Urribarri vs. Solanas, la obsesión de unos y otros

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Movimientos, dudas y retornos en la pelea por el poder en el PJ

D. E.

Jorge Busti mira con cierta frialdad y desconfianza las fichas de la campaña electoral. Sabe que Sergio Urribarri es su continuador, pero también entiende que le cuesta ingresar al electorado. Es consciente de que el aparato del Estado es clave para desarrollar la estrategia, porque se pueden prometer obras, cargos y hacer acuerdos, pero también que no siempre eso alcanza. Mira de reojo los movimientos de Julio Solanas, casi sin estructura, con algunos apoyos K y trata de ver cómo hurtarle otros dirigentes, tal como sucediera con la Concertación Entrerriana. Todo es expectante y cauteloso; sin triunfalismos de antemano, porque no los hay. Y porque falta un tiempo.

El día que Jorge Busti le ordenó al ministro Sergio Urribarri que tomara licencia en el amplio cargo del Poder Ejecutivo no lo hizo por una cuestión antojadiza. En la mano tenía varias encuestas que indicaban que el candidato oficialista podía crecer en la provincia, pero, de alguna manera, si no hacía el clásico “puerta a puerta” que tanto rédito le dejó al actual gobernador en 1986/87 primero y en 1995 después, era más dificultoso para instalarse en la provincia. “Urribarri no es Busti”, le repitieron y le repiten cada uno de los referentes departamentales. De hecho, los vaivenes del propio gobernador, que primero puso en escena a su esposa, Cristina Cremer y luego de varios cabildeos optó por la figura de su ministro y una de las cinco personas de mayor confianza de su vida política, de alguna manera conspiraron con el candidato. Cada uno conoce cómo puede pensar el otro y viceversa y siempre quedó claro que Urribarri es un incondicional del líder peronista.

El concordiense fue un hombre de perfil bajo -pese a que ocupó la presidencia del bloque del PJ en la gestión montielista y era el eslabón clave de todo movimiento bustista de oposición o acercamiento al oficialismo de entonces, a partir de su habilidad de diálogo- y por ende nunca se caracterizó por ser muy carismático. De pocas palabras, en realidad, pocas veces se le encontró alguna “veta humana“ salvo cuando habla de fútbol, una de sus pasiones, ya sea por el rol de sus hijos (recordar que uno de ellos ya es suplente de la primera de Boca Juniors) o porque también es un dirigente de negocios en el mundillo deportivo en esta región. Sin el fantasma de los hechos de corrupción que lo agobiaron entre el 2000 y el 2004 -en que la causa por subsidios irregulares otorgados fue archivada sin mayores explicaciones por el juez Jorge Barbagelata, pese a que un año antes había sido condenado un diputado radical por un delito menor, relacionado con tales maniobras- y continuando al frente de la Cafesg, un organismo con un poder económico importante que muchas veces sirve para cooptar intendentes con obras públicas para cada pueblo, el ministro licenciado busca horas para ver cómo perfecciona su imagen, al mejor estilo de un candidato norteamericano.

Urribarri sabe que la falta de apego que puede generar en quien no lo conoce es una de sus grandes limitaciones y de hecho está tratando de ver cómo lo supera. Sabe que en la cuestión carismática, su principal rival, el también peronista -por afuera- Julio Solanas, va unos pasos adelante y puede ser más entrador en la gente. Solanas tiene training de candidato populista y barrial –consecuencia de su trabajo palmo a palmo en los sectores de Paraná que lo hicieron intendente por dos veces- y fue un ídolo futbolístico en la década del ’70. Claro que el techo de Solanas, es el propio Solanas. El techo de Urribarri es Busti, quien si bien hizo algunos movimientos para mostrarlo y afianzarlo, hay quienes entienden que ese esquema recién se concretó en un 30 por ciento, lo que es considerado escaso.

En realidad, los antecedentes en que Busti llevó colgado del saco a un candidato para sucederlo, nunca tuvieron mayor profundidad. No lo hizo con Mario Moine, a quien, si bien lo propuso Busti, la oleada empresarial y “exitosa” instalada por Domingo Cavallo en 1991, apoyada además con figuras como la Carlos Reutemann en Santa Fe, como ejemplo de candidatos, fue preponderante para la llegada al poder del ex supermercadista. Alcanza con recordar que el mismo día en que Moine asumió, Busti le marcó distancia y a la semana ya estaban peleados. Algo parecido sucedió con Héctor Maya, con quien Busti siempre tuvo amores y desamores. Avaló su candidatura en el ‘99, lo ubicó a Faustino Schiavoni de compañero de fórmula, acordó con Augusto Alasino para que fuera el presidente del ahora desaparecido e inexistente Consejo Provincial del PJ, pero nada más. A fines del ’99 Maya siguió como senador nacional al igual que Alasino -que en el 2000 quedó pegado y escrachado con las coimas del Senado- y Busti con la banca de diputado nacional, pero casi sin contacto con uno y otro por mucho tiempo.

¿Busti es distinto con Urribarri”, se preguntan mucho. Es diferente. Seguramente es la primera vez que Busti lo entiende como su hombre de continuidad. Es consciente de que podrá seguir manejando buena parte del poder bustista, por más que, si gana, solamente sea el presidente de la Cámara de Diputados de la provincia, siempre y cuando logre convencerlo al eternamente reelegido Orlando Engelmann que ese sillón está inventariado en la Legislatura y no entre sus bienes personales. No obstante, está claro que si Néstor Kirchner va por la reelección y logra un segundo mandato, Busti nunca dirá que no a un ofrecimiento de ministro o secretario de Estado en un nuevo gobierno nacional, si es que ello realmente sucede. Mientras tanto, con Urribarri en la Gobernación, Busti será, seguramente, quien avalará el armado del próximo Poder Ejecutivo y buena parte de la cartera de funcionarios clave.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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