Antonio Tardelli
La simultaneidad de dos hechos de diferente naturaleza, como la declinación de la candidatura presidencial de Sergio Urribarri y la nueva refinanciación de las deudas provinciales, describe la política condicionada de esta etapa: en los dos planos, el político y el institucional, los actores menores deben subordinarse a condicionamientos que limitan su capacidad de maniobra. El poder central es el gran ordenador y la política democrática, notable distorsión, se edifica mucho más desde arriba que desde el pie.
La postulación de Urribarri fue un producto del poder central. Entiéndase: el centro no sólo es la gravitación institucional de la Casa Rosada sino también el poder constituido, el que relega lo alternativo, lo transgresor, a la periferia. La postulación del gobernador entrerriano fue un experimento del espacio kirchnerista, que acaba su ciclo político, en el que alardeó de revitalizar la política, sin alumbrar un solo líder genuino por fuera del núcleo familiar patagónico.
A Urribarri le ocurre lo que a todos los oficialistas que fantasean con la sucesión: no es naturalmente un líder. En todo caso, en su territorio, Entre Ríos, construyó su hegemonía a partir de ciertas destrezas que, para estupor de muchos, desplegó al momento de administrar el poder burocrático legado por su mentor y maestro, Jorge Busti. Junto con la Gobernación, Urribarri heredó de Busti la conducción del peronismo de Entre Ríos y se sabe que la dirigencia justicialista se caracteriza por descubrir jefes admirables en los despachosque distribuyen los beneficios públicos.
Pero el crecimiento de su candidatura requería aditivos que, pruebas a la vista, no acertó a encontrar. Su estancamiento en las mediciones, el credo de los políticos posmodernos, le impidió capitalizar las simpatías que supo granjearse en determinados espacios del poder. ¿Significa que, como se afirma profusamente desde el martes, su postulación no fue sino un proyecto delirante? De ninguna manera. Fue una apuesta que, independientemente de los atributos personales de Urribarri, pudo perfectamente resultar mejor si los planetas políticos se hubieran alineado de otra manera. Audaz, Urribarri jugó.No prosperó. No se alzó con el premio mayor, es cierto, pero tampoco se quedará con las manos vacías.
Urribarri resigna su candidatura presidencial no porque luzca menos fogueado que sus competidores, provenga de un distrito relativamente pequeño, no sea un gran orador o carezca de formación académica. De hecho, ninguno de los que en diciembre puede asumir como Presidente de la República está en condiciones de exhibir una envergadura personal superlativa. Lo de Urribarri no cuajó –aunque la explicación sea un canto al simplismo– porque era improbable que cuajara.
De todos modos –esto era conocido desde el primer día–, para Urribarri todo ha sido rédito. El experimento de su candidatura, nacida sin otro fundamento que la voluntad de los jefes kirchneristas de alentar una oferta que los colocara en mejor situación, lo depositó en una dimensión nacional inalcanzable de otro modo. Quienes en Entre Ríos soñaban con una mudanza festiva a Buenos Aires podrán experimentar ahora una módica decepción que hallará consuelo, sin embargo, en la irremediable certeza de que fueron exagerados los pronósticos más venturosos. No más que eso.
(Más información en la edición gráfica número 1020 de ANALISIS del 14 de mayo de 2015)