El granadero de Perón

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Documento exclusivo: el testigo de un hecho histórico

Claudio Cañete

Hugo Carlos Julio nació en Nogoyá y en la actualidad vive en Paraná. Es poseedor de una historia que vale la pena rememorar en un nuevo aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón. Hugo fue uno de los 32 granaderos que custodió el féretro del general aquella tarde del 1º de julio de 1974. Por primera vez entrevistado por un medio, accedió al diálogo con ANALISIS para brindar los detalles de aquella vivencia que marcó un antes y un después en la vida política argentina.

La llegada del año 1974 fue muy especial para Hugo Carlos Julio, un veinteañero de Nogoyá que ayudaba a su padre en los quehaceres de la chacra donde vivía con su familia. Ese año Hugo debía hacer el Servicio Militar Obligatorio y un día caluroso de febrero llegó finalmente la cédula de convocatoria. El policía que se la llevó hasta su casa le dijo que seguramente le tocaría la Aeronáutica o Granaderos. Aquella historia lejana que siempre había escuchado al pasar que el Regimiento de Granaderos era el encargado de la seguridad del presidente, estaba muy próxima. Pero no imaginaba que además de eso velaría el sueño del mandatario en la última morada. De todas maneras, íntimamente el joven no quería el desarraigo.

Así comienza la historia de un hombre que espera en la puerta de su casa un domingo a la mañana para dialogar con este semanario. Por si quedaba alguna duda de que se había dado con la dirección correcta, su estatura de 1,96 certificaba que era el lugar exacto y que, con toda certeza, ese hombre había sido granadero.

“Yo no quería ir cuando recibí la cédula de convocatoria en febrero de 1974. Pero vine acompañado con mi padre a Paraná y me presenté. Aquí me tranquilizó un oficial del Ejército, diciéndome que para granaderos son 20 los que llevan y que en realidad habían citado a 60 jóvenes, que al resto lo dejarían en Paraná. Pero a los pocos días, cuando retorné al cuartel para el alistamiento final me encontré con que de los 60 sólo se habían presentado 22. Así que me llevaron nomás. Firpo, aquel oficial que mencioné, me aconsejó bien y me dijo que cualquier cosa que precisara desde allá lo llamara. Y nos subieron en un tren rumbo a Buenos Aires”, explicó Hugo, sentado en el comedor. Casi al lado su esposa, Gloria, preparaba el almuerzo. En su casa se respiraba mucha tranquilidad y una gran emoción por la oportunidad de poder hacer pública esta experiencia.

El Regimiento de Granaderos en tiempos del servicio militar era quizás el más federal de todos. Sólo convocaba a 20 jóvenes de cada provincia. Aquel día, según sus recuerdos, otros chicos de Villaguay, La Paz, Concepción del Uruguay y Crespo, entre otras localidades, conformaron la comitiva entrerriana, y Galeano, otro joven de Nogoyá como él.

“Cuando llegamos nos mandaron al campo, tuvimos un mes de orden cerrado, donde la instrucción fue muy dura. Nos sometieron a todo tipo de ejercicios y pruebas. Bajé 10 kilos en el primer mes, pero nos dejaron con un estado físico envidiable, y nos limpiaron el cuerpo con la dieta alimenticia; te purgan entero. De esa manera no sufrimos problemas físicos”, rememoró.

Ver a Perón

Una vez dentro de uno de los escuadrones, a Hugo se le disiparon los temores y se le despertaron los sueños. Inmediatamente tomó conciencia del privilegio que el destino le otorgaba. Podría cumplir su ilusión de conocer a Perón. “Saber que uno iba al Regimiento y de un momento a otro lo iba a ver era toda una sensación. Más allá de que fuera el presidente, era Perón. Pudimos verlo la primera vez, recién al mes y medio de estar en el cuartel”, recordó. El primer día que lo vio, fue un fin de semana en que se quedó en el Regimiento y que se sumó al grupo que llevó la comida a Olivos para los que estaban de guardia. Salieron del cuartel hacia la residencia presidencial en un vehículo armado con soldados y suboficiales, porque de los ocho escuadrones, uno hace guardia en Olivos, otro en la Casa de Gobierno y los otros permanecen en el Regimiento. “La incursión fue alrededor del mediodía y yo me ofrecí a integrarla con la certeza de que lo llegaría a ver, y así fue. Salió a pasear con sus perritos y cuando se nos acercó no sabíamos cómo saludarlo, su presencia era imponente. Por supuesto que fuimos formales pero ese día, y siempre, nos pidió que tomáramos posición de descanso y que siguiéramos con nuestras actividades normalmente, que no nos preocupásemos por su presencia. A mí me llamaba la atención que nos preguntaba por el lugar de donde veníamos, qué hacían nuestros padres, cómo vivía la gente de nuestra tierra y si nos trataban bien en el Regimiento. Después ya lo veíamos todos los días y nos acostumbramos; era algo que nunca habíamos soñado y en aquel momento se tornó un hecho habitual”, contó el entrevistado. También recordó que en esas oportunidades en que Perón le preguntaba a su custodia sobre aspectos personales, se preocupaba más todavía por si los granaderos eran provenientes de las provincias del norte. Prestaba mayor atención si eran jujeños o tucumanos, por ejemplo; a ellos les vivía preguntando cosas de esas provincias. Y sobre todo si estaban bien dentro del Regimiento, si comían, si eran bien tratados, que cualquier cosa le dijeran. Por supuesto, nadie iba a decir nada si algo ocurría, pero lo importante de esto es el interés que mostraba por la gente en el ámbito en que nos movíamos, el de la política, el del escuadrón. Era un gesto poco común y sorprendía”, confesó el ex granadero, que ahora tiene 52 años.

“Aquellos fueron los momentos en que lo tuve más cerca, de aquí a medio metro conversando. Él se metía a nuestros puestos de guardia, venía caminando con los perritos y se ponía a conversar. Como nosotros éramos nuevos la situación nos sorprendía, la sensación de tenerlo tan cerca conmocionaba. Y se veía que a él le gustaba el Ejército, por eso se interesaba por sus soldados”, agregó.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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