Daniel Enz
El hombre fue quien pidió declarar. No esperó a que lo citen. Su etapa de soldado no pasó como una más en su vida. Fueron momentos fuertes, dolorosos, de angustia y bronca, en esa temprana edad en la que en lo único que se piensa es en cumplir los sueños. Quizás no tenía conciencia que en esos días de abril de 1976 corría demasiada sangre en el país, por el golpe de Estado de la Junta Militar. Que ese lugar en el que fue destinado, el Hospital Militar de Paraná, iba a quedar marcado por las secuelas de la tortura física, los heridos y muertos del accionar castrense o por los bebés robados a las detenidas ilegales.
Pasaron 33 años de aquellos días del ’76, pero D.G. recuerda cada nombre, cada rincón, cada accionar de esos días del Servicio Militar Obligatorio, que los cumplió hasta fines de mayo de 1977. Eso fue lo que trató de reconstruir, como testigo reservado, al momento de comparecer, recientemente, ante la Justicia Federal de Paraná. Su testimonio es clave; determinante y de una fuerte contundencia. Una síntesis de lo declarado –en su relato de casi 20 páginas- muestra la perversidad, la complicidad de militares y civiles médicos ante la indefensión de víctimas del terrorismo de Estado.
--En su testimonio consignó que “estaba en el Hospital Militar, en la guardia médica; era soldado ayudante de camillero pero cumplía las funciones de enfermero. Ponía inyecciones, he estado en cirugías. Todo lo que debían hacer los suboficiales mayores, que eran los enfermeros, lo hacíamos los soldados, que éramos ocho. También había un agente civil”.
--“Un día, poco después de las 11 de la mañana, llega un vehículo, un Dodge 1500 blanco con dos personas. Pararon el vehículo atravesado en el playón del estacionamiento de la puerta de la guardia médica. Bajaron dos personas del auto, abren el baúl y nos piden una camilla. Yo estaba de guardia con un compañero que falleció el año pasado, de apellido Castrogiovanni y lo llevaron en la camilla. Atravesaron todo el hospital hasta donde estaba la sala 1, que era la sala de internación de oficiales y donde se encontraba el quirófano (…) Esa persona ya tenía sangre en la boca. Llegaron, subieron la explanada que hay ahí en la entrada, y no alcanzó a ser asistido porque en el pasillo quedó la camilla. Recuerdo que le cortaron el saco que tenía, que era tipo gamulán. Alcancé a ver la herida de la bala, que era importante; supongo que de una pistola 45 o 9 milímetros. La herida era en el pecho y la salida de la explosión estaba en la zona de la espalda. A este hombre le seguía saliendo abundante sangre por la boca, eran borbotones de sangre, y una de las personas que lo habían llevado se acercaba al oído y le hacía preguntas, le pedía nombres o datos. Pero falleció en ese momento. (N. de la R.: todo indica que esa persona era Pedro Miguel Sobko, dirigente del PRT de Paraná, asesinado en la capital entrerriana el 2 de mayo de 1977, aunque su cuerpo nunca fue hallado).
--D.G. relató, además, que el cuerpo del dirigente fue llevado “a la morgue, que está de la sala 1, hacia abajo, sobre la pared que da sobre calle Alvarado, lo pusieron en un cajón de madera de pino finito, común; eso se hacía con todos, y quedaba siempre un soldado haciendo la guardia ahí. Allí nos enteramos que esta persona había escapado del auto en el que lo llevaban los militares, por calle Ramírez sobre el Colegio Don Bosco, en una gomería, media cuadra antes del establecimiento educativo y que ahí había sido atacado por dos personas que fueron las que llegaron en el Dodge 1500”.
--Un dato saliente: cuando los integrantes de la Justicia Federal le mostraron una fotografía de Sobko de la década del ’70, no dudó un instante en reconocerlo como el joven que llegó gravemente herido al Hospital Militar.
--“De una de estas personas que lo llevaron al Hospital tengo la imagen clara porque ya las había visto. Siempre estaba de pantalón oscuro, camisa blanca, zapatos. No recuerdo si lo vi alguna vez con bigote y otras sin bigote, y por información supuestamente el apellido podría ser Retamar y se lo mencionaba como hermano de un comisario que estuvo a cargo de la Comisaría V y que se lo conocía porque era referí de fútbol”. (N. de la R: los Retamar eran cuatro hermanos y todos policías; tres fueron oficiales y uno fue suboficial. Dos de ellos fallecieron. El mayor y el menor de los Retamar residen en Paraná).
--Reveló que ese día en que llegó Sobko malherido se enteró en el Hospital Militar que quien disparó contra el dirigente fue Retamar. Recordó incluso que el citado policía llevaba “el arma en la cintura, en la parte de atrás” cuando ingresó al nosocomio y que el automóvil “tenía vía libre” en la dependencia militar. Que el arma “era una 9 milímetros o una pistola 45, que son parecidas y difíciles de diferenciar a simple vista”. Sostuvo además, ante una pregunta concreta, que pudo ver que Sobko “tenía un agujero, con toda la ropa abierta, rota, llena de sangre, y por lo que uno ve o lee, supongo que no fue hecha a larga distancia”. Dijo también que la herida de la espalda sería del diámetro aproximado de “unos cinco o seis centímetros”.
--Según el ex soldado, ese mismo Retamar, concurrió también al Hospital Militar cuando detuvieron a la militante de la JP, María Eugenia Saint Giron, fallecida hace ya algunos años, hermana del empresario Marcelo Saint Girón, quien pereciera el año pasado en un accidente automovilístico. “Se hizo presente en el mismo auto y en esa oportunidad lo vi a dos metros de distancia, y eso no se olvida”, remarcó en su testimonio.
--El ex conscripto recordó a cada uno de los médicos que, usualmente, recibían heridos en el Hospital Militar, como consecuencia del accionar de uniformados, tanto del Ejército como de otra fuerza. Recordó que algunos autos que llegaban –como el que trasladó a Sobko- “tenían vía libre” en dependencias militares. “Muchos decían que era de la Federal o de la SIDE y cuando lo llevamos (a Sobko) a la sala 1, no recuerdo que médico o quien fue el que lo recibió ahí específicamente. Pero siempre estaba un suboficial Montes de apellido, que ya falleció; estaba mi compañero Castrogiovanni, y el soldado de guardia. A su vez, el que era jefe del lugar, teniente primero Jorge Horacio Capellino; podían estar además los doctores Zuino, Mario Sergio Crocce y el cuarto era Ricardo Rizzo. Eran los cuatro médicos que manejaban la sala de guardia; eran médicos militares: Los otros que eran de mayor jerarquía no se mezclaban con los soldados”, indicó.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)