño Príncipe que le regaló.
-No se puede tener siempre todo lo que se quiere — dice ella mirando hacia otro lado.
-Es mejor así — responde él, y quedan en silencio nuevamente. La lluvia arrecia sobre sus cabezas.
-Ya deberíamos irnos, te puedes enfermar— es ahora él quien habla, poniendo su mano sobre la de ella. Ella mira su mano y luego cambia la vista hacia el lago donde los patos juegan a sus anchas, y le pregunta:
- ¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos? —
- Si, — responde él — Yo te pregunté ¿cómo se llama la fruta que a usted le gusta?—
- Nísperos — responde ella por última vez.
Ha caído la tarde, dos autos salen del parque bajo la lluvia y toman direcciones opuestas. El celador, cubriéndose con su capa de hule amarillo, ha cerrado la puerta del Tropical Park, y esta vez para siempre.
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