D. E.
Soportó casi 16 años ese dolor contenido. Lo venía hablando con su psicoanalista en Rosario, pero nunca se animó a decírselo a sus padres. El momento clave fue el acto de graduación como médica, a principios de 2007, donde se mezclaron las emociones por el final de la carrera soñada y la incertidumbre con respecto a la penosa enfermedad que se iba apoderando de su madre lentamente. Al fin de cuentas era médica y sabía que, salvo un milagro, ese día que nunca hubiese querido que llegara, años después se cumpliría. Tenía 26 años cuando P.L. se recibió y bosquejó con sus padres la lista de quiénes pretendía estuvieran acompañándola en la entrega del título. Fue allí que se plantó: "No, disculpen, pero no quiero que el tío Gustavo vaya a mi recepción. No lo quiero ver más", acotó.
Para sus padres fue un duro golpe enterarse de las perversiones cometidas por ese hombre, contador público, empleado de un organismo nacional recaudador, a quien consideraban un hermano de la vida. La joven les pidió que la escucharan y contó en detalle lo que le había ocurrido durante casi cuatro años (entre los 9 y los 12), prácticamente una vez cada 10 días o, en algunas circunstancias, cada semana.
El testimonio fue claro y contundente. Tal como se los contó a sus padres aquella vez; tal como lo relató ante la Justicia provincial hace no más de dos semanas, al radicar la denuncia ante la jueza Elisa Zilli. "La primera vez que sucedió fue en mi casa de calle Méjico, en Paraná, cuando mis padres se fueron de vacaciones a Río de Janeiro, en 1991, y nos dejaron a cargo de mis tíos, M.G. y su esposo Gustavo Eckell.
(Más información en la edición número 997 de ANALISIS del 28 de noviembre de 2013)