Fernández sumó a Guzmán a la gira por Europa en busca de apoyo para negociar la deuda

Alberto Fernández con el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Giuseppe Conte

Alberto Fernández se reunió con el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Giuseppe Conte

Alberto Fernández despliega una compleja agenda en Europa que tiene una sola pretensión política: evitar que la deuda externa caiga como su guillotina económica ante la imposibilidad de cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los bonistas con sede en New York para postergar los pagos multimillonarios que vencen en un futuro cercano e imperfecto.

El presidente trajinó ayer los despachos más poderosos del Vaticano e Italia para sumar consensos a una batalla que es desigual contra los acreedores externos privados y multilaterales. Fernández ratificó el compromiso de Francisco en su cruzada para aumentar su crédito político en la arena global y logró que Italia vote a favor de la Argentina cuando se discuta en Washington la mutación de los créditos standby que el FMI otorgó a la administración de Mauricio Macri.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y la declinación política de Ángela Merkel en Alemania corrió del centro del escenario internacional al Papa, pero su influencia personal se mantiene intacta frente a jefes de Estado que aún observan desconfiados la cruzada política que lidera Alberto Fernández en territorio europeo.

Francisco nunca avaló la agenda económica y financiera de Macri, y su silencio no fue ponderado cuando los países europeos obedecieron las instrucciones que bajó Trump al directorio del FMI. Ese silencio del Papa ahora funciona como un argumento a favor del presidente peronista: levanta su voz todos los días para tratar de convencer a los líderes mundiales que Argentina honrará sus deudas si antes permiten que resuelva su crisis social y económica.

La tarea pastoral de Francisco se asemeja a la aplicación meticulosa de un dogma de fe político, mientras que Alberto Fernández protagoniza audiencias de Estado para explicar que su credo económico y financiero puede evitar una crisis en la Argentina que arrastre a los principales países que aportan sus millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI).

El jefe de Estado explica en sus apariciones públicas y privadas que no habrá un quid pro quo con los acreedores externos que signifique más ajuste, desempleo y soledad. Pero a medida que trajina las calles de Europa -anoche perdió una cuota de su identidad institucional con el Brexit-, confirma que la suma de consensos implica una reformulación futura de ciertas condiciones estructurales de su primer plan de económico de gobierno.

Alberto Fernández coronó ayer un éxito político en su reunión con Giuseppe Conte, premier de Italia y líder de una coalición partidaria que tiene cierta impronta fellinesca. Conte adelantó que Italia apoyará al país cuando se negocie con el FMI, pero a continuación preguntó qué sucederá con las tarifas, el tipo de cambio y la imposibilidad de remesar las ganancias a las casas matrices.

El mandatario argentino argumentó que la administración Macri había dejado un incendio económico, que la dolarización de las tarifas funcionaba como un multiplicador de la crisis social y que ante la ausencia de divisas había dispuesto restringir su circulación hasta obtener una estabilidad financiera que permita atenuar las restricciones estatistas.

Conte es un líder pragmático: llegó al Palacio Chigi con una coalición de centro derecha y ahora gobierna con un gabinete de centro izquierda que podría haber jurado el 10 de diciembre en la Casa Rosada. Entonces, ante las dificultades descriptas por Alberto Fernández, escuchó, ratificó su apoyó en el FMI e instó a profundizar las relaciones bilaterales.

Un dato temporal en clave política sobresalió en el encuentro del presidente con Conte: hubo empatía personal, aunque las empresas italianas sufren con la economía argentina, y esa empatía retrasó la audiencia que Alberto Fernández tenía prevista con Sergio Mattarella, presidente de Italia. Mattarella entendió la situación, y como Conte, apoyó a Alberto Fernández y su cruzada europea.

Aunque simule una paradoja política, las explicaciones presidenciales desplegadas para obtener consenso mundial causan estrés a su plan económico y financiero. Alberto Fernández argumenta que no hará nada que profundice la crisis social a cambio de sumar apoyo a las negociaciones con el FMI y los tenedores de bonos. Esa es la viga maestra de un programa de gobierno y la base de su concepción moral de la política.

Pero el Presidente leyó a Max Weber -ética de las convicciones y de la responsabilidad- y sabe que los países más poderosos jugaran a favor si sus empresas radicadas en la Argentina recuperan la libertad económica y la posibilidad de aumentar sus beneficios. No se trata de solidaridad en términos del comienzo del siglo XX, se trata de hacer negocios con la tenacidad del siglo XXI.

“No descarto cambios en el plan económico, pero serán con prudencia y a nuestro ritmo”, explico el presidente ante la pregunta puntual de Infobae.

Frente a los planteos institucionales que escucha de sus eventuales socios en la negociación del FMI; Alberto Fernández decidió incorporar a Martín Guzmán en sus escalas de Berlín y Madrid. El presidente necesita fortalecer sus argumentos económicos, y resolvió que Guzmán participe de las bilaterales con Merkel y Pedro Sánchez, jefe del gobierno de España.

Nada mejor que un ministro de Economía valorado por el Presidente -en otra época solo parecía un buen compañero de viaje- para consolidar un discurso que es clave en la negociación con el FMI y los bonistas de New York. No hay que descartar que Francisco llame a su amiga Merkel para describir el perfil de Guzmán, que lentamente va perdiendo la sorpresa política a medida que profundiza los contactos en el mundo de la realpolitik.

“Nosotros pensábamos que Macri ganaba las elecciones”, le confesó a Guzmán un representante del Departamento del Tesoro que viajó desde Washington a Manhattan para verlo tras su presentación en el Council of America.

-¿Entonces...?-, preguntó el ministro de Economía.

-Nada. Construiremos nuestra propia relación-, replicó con sonrisa profesional.

Los argumentos de Guzmán desplegados en New York ante el enviado especial de Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, calcaron la estrategia diseñada por Alberto Fernández para enfrentar la crisis de la deuda externa. El presidente desea que el FMI acepte una postergación de los vencimientos de capital en 2021 y 2022, y que la negociación no termine en un programa de ajuste bajo la forma de un crédito con facilidades extendidas.

Todos los caminos llevan a Trump y su decisión política de apoyar al gobierno peronista. Estados Unidos tiene mayoría en el board del FMI, y su decisión es fundamental para contener a los bonistas extranjeros o causar un efecto dominó con resultados dramáticos y profundos.

Alberto Fernández sabe que la Casa Blanca es la pieza clave del rompecabezas económico y financiero. Su embajador en Estados Unidos, Jorge Arguello, ya está en DC y prepara la bilateral que debería coronar en una foto del presidente argentino con Trump en el Salón Oval.

Esa imagen llegará a las redes sociales en los próximos meses, pero antes Alberto Fernández busca cerrar su retaguardia política con Francisco, Conte, Merkel, Sánchez y Emmanuel Macron, a quien visitará en París antes de regresar a Buenos Aires. El Presidente confía en la gira europea, pero descarta su resultado como un talismán a prueba de fondos buitres y halcones de DC.

-Raúl Alfonsín planteó la variable europea para enfrentar a Ronald Reagan que se negaba a una negociación con un posible Club de Deudores-, se le recordó al mandatario cuando promediaba el vuelo de Buenos Aires a Roma.

-Me acuerdo-, replicó Alberto Fernández con sonrisa cómplice.

-¿Entonces...?

-Tengo Plan B.

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