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Había fallecido el 23 de Octubre de 2020

José Carlos Elinson falleció en la mañana del 23 de octubre de 2020, en una clínica de su amado Paraná. Horas antes había empezado a bosquejar lo que fue su último artículo, que no alcanzó a desarrollar por el infarto masivo, que derivó en su muerte. Pepe Elinson escribió desde los inicios en ANÁLISIS, a principios de los ’90. Su pluma y su claro pensamiento sirvieron sin dudas al periodismo lugareño, como también a miles de lectores que no dejaban de comentar sus artículos sobre política o la realidad de todos los días. En la sección Letras de esta revista, se podrán leer además, algunos de los poemas de Pepe, que era su otra faceta literaria. Publicamos aquí algunas de las notas de los últimos cuatro años de Elinson, para tener presente su pensamiento.

La ley y el orden

Por José Carlos Elinson
(10 de Abril de 2014)

Leyes a las que muchos aluden como más bien permisivas en el tratamiento que se les aplica a los delincuentes, y una sociedad que ha mantenido un perfil de beligerancia muy moderado a la hora de reclamar, han sido tal vez el fuego a cuyo calor fueron irguiéndose la bronca, la impotencia y la sed de revancha ante los atropellos de una delincuencia a la que vemos adueñándose de los espacios de todos al precio de la integridad física, cuando no de la muerte de sus ocasionales damnificados.

El ya utilizado por muchos, ejemplo de la olla a presión, cabe perfectamente para describir el fenómeno que por estos días aqueja a buena parte del país. Al no quitársele presión, la olla terminó por estallar, y en el estallido se llevó puesto todo lo que halló a su paso. Así es, precisamente, cómo se manifiestan sectores de la sociedad argentina respecto de los forajidos callejeros de este presente complicado y traumático que nos toca vivir.

“De ninguna manera puedo convalidar este estado de violencia que no hace más que aumentarla”, dicen cuando se les pone un micrófono por delante o se les enciende una cámara. Después en privado, en las charlas de vereda o en las mesas de café dicen al amparo de las coincidencias con sus interlocutores, “habría que matarlos a todos”, refiriéndose, claro, a los malhechores de marras.

Los hombres y mujeres de derecho, sean abogados del foro o funcionarios del poder judicial, condenan la justicia por mano propia e insisten en la existencia de leyes que norman la vida en sociedad.

“Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha”. (José Ortega y Gasset. escritor y pensador español).

Una sociedad sin contenciones reales deriva en una masa, y la masa actúa por impulso manifestándose con y desde lo peor de sí.

Lo que está agobiando a buena parte del país es precisamente eso: la manifestación de las peores miserias de una sociedad que ve enormes baches en la administración de justicia y la escasa contención que sería de esperar de una fuerza policial que se ve sobrepasada por una realidad abrumadora.

En la novela de Bioy Casares los jóvenes matan a los viejos. La explicación de esa conducta aparece en el tiempo y el espacio de la obra, tan confusa como inaccesible. En la realidad de parte de la Argentina de hoy, los delincuentes callejeros roban, hieren y a veces matan a las víctimas de sus atropellos. La explicación de este relativamente nuevo estilo delictivo, también se torna para muchos, confuso e inaccesible desde el discurso oficial. El mismo Bioy, en alusión al fenómeno que relata en su novela señala: “la gente afirma que muchas explicaciones convencen menos que una sola, pero la verdad es que para casi todo hay más de una razón. Diríase que siempre se encuentran ventajas para prescindir de la verdad”.

Esta realidad, tan dura como cierta a partir de testimonios de lo cotidiano importa a la existencia de más de dos sectores en pugna en el seno de la comunidad: Por un lado debemos reconocer a los delincuentes, por otro a una sociedad absorta que contempla y se aterra, otro sector es el de los que decidieron ante lo que definen como ausencia del estado, “hacer justicia por mano propia”. Otro lugar está reservado para el estado -el que se quiera-, nacional, provincial o municipal, que se ve superado por una realidad que a medida que avanza parece acrecentar sus límites. En días pasados decía el legislador entrerriano Martín Uranga que “volver a discutir ciertas cuestiones es un gran retroceso; es como que volvamos a discutir si está bien o mal la esclavitud, si está bien o mal la tortura. Me parece que volver a discutir un linchamiento, el sólo hecho de inmiscuirnos en esa discusión, es un retroceso”. En tanto, el procurador general Jorge García apuntó: “Esto nos retrocede a la barbarie. Indudablemente nos tiene que preocupar muchísimo y nos debe hacer reflexionar sobre algo que es positivo, como es la solidaridad con un semejante que sufre un robo, un arrebato; esto que es valioso, como evitar que la persona fugue, aprehenderla, ir a declarar cuando suceden estas cosas, esto que es muy bueno porque hace a los lazos de horizontalidad, se pervierte automáticamente cuando en el momento de la aprehensión en que el ciudadano continúa teniendo todos los derechos y garantías, se transforma en venganza con una pateadura o una paliza, o peor aún si se trata de lincharlo para darle muerte”.

A su turno, el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, expresó en una evidente alusión a fallas que observa en el poder judicial, que “los jueces tienen más preocupación por defender los derechos de los delincuentes que los del resto de la sociedad".

El jefe de Gabinete de ministros, Jorge Capitanich, representando al gobierno, fue otra de las voces en pugna al politizar el tema asegurando desde un concepto próximo al simplismo vacuo, que los linchamientos son producto de una "extrema derechización".

Como en la vieja fábula de infancia, la pregunta de “quién le pone el cascabel al gato” se instala no exenta de preocupación en distintos sectores de la sociedad que aún permanecen expectantes y temerosos ante el avance de quienes han tomado las calles como ámbito natural de sus actividades delictivas, y de aquellos otros que, a modo de defensa de propios y extraños, estropean seriamente cuando no matan a los delincuentes que desde el modo del arrebato callejero dañan seriamente a sus víctimas e imponen el miedo entre los habitantes de las ciudades.

Mientras tanto, la vida desde sus más diversas manifestaciones, sigue, y los que pretenden conservarla se preguntan en qué rincón confuso del olvido se les quedaron las leyes que deberían protegerlos y cuándo fue que el orden pasó a ser no mucho más que un espejismo que como tal, se sabe inalcanzable.