Informe especial: El buen samaritano

pobres

Cuando la ausencia del Estado se hace notar y las demás instituciones de la sociedad civil ya no dan respuestas, en los barrios vulnerables quedan ellos: hombres y mujeres de la Iglesia que viven ahí, caminan sus calles y comparten el día a día de la gente para darles una mano cuando más la necesitan. Conocen el territorio y son los primeros en brindar la asistencia que hace falta, y que se multiplicó en tiempos de pandemia. Un informe del programa televisivo Cuestión de Fondo (Canal 9 Paraná) recorrió el trabajo de sacerdotes y religiosas que decidieron vivir la opción por los pobres en Paraná.

En el límite de los barrios San Agustín y Gaucho Rivero de Paraná, la obra de las Hermanas Franciscanas de Gante comenzó en 1987 con la Hermana Mariana. Su trabajo tenaz junto a la comunidad de la Capilla San Francisco de Asís logró la creación de la Escuela Privada de Recuperación e Integración Nº 207 “Juana Teresa Crombeen”, la Guardería “Los Gauchitos de la Virgen de Luján”, y el comedor comunitario y Centro de Día “Virgen de la Esperanza”.

Desde aquellas épocas, estas instituciones promueven actividades que estimulan el desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes en contexto de vulnerabilidad. Contribuyen a mejorar su rendimiento escolar y la permanencia en la escuela. A su vez, realizan actividades que permiten el desenvolvimiento de las propias capacidades creativas y recreativas en pos de mejorar su calidad de vida. Ambas instituciones dependen de la Asociación Civil “Instituto Cristo Redentor”  y funcionan en el predio de la Capilla San Francisco de Asís, en calle Montiel 1695.

De lunes a viernes brindan talleres de Apoyo Escolar, Deportes, Plástica, Autoayuda, Cocina, Juegos, Teatro y Circo, Artesanías, Reciclado, Rap, Lectoescritura, TICs, Gráfica, Radio y TV. Las actividades están destinadas a niños y niñas de 6 a 12 años, y adolescentes de 13 a 18 años, de los barrios Gaucho Rivero, Santa Rita, San Jorge, Padre Kolbe, San Francisco y Anacleto Medina Sur. Actualmente atiende a más de 280 chicos y trabajan docentes, auxiliares docentes, profesionales, cocineras, personal de apoyo y voluntarios. Y un equipo técnico integrado por: psicólogo, psicopedagogas y trabajadora social.

“Llegamos al barrio en marzo de 1987 y lo primero que hicimos fue recorrerlo, conocerlo y conocer las familias, ver las necesidades y a partir de ahí se creó el comedor. Es decir que ahora estaría la escuela, la guardería y el comedor y centro de Día”, contó a Cuestión de Fondo la hermana Dolores que hoy está a cargo de la obra.


Hermana Dolores, de la obra de las Hermanas Franciscanas de Gante en Gaucho Rivero. 

“Participan libremente, a contra turno de la escolaridad, niños y adolescentes, a través de talleres y de apoyo escolar inicialmente, la leche y espacios recreativos el objetivo es alojarlos, promover sus derechos y estimularlos a continuar en la escolaridad regular”, especificó Natalia Arioli del equipo directivo del Centro de Día.

Sobre la actualidad y la vulnerabilidad de las familias de esta zona de la ciudad, explicó que “todo lo que ha sido esta etapa de virtualidad y de aislamiento fue generando otras dificultades hacia adentro de las familias y sobretodo de proyectar, de sostener un proyecto educativo, un proyecto de vida, con dificultades muy duras porque alteró el poquito ritmo que se iba conquistando y por otro lado atentó contra la posibilidad de proyectarse”.

También integrante del equipo directivo, Alejandra Gauna mencionó que “normalmente hay una población de 300 chicos y este año hay un cupo de 200 por una cuestión de protocolo que se va renovando, además hay 132 familias a las que asistimos durante todo el año pasado y este año con un complemento alimentario”. “A pesar de la pandemia hacemos todo lo posible para que los chicos estén acá porque ellos quieren venir”, afirmó.


Natalia Arioli, integrante del equipo directivo del Centro de Día "Virgen de la Esperanza"


Alejandra Gauna, integrante del equipo directivo del Centro de Día "Virgen de la Esperanza".

En ese sentido, analizó que “el nivel de pobreza se ha profundizado en un periodo de 20 años. La cuestión de la pobreza se marca en distintos niveles, como institución intentamos reforzar no solamente lo alimentario sino también lo vincular, volver a recuperar los vínculos con las instituciones, con la escuela, está esta fractura que se ha producido como secuela de la pandemia y nuestra tarea día a día es recuperar este vínculo con el docente, con el tallerista, con el resto de las instituciones del barrio con las cuales trabajamos”.  

A su vez, la religiosa reconoció que en este tiempo de pandemia la gente se acercó más a pedir ayuda: “Se les dan los bolsones para que no vayan los chicos al comedor, y después siempre aparece la gente, porque el barrio siempre ha tenido necesidades y a partir de esas necesidades fue que se fue creando lo que se creó hasta el momento”.

Consultada por las formas de lograr soluciones definitivas, la hermana Dolores reflexionó: “Es bastante difícil pensar en paliar la situación definitivamente porque la realidad es bastante difícil, pero el trabajo es fundamental. Habiendo trabajo va a haber dignidad”.

La realidad en Anacleto Medina

En el corazón del barrio Anacleto Medina, casi al borde de los bañados, el Padre Germán Brusa está a cargo de la Capilla San Martín de Porres, y es rector de la Escuela Secundaria de Gestión Social “Pablo de Tarso” que se creó en 2014. Su jurisdicción alcanza también a los barrios Santa Rita y San Jorge.  

El cierre del nivel secundario de la Escuela Privada N° 22 “San Antonio María Gianelli” en 2011 obligó a la comunidad a buscar alternativas para que los jóvenes de la zona no se quedaran afuera del sistema educativo. “No tener escuela en este barrio es un suicidio para los jóvenes”, sentenció el padre Germán, mentor del proyecto junto a referentes sociales de la zona. Para poder plasmar el sueño de la escuela secundaria primero se constituyó la Fundación “Presencia Presente”. Dentro del abanico de posibilidades se optó por un formato no tradicional, atento a que las demás variantes conducían indefectiblemente a la deserción escolar y con ellas no se podía responder a las demandas de un determinado diseño curricular.

Sobre la finalidad de la labor que realiza desde 2014 en el barrio, el párroco afirmó ante Cuestión de Fondo que “el trabajo de la escuela no es solo de contención sino realmente de educación, como escuela de gestión social estamos proponiendo un proyecto de vida para adolescentes y jóvenes, y el de la capilla es otro trabajo más de contención humana y espiritual para las familias del barrio”.

“Hoy la realidad del barrio es compleja, más de lo que ya era. Esto de la pandemia y la cuarentena mostró más al desnudo lo que es la pobreza en sentido estructural, no solo en lo material sino también en lo cultural. Y emergieron muchas situaciones que siempre estuvieron, como la violencia o el consumo de drogas que están pero que en esta situación se vieron muchísimo más potenciadas”, describió.


Padre Germán Brusa, párroco de la Capilla San Martín de Porres. 

Y explicó que “una de las características de esta pobreza estructural es que la gente no logra salir por sí misma de su situación, siempre están dependiendo de alguien, de la asistencia del Estado, de la Iglesia o de las ONG´s que trabajan en la zona y de repente la pandemia hizo que esas instituciones del Estado e intermedias no estuvieran más y ahí se vio lo que genera esa dependencia: la gente queda sin saber para dónde ir y con mucha desesperación. Lo positivo es que ante esto, surgieron algunas iniciativas en los vecinos del barrio como muchos merenderos”.

En este contexto, el sacerdote advirtió que “con los adolescentes y jóvenes tenemos las mayores dificultades, muchos de los cuales están en situación de calle porque la pandemia generó múltiples conflictos hacia adentro de las familias, las viviendas son muy pequeñas para mucha cantidad de personas y muchos chicos prefieren estar en la calle porque no hay escuelas ni clubes deportivos. Hubo depresiones e intentos de suicido en los jóvenes, que no era común en estos lugares”.

“La pandemia implicó una visión nueva del trabajo, para evitar la concentración de gente y hubo que acercarse a las familias, llevarles lo que necesiten, ver cómo están y en ese sentido como Iglesia implicó un crecimiento, porque no escapamos a la lógica del asistencialismo. Entonces esta etapa nos llevó a tener una actitud más proactiva; para obtener recursos, en la capilla se generó un microemprendimiento de fabricación de pastas con personas del barrio. La cuarentena y la pandemia nos mostraron la profundidad de la crisis y de la pobreza estructural del barrio y nos obligó a pensar nuevas estrategias. Desde la escuela también se buscó pensar otros proyectos socioeducativos inéditos como una escuela de arquería o de canotaje, no solo como contención sino también como alternativa de cuidado. Fue ir buscando alternativas para responder inmediatamente al problema y pensando en generar desde la misma comunidad los recursos y las estrategias para salir adelante en situaciones donde no tenés quién te vaya a salvar”, comentó.

Además, reiteró que ante las restricciones las instituciones intermedias y el propio Estado de pronto dejaron de tener presencia: “Quedamos acá los que vivimos acá, porque los que trabajan acá pero no viven en el barrio no es lo mismo. También es un poco agotador porque uno está acá y a cualquier hora te tocan el timbre, te llaman, te buscan, pero es clave eso también. El estar acá ayuda mucho”.

Consultado por el crecimiento de barrios con pobreza extrema en la zona, el sacerdote reveló que “hay un asentamiento que está creciendo sobre calles Montiel y Virrey Vértiz donde hay terrenos del Ejército, y es una situación bastante compleja y complicada porque no hay planificación urbana, no hay calles, no hay servicios y eso dificulta la tarea de los agentes de salud, fundamentalmente. Es difícil llegar, no puede entrar una ambulancia, por ejemplo, y eso dificulta las condiciones de vida de la gente. Ha ido creciendo este tipo de asentamientos y acá también hay gente también que se asienta a la vera de la laguna”.

Sobre la falta de trabajo, dijo que “es complejo. Acá mucha gente que durante muchos años aprendió a sobrevivir y muchos viven de trabajos informales, como changas de albañil o empleo doméstico, y en este tiempo se las ingeniaron de otra manera, por ejemplo con venta de comidas”.

Y en esto también apuntó a las responsabilidades del Estado: “Hay recursos pero habría que hacerlos llegar a más gente. De repente hay muchos programas sociales como el Potenciar Trabajo, pero no llegan a todos. Generalmente muchos de estos planes están en manos de movimientos sociales y punteros y por ahí llega al grupo que ellos cubren”. “Hay recursos, están llegando pero no llegan a todos. Quizás si el Estado pudiera abrir el juego y trabajar con otras instituciones y no solamente con organizaciones sociales y punteros barriales, como escuelas”, concluyó.  

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