De países, verdades e imposturas

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El mensaje de la Presidenta ante la Asamblea Legislativa

Antonio Tardelli

El país “real” que describe la Presidenta es –no puede ser de otro modo– un recorte: una catarata de cifras, de obras, de anuncios, de logros. Es la descripción de una tierra paradisíaca. Es la lógica de los oficialismos. El país “virtual” que la enfurece es otro recorte, otra selección: es la colección de críticas que, subraya, le dedican algunos medios de comunicación.

Pero el país real, mal que le pese a la Presidenta, es otro. El país real no se corresponde con lo que reflejan los medios (ni los oficialistas ni los opositores). No puede hallarse el país “real” en ninguno de los dos relatos.

Si la verdad es una conquista política, la verdad es un asunto que dirime el poder. En tanto se tome a pie juntillas que es el poder, y sólo el poder, el que impone los criterios de verdad, todo se reduce a una disputa política, a un combate entre poderosos (de idéntica o diferente naturaleza), y pierde sentido toda discusión interesada por ajustarse a principios lógicos y esquemas argumentativos. En tal caso, nada importa si los sucesos se corresponden o no con las palabras que presumen de analizarlos.

Muchos actores de la política parecen convencidos de que es delicioso desentenderse incluso de lo que es objetivamente comprobable. Lo que importa es su relato. Lo que importa es el discurso. Si tengo más fuerza, si impongo mi verdad, será una minucia que me asista o no la razón. Así, la política –ocurre con la política argentina del presente– se convierte en una mera y vacía competencia por la victoria.

Pero nada es tan irreductible como aparenta. La realidad es más compleja de lo que presentan los abiertamente opositores o los declaradamente oficialistas. La realidad debe ser pensada y repensada. Los argentinos no habitan el país “real” y maravilloso de la Presidenta ni el aludido país mediático o virtual. Hay que descreer tanto de “Clarín” como de quienes hacen “Clarín” al revés con un nivel de servilismo que tiene poco que ver con un proyecto plural, democrático y transformador como el que el gobierno alega representar.

Se puede –se debería– ser oficialista sin caer en el sectarismo y la arrogancia. Se puede –se debería– ser oficialista sin pretender monopolizar el progresismo (progresismo del que, por otra parte, se puede dudar). Y se puede ser opositor –es preferible– sin ser, como pretende al gobierno, un agente de la derecha. Porque además el peronismo gobernante deja amplísimos márgenes para ser criticado por izquierda.

(La información completa en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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(Foto ilustrativa: Cedoc)

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El beneficio es en el marco de plan federal FortalecER Teatro.

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