La herencia de los mayores

Edición: 
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Antonio Tarragó Ros y una excelente obra que rescata el cancionero entrerriano

Claudio Cañete

El célebre acordeonista Antonio Tarragó Ros lanzó su obra discográfica titulada El alma entrerriana. Se trata de cuatro Cd’s que reúnen versiones suyas de los temas más destacados que reflejan los sonidos y el paisaje entrerrianos desde ritmos diversos –y diferentes autores– como el chamamé, la polka, la chamarrita, el rasguido doble y el valseado, entre otros. Está pensado para que sea utilizado por los maestros en las escuelas, por eso las placas reúnen en total 48 canciones y algunos karaokes para que puedan ser cantadas en clase. Jorge Méndez, Linares Cardozo, Mario Millán Medina, Víctor Velázquez, Aníbal Sampayo, Atahualpa Yupanqui, Santos Tala, Sixto Ríos y el propio Tarragó Ros, entre otros, confluyen en este valioso material. ANALISIS dialogó en exclusiva con el músico, que anticipa de qué se trata.

Dos sobres contienen cada uno un Cd, que por su cantidad de cortes es un álbum doble cada uno. Por eso el excelente arte de tapa los presenta como cuatro discos. Sin dudas una obra extensa. De esta manera, El alma entrerriana reúne versiones suyas de los temas más destacados que reflejan los sonidos y el paisaje entrerrianos desde ritmos diversos como el chamamé, la polka, la chamarrita, el rasguido doble y el valseado, entre otros.

Está pensado para que sea utilizado por los maestros en las escuelas, por eso las placas reúnen en total 48 canciones y algunos karaokes para que los alumnos puedan cantarlas junto a ellos. Jorge Méndez, Linares Cardozo, Mario Millán Medina, Víctor Velázquez, Aníbal Sampayo, Atahualpa Yupanqui, Santos Tala, Sixto Ríos y el propio Tarragó Ros, entre otros, son algunos de los autores rescatados para este trabajo. Tarragó Ros ejecuta su instrumento y canta y está acompañado por el virtuoso Hugo Mena en guitarra y voces especiales.

Volviendo al arte de tapa, en los sobres se aprecia el rostro de Tarragó Ros en cuatro versiones, en cada una tiene pintado en su cara un palo de las barajas españolas que se usan en los juegos del Chin Chón y el Truco. “Soy un naipe marcado, marcado por la música y el arte. Se sabe que un naipe marcado es aquel que propicia la trampa en el juego, el gesto corruptor de una partida. Nada más lejos de mí ni del sentido que he querido darle. Yo estoy marcado por la música de mis mayores, este chamamé que ha sido y es mi desvelo, mi pan, mi rezo, mi vida. Se me ocurre que los naipes encierran el misterio de la existencia misma. Pueden ser el cielo o el infierno. La Casita Robada en la niñez o el Chin Chón. Ser una cruz, la más dolorosa, en el camino de quien se pierde por los laberintos del vicio. Un abrazo entre amigos sanamente reunidos alrededor de sus figuras, sin que medie entre ellos nada más que un momento de distensión y picardía criolla en el Truco. Pueden llenarse de magia y asombro, transmutadas en oráculo. Cada figura representa una instancia, cada figura es un símbolo llegado de lejanos tiempos. Nunca se ha podido precisar claramente su origen, pero se cree que son europeas con definidas raíces orientales. Se deduce por consiguiente que las cartas llegadas del Oriente evolucionaron en Europa y desde allí se expandieron hasta los rincones más recónditos de la Tierra, siendo principalmente las cartas españolas e inglesas las más difundidas. Y dentro de este mundo de los naipes, acriollados en el Truco por ejemplo, los cuatro ases poseen una fuerza milagrosa que les ha sido concedida como un don, en su mundo lúdico y nunca definitivamente explorado. Soy un naipe en cada disco porque a lo largo de mis años arremetí contra todo destiempo y contratiempo intentando que el chamamé aprendido de mis mayores encuentre la luz que le había sido destinada”, explicó el músico.

Antonio Tarragó Ros nació el 18 de octubre de 1947 en Curuzú Cuatiá, Corrientes, hijo único de Tarragó Ros y Elia Crispina Molina. Matrimonio fugaz el de sus padres, consumado por la circunstancia contundente del nacimiento de Antoñito y la insólita rigidez moral del abuelo Antonio Ros, que paradójicamente había dedicado su tiempo a escandalizar a los vecinos con posturas socialistas, inconcebibles en tal tiempo y lugar.

Apenas nacido el niño pasó al cuidado de su abuelo Antonio y sobre todo de su abuela Florinda. Mientras sus padres seguían cada uno su camino, comenzó a envolverlo el mundo familiar y amoroso de una casa de catalanes anarquistas, enquistados en el corazón de Curuzú Cuatiá. Abuela Florinda se impuso como madre amantísima y absoluta. Desconfiada de la escuela pública, a su tiempo decidió enseñarle ella misma los rudimentos del saber, a su propio gusto y convicción.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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