Cazador de historias

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Entrevista exclusiva con Martín Caparrós, en su breve paso por Paraná recogiendo material para su próximo libro

Silvio Méndez - Juan Cruz Varela

Aunque con un paso fugaz, hace unos días estuvo en Paraná Martín Caparrós. El reconocido periodista y escritor hace meses que está de viaje por distintos puntos de la Argentina recolectando material para un libro en preparación que se llamará El interior y que, según adelantó en diálogo con ANALISIS, se tratará de una compilación de crónicas sobre relatos de un mundo muchas veces ignorado desde Buenos Aires. Asimismo, explicó que en este trabajo intentará experimentar otros modos de escritura, con recursos de distintos géneros discursivos, en un intento por recuperar procedimientos del denominado nuevo periodismo. En la charla, Caparrós también criticó el modo en que el gobierno de Néstor Kirchner recupera la memoria de los 70 y reflexionó sobre lo que quedó de las revueltas de 2001.

Dicen que la gente que lo reconocía al pasar por la peatonal de Paraná quedaba verdaderamente sorprendida. Nadie sabía qué hacía realmente el afamado periodista Martín Caparrós deambulando por la ciudad. Justamente su presencia casi disimulada forma parte del modo en que ha encarando la realización de su último trabajo. Se trata de un libro de crónicas que se llamará El interior, donde reunirá distintos relatos de la Argentina que no se ve desde Buenos Aires.

Pero su presencia no pasa inadvertida, y eso lo nota él mismo, que a cada paso recibe el saludo de gente que lo reconoce por las calles. Y ese sentido, admite: “Eso me complica y me facilita las cosas al mismo tiempo: me las complica porque hay gente que puede estar prevenida, porque me conoce y quizás no diga lo mismo que si yo no estuviera adelante o porque tratan de hacerme entrevistas y entonces pierdo mucho tiempo donde tendría que estar trabajando”, dice jocosamente, aunque enseguida retoma la seriedad: “Pero por otro lado me facilita el acceso a lugares, historias y personas porque me pasa que mucha gente me quiere contar cosas. La verdad es que eso es inestimable y compensa claramente las dificultades”.

Atento a cómo lo define, el viaje que ha emprendido en búsqueda de historias lo pone en una “actitud del cazador” y la situación de entrevista, se nota, no lo pone cómodo; se siente casi acorralado. Una y otra vez se acomoda en el sillón, tose y marcadamente respira buscando palabras adecuadas a las preguntas. Por un momento los roles de invierten y el entrevistado pasa a interrogar a sus interlocutores. El instinto lo puede, y graba solapadamente la conversación. Después se distiende, contesta relajado, y hasta parece de buen humor.

-¿Qué hace Martín Caparrós en Paraná?
-Supongo que una de las razones por las que estoy haciendo esto es la misma que causa esa sorpresa, por decirlo de alguna manera. No debería ser tan raro que un periodista de Buenos Aires esté en un lugar como Paraná; o Eldorado, en Misiones; o Castelli, en Chaco; y sin embargo lo primero que me dicen es “¿qué haces vos por acá?” Precisamente la razón de la sorpresa es lo que me hace estar acá, porque me interesa ver toda esa enorme parte de la Argentina de la que, por un lado, nosotros no sabes nada; y por otro, se puede sorprender. Es muy rara la relación entre Buenos Aires y el interior. Eso es lo que me interesó de hacer este libro, que es una serie de viajes tratando de recorrer todo lo que puedo del país.

El peregrinaje que lo depositó en Paraná arrancó un mes atrás. “Agarré el auto y salí de casa con la idea de recorrer el Litoral. El esquema era subir por la costa del río Uruguay y ahora estoy bajando por la costa del Paraná, con incursiones en Chaco y Formosa”. El auto es un Renault 21 que alguna vez perteneció a Osvaldo Soriano, aunque se reserva esa parte de la historia. Es que Caparrós y Soriano estuvieron peleados durante muchos años y de hecho él no se enteró sino hasta tiempo después a quien había pertenecido el vehículo con el que hoy está emprendiendo la aventura, que prefiere definir “claramente como una crónica porque voy por ahí escribiendo las cosas interesantes que veo, desde gente que encuentro, historias, reflexiones, situaciones, hasta paisajes eventualmente”.

El interior es un libro en el que intentará contar aquellas historias ignoradas desde la gran ciudad, “así que voy, camino mucho por la calle, escucho lo que me cuentan. En eso consiste el viaje, si no me quedaría en mi casa, hablaría por teléfono o buscaría por Internet. Tampoco me interesa lo que digan los funcionarios, ellos hablan con muchos errores sintácticos, así que no prefiero abundar en su compañía; y en cuanto a los diarios, publican muy poco”.

-Más allá de eso, ¿el interior se ve totalmente distinto desde Buenos Aires?
-No, no se ve (dice entre risas), pero a nosotros también nos pasa: cuando llega a Buenos Aires un italiano o un americano y se le pregunta cómo se ve la Argentina desde el exterior los tipos se ponen en cuatro para tratar de decir algo porque lo cierto es que en general no se ve. Yo creo que con el interior, para muchos porteños, no es que se vea de una u otra manera, no se mira. Solamente de tanto en tanto, cuando pasa algo más o menos explosivo, extraordinario, que obliga a fijar la atención, pero si no, no se mira.

Cuando se le pide una definición sobre los primeros apuntes de ese país del interior que viene recorriendo desde hace un tiempo, Caparrós se muestra reticente, y aunque luego planteará algunas cosas que han logrado atraer su atención -“menos mal que no poderosamente”, dirá en un momento-, por el momento las define como “obviedades”, en tanto historias sueltas y sin procesar. “Lo primero es que la Argentina esta vacía, es muy curioso. Uno está dispuesto a aceptar que la Patagonia está vacía, pero no que casi toda la Argentina lo está. La cantidad de kilómetros que uno puede viajar por distintos lugares sin ver a nadie es muy sorprendente. Eso en el siglo XIX era como nuestro gran problema, cuando se invitaba a la gente a venir. Ahora se supone que debería ser una de nuestras ventajas, pero no parece que eso esté sucediendo, es un país muy desierto. Después me sorprende encontrarme con tantas ruinas de lo que no pudimos ser, porque no tenemos suficiente tiempo de historia para tener ruinas clásicas como tienen países más antiguos; en cambio, hemos hecho un esfuerzo de creación de ruinas extraordinario. Las ruinas de Pueblo Liebig acá en Entre Ríos, están a la altura de cualquier abadía semiderruida en el Pirineo Aragonés o de cualquier pagoda comida por la naturaleza en Tailandia. Hemos tenido una eficacia en la creación de ruinas envidiable, y lo hemos logrado en 70 u 80 años, no tuvimos 20 siglos como otros países. También me sorprende mucho la repetición de ciertas estructuras innecesarias. En ciertas zonas, cada 200 kilómetros vez que hay un gobierno, un Poder Legislativo, medios que lucran con su amistad con el poder, empresarios que tratan de hacer lobby para no se qué, un banco que tururu, una lotería que tiriri, seguros sociales que tarara, y todo eso crea una especie de estructura parásita extraordinaria. Me parece que tenemos demasiadas subdivisiones para tan poco país. En otro momento también me pasó algo muy extraño, una mezcla de proximidad y de exotismo que me producen muchos lugares de la Argentina. Estuve en un pueblito perdido en Catamarca y para mí era muy exótico en el sentido de distante de mi cotidianidad, tanto como puede serlo un pueblo de Malasia; pero al mismo tiempo hablan mi idioma, sufren mis mismos gobernantes, gritan los mismos goles, escuchan la misma radio; entonces tenemos una proximidad extrema. Esa mezcla de proximidad y exotismo crea un cóctel raro que me interesa tratar de entender”.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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