Tembladeral

Por Antonio Tardelli (*)

Iremos a votar con sensación de tembladeral. No ha sido tan frecuente pese a que vivimos, sí, en una nación de cíclicas crisis. Hemos votado en momentos peliagudos pero en todo caso eran las elecciones, y el pronunciamiento popular, lo que precipitaba los interrogantes respecto de la evolución económica y el futuro institucional.

Esta vez iremos a votar -se puede arriesgar- pensando más en el lunes que en el mismísimo domingo. Hay una radiografía reciente. Perdimos el respeto por las encuestas, que en el planeta entero fracasan al predecir, pero disponemos de un valioso sondeo extendido. El sistema de primarias, que en los hechos define poco pudiendo ser mucho más relevante, nos proporcionó un inmejorable mapa del humor popular. Nos informó acerca de las fortalezas y las debilidades de la política.

Contamos, además, con intuiciones. Poca cosa. En efecto, si fracasa la ciencia -las buenas encuestas respetan parámetros rigurosos- el mero pálpito es aún más proclive al error. Incluso así, no han sucedido tantas cosas -tantas cosas como hubiese necesitado el oficialista Frente de Todos- que hagan pensar que el veredicto popular pueda alterarse mucho respecto de lo ocurrido el 12 de septiembre.

Pero estamos en la Argentina, escenario de lo imprevisible, donde nada es improbable. En cualquier caso, el resultado importa. Es una obviedad: siempre interesa.

Pero en este momento importa también porque nos dará la medida del poder político del gobierno para adoptar una serie de decisiones que, respondan a la orientación que sea, lucen demoradas. De una vez por todas, y por un simple instinto de conservación, el gobierno deberá revertir la sensación de inacción que viene entregando en el terreno económico. Será inacción o ineficacia pero a los efectos colectivos es más o menos lo mismo.

Hay quien cree que después del domingo el gobierno se radicalizará. Otros, en cambio, suponen que predominará la moderación. Que adelantará su acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que emprolijará algunas variables y que ensayará previsibles correcciones.

En realidad, nadie lo sabe. Lo único seguro es que la magia no existe. Y que el voluntarismo presenta notorios límites.

Por lo que, la salida a la crisis -o el intento por dejarla atrás- dependerá de medidas gubernamentales que en muchos casos serán antipopulares. Antipáticas, supondrán un costo adicional para las autoridades. El contexto es extremadamente complejo. Según diferentes analistas, la actual situación es comparable a las que en el pasado antecedieron a dramáticos momentos de la Argentina.

Hay un dato -entre otros- que impresiona: en octubre el gobierno nacional emitió a razón de ocho millones de pesos por minuto. Más de trescientos mil millones de pesos en un mes. Estamos inundados de billetes nuevos, suaves, planchaditos, que valen sin embargo menos que el papel en que se imprime su denominación.

Eso se define el domingo: el poder de una administración obligada a adoptar determinaciones complicadas. La brecha cambiaria es abismal, las tarifas permanecen atrasadas, los vencimientos constituyen una amenaza cercana, el nivel de subsidios potencia el déficit y ha sido notorio el deterioro del poder adquisitivo de los ciudadanos que viven de un ingreso fijo. Un cóctel explosivo.

¿Cómo se enfrentan tantos problemas simultáneos? ¿Por dónde se empieza? No es sencillo. La solución a la mitad de esos inconvenientes agrava la otra mitad de los problemas. Hoy la manta, la que al cubrirnos la cabeza nos destapa los pies, se presenta más cortita que nunca.

Se necesita con urgencia que los estadistas operen sobre esa realidad y en la medida de lo posible sin multiplicar el dolor. Tal cosa, sin embargo, únicamente existe en el reino de la fantasía, en el universo de los sueños o en el terreno del deseo.

Por lo que la alegría de votar, la renovada satisfacción que acarrea un repetido ejercicio de libertad, esta vez tiene el contrapeso de saber que el domingo es, además de día de elecciones, la víspera de un tiempo que entregará noticias difíciles. Queda atrás el breve tiempo de los anuncios simpáticos. Sin elecciones a la vista, la clase política deberá extremar su responsabilidad para enfrentar una realidad que otra vez amenaza con embestirnos sin piedad.

 

(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS

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