Álvaro Moreyra

Mientras el seleccionado de Alejandro Sabella se preparaba para disputar la final del Mundial de fútbol, a miles de kilómetros de Brasil otro representativo nacional comenzaba su camino con la intención de revalidar el título conseguido hace poco menos de dos años.

Las diferencias son muchas, aunque la semejanza tan sólo sea una. Los contrastes entre ambos elencos no solamente tienen que ver con la distancia entre una cita y la otra, sino que se vinculan con la trascendencia que se le da a uno y otro evento. Mientras el futbolístico es televisado por canales de aire para todo el mundo y cuenta con millones de televidentes en todo el planeta, no importa la raza, el idioma o el credo, el softbolístico es apenas seguido por un puñado de fanáticos que alientan a sus jugadores como la mayoría lo hace con Messi, Di María o Mascherano.

A pesar de esto, quizás en un punto se vinculan las dos, al margen de representar los colores de nuestra bandera: en ambos casos fueron por la gloria, aunque uno lo hizo solamente por el amor a la camiseta, sin ningún billete sobre la mesa en compensación por el esfuerzo realizado y ése fue justamente el que se subió a lo más alto del podio.

En ese contexto, los chicos de la albiceleste nuevamente tocaron el cielo con las manos. A poco menos de dos años del título conseguido en la ciudad de Paraná, el equipo juvenil argentino volvió a quedarse con la gloria y ser el mejor hasta el próximo evento que revista las mismas características.

Como aquel 11 de noviembre de 2012, que sin dudas será imborrable en la memoria de muchos, porque ese día Argentina derrotó a Japón en las instalaciones de un colmado estadio Ingeniero Nafaldo Cargnel de la capital entrerriana y logró su primera corona importante en materia softbolística.

(Más información en la edición gráfica número 1006 de ANALISIS del 24 de julio de 2014)