J. C. V.
Un grupo de jugadores de rugby del Club Atlético Estudiantes de Paraná, algunos de los cuales podrían ser los mismos que el 1° de enero de 2001 apalearon a cuatro jóvenes, fueron acusados de violación por dos prostitutas que denunciaron haber sido contratadas para celebrar la recepción de uno de ellos en una quinta en la zona sur de la capital provincial, en la madrugada del sábado último. Hijos de personajes influyentes en el ambiente político y judicial, siempre fueron apañados por sus padres pero también por el club en sus reiteradas conductas violentas, pero esta vez podrían ser condenados a una pena de entre ocho y 20 años de prisión en caso de ser encontrados culpables.
Era la madrugada del sábado 21 de mayo y las chicas estaban, como siempre, cada una en su parada en la plaza Martín Fierro, detrás de la terminal de ómnibus, a la espera de algún cliente. Empezaban a resoplar los primeros fríos en la ciudad de Paraná, pero eso no es excusa cuando el bolsillo apremia y el hambre hace crujir las tripas. Igual había que caminar la calle. En eso, y en su hija, pensaba ella cuando se acercó un Fiat Duna rojo con seis o siete muchachos en su interior que le preguntaron su disponibilidad para ir hasta la zona sur de la ciudad contratada para una fiesta privada que estaban celebrando con motivo de la recepción de un amigo, que acababa de finalizar la carrera de kinesiología. “Son 20 pesos por persona”, les dijo ella, a lo que los jóvenes asintieron. “Si quieren, acá a la vuelta hay una compañera que también podría ir”, se animó a sugerirles, y los muchachos volvieron a aceptar.
El lugar era una quinta, ubicada cerca del conocido comedor Los Pipos, en la zona sur de la ciudad, tal como le habían indicado los jóvenes. Al llegar las dos chicas quedaron impresionadas por la fastuosidad de la mansión como por los automóviles que había en el lugar. BMW, Mercedes y Alfa Romeo eran la mayoría, aunque también había camionetas 4x4 y otros nacionales último modelo. “Nos salvamos”, habrán pensado para sí estas dos trabajadoras de la calle tal vez hasta lamentando haber solicitado una tarifa tan exigua para el nivel que percibían de sus contratantes.
Pero cuando ingresaron a la casa, la situación cambió radicalmente. En total eran entre 15 y 20 jóvenes de unos 24 o 25 años, todos de grandes físicos y en evidente estado de ebriedad, que se jactaban de ser jugadores de la Primera División de rugby del Club Atlético Estudiantes. Como se estila, ellas solicitaron el dinero por adelantado, pero como respuesta recibieron un no rotundo, y fuertes carcajadas. Ante esta situación, ambas decidieron retirarse sin prestar sus servicios, lo que dio pie para que comenzaran a insultarlas y denigrarlas por su profesión, para luego someterlas sexualmente bajo amenazas y haciendo abuso de su fuerza. La pesadilla duró un par de horas: las chicas fueron sometidas anal y vaginalmente en forma violenta y obligadas a practicarle sexo oral a los rugbiers uno a uno, mientras sus compañeros las sujetaban fuertemente. Cuando lograron librarse de las bestias, tomaron sus ropas y, a medio vestir, comenzaron a caminar por aquellas despobladas calles del barrio Los Pipos. No habían hecho más que unas cuadras cuando fueron alcanzadas por uno de los muchachos en su auto. El joven intentó disculparse por la situación diciéndoles que se había tratado de un exceso y les ofreció cinco pesos, lo que fue rechazado por ambas, aunque aceptaron que las dejara nuevamente hasta la zona de la terminal.
Ese mismo fin de semana las chicas radicaron la denuncia por violación ante el fiscal Héctor Godoy -que estaba de turno- y la causa recayó en el Juzgado de Instrucción Número 3, a cargo de Marcela Badano -aunque podría declararse incompetente por ser familiar directo de un alto miembro de la Comisión Directiva del club-. Ambas fueron revisadas por el médico forense, que constató las lesiones, y si bien todavía no se resolvió si se abre la etapa de instrucción, la causa podría caratularse como “abuso sexual con acceso carnal”, delito tipificado en el artículo 119 del Código Penal -lo que antes estaba establecido como violación-, que tiene una pena de entre ocho y 20 años de prisión, aunque los involucrados tratarán, en el mejor de los casos, de negar cualquier tipo de vinculación y en caso de verse comprometidos, dirán que a lo sumo mantuvieron relaciones sexuales consentidas pero se negaron a pagarle a las chicas por sus servicios.
Tapados por el poder, destapados por la hipocresía
Sin dudas, el año del centenario no ha sido lo bueno que los dirigentes hubieran soñado para el Club Atlético Estudiantes. La noticia sobre un fraude administrativo que derivó en el despido de cuatro empleados y en una causa judicial contra ellos por la sustracción de dinero de las cajas de la entidad; la situación suscitada en la escuela con la denuncia por discriminación efectuada por el despedido rector de EGB y Polimodal, Daniel Richar, fueron las situaciones más resonantes que tuvo que enfrentar el club. Y el rugby, el deporte que es bandera de la institución, no estuvo ajeno a los problemas, ya que la Unión Entrerriana de Rugby (UER) amenazó con desafiliar a la entidad por una deuda, aunque finalmente se llegó a un acuerdo. Y es precisamente el rugby el que más dolores de cabeza ha traído en los últimos años a la institución.
En 1987, un grupo de grandes valuartes de la Primera División del club fueron sorprendidos en Avenida Ramírez, en la zona de la vieja terminal de Paraná, fumando cigarrillos de marihuana. Los muchachos, todos mayores de edad aunque también miembros de familias acomodadas y de buena posición socioeconómica de la ciudad, fueron atrapados por integrantes de la División Toxicología de la Policía y fueron detenidos. Sus nombres aparecieron escrachados en la sección Policiales del tradicional matutino El Diario y el club aplicó, en ese momento, una drástica sanción contra ellos al suspenderlos por seis meses. Siempre se sospechó que se trató de una medida que apuntaba a limpiar un poco la imagen que tenía el rugby del club, cansados los dirigentes de que los rivales los tilden de “chetos y faloperos” y que la Comisión Directiva encontró en estos jóvenes a su mejor chivo expiatorio. En lugar de contenerlos y brindarles el apoyo profesional que requería la situación, fueron segregados y separados del plantel. Ninguno de ellos volvió a jugar al rugby en el club.
(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)