El día que la tierra se detuvo

Coronavirus

Coronavirus: el día que la tierra se detuvo.

Por Dario Dayub*

Pasé muchos años amaneciendo sin querer subirme al mundo por el modo en que éste giraba; lo hacía obligado, de vez en vez, sólo para subsistir, y aburría a los allegados con mis pareceres negativos al respecto.

Hasta que un día me bajé del todo, imaginé uno distinto y, mochila al hombro, emprendí mi propia marcha. Pero justo cuando estaba tomando envión, por fin la tierra un día se detuvo; tomó aire del humano y exhaló vida al resto, que de pronto empezó aparecer.

Lo que no pudo la razón y la evidencia cotidiana lo pudo el microorganismo más pequeño que existe, como enrostrando lo simple que al final era. Con una precisión quirúrgica nos puso en valor todo lo olvidado: la libertad, la salud, la vida, su calidad, los ancianos, la empatía, la solidaridad, los deseos, los sueños, el tiempo, el contacto humano, la austeridad, la prudencia, los cuidados propios y colectivos, los afectos, el concebirnos como comunidad, donde el actuar de uno, para bien o mal, repercute en todos. Junto a los detalles perdidos, como el sol y las muestras de cariño.

También nos aleccionó sobre materias no aprehendidas del todo: Que ante el riesgo siempre te salva “otro”, con aquello valores, y no el dinero; que veces SÍ somos todos iguales; que “los buenos” valen doble, que “los malos” no siempre lo son, pero que a veces pueden ser peores; que el valor de las cosas lo fija la necesidad y no el capricho del mercado; que en tu casa sólo, y aun rodeado de confort, siempre te va a faltar “el otro”; que las grietas deben cerrarse; que el resto de la vida también necesita espacio para respirar y que cualquiera, un día, puede decirte Basta! por mas minúsculo que sea.

Somos parte de la última generación de la modernidad que condenó el ocio como un pecado, y consagró al trabajo como el “Dios de la Virtud”; como si el tiempo vendido no fuera el único bien no renovable que tenemos o existiera otra vida de repuesto para concretar los sueños.

La generación que repitió “Por mi culpa… por mi culpa, por mi gran culpa…”, cada domingo, mientras mordía la comezón de los deseos más genuinos, profundos y humanos.

La última a la que lograron convencer que la felicidad estaba fuera de sí y a la venta, mientras salía desbocada a comprarla con un frenesí descontrolado que arrasó con toda la vida que se le puso enfrente; perdiendo en el camino la sonrisa, la paz, la alegría, las ganas, la salud, los afectos, el sentido, la vida… todo. La última a la que obligaron desde el preescolar a “construir futuro” sin pausa y sin poder elegir cuál; futuro que, al final, nunca llegó ni logró ser presente. Y así, atrás quedó perdida la infancia de millares de niños sin su “tiempo… pero tiempo no apurado… ése, de jugar que es el mejor… suelto y no enjaulado…”

Pero, para nuestra suerte, por fin la tierra se detuvo y pudimos bajarnos de la rueda del hámster, por un instante, para poder mirar.

Un virus nos puso en crisis dándonos la posiblidad de resilir a un muy bajo costo, ya que pudo haber sido peor (Vgr.: La “Peste Bubónica”, en la Edad Media, se llevó 20millones de la población mundial -10% aprox.- sin cura, no distinguió edad y mató al 100% de los enfermos); ésta solo nos arrinconó utilizando el miedo, su rápida propagación y la posible insuficiencia de recursos, ante un demanda masiva, como herramientas.

Deseo que los adultos podamos resilir, cambiar y salir mejores de esto.

Deseo que cuando esto pase te animes a dejar de hacer lo que hacías para hacer eso que tan feliz te hace; que puedas darte tiempo para lo que quieras, sin culpa; que no valores sólo tu vida sino también la calidad de la que llevas a diario; que ames sin pudor, que lo demuestres mucho más; que atiendas todo aquello que descuidaste; que corras a buscar a quién ignoraste solo por orgullo o vanidad; que abras urgente todas las jaulas y cortes todos los lazos que atan la vida animal a cuarentenas perpetuas.

Deseo que pares de consumir como un salvaje con descontrolado derroche; que vivas liviano; que respetes la biodiversidad, te preocupes por el resto de los que estamos en este mundo y por los que vendrán.

Deseo entonces, que aproveches quizás la última posibilidad dada a la generación del siglo pasado para que puedas integrarte a los nuevos tiempos, que indefectiblemente acaecerán, de la mano de las nuevas generaciones, «casualmente» no afectadas por la pandemia. Éstas afloran empáticas, diversas, tolerantes, pacíficas, solidarias, integradoras, ecológicas, igualitarias, amorosas, universales, poliglotas, con el mundo como proyecto y no la propiedad, enteramente libres en mente, cuerpo y alma.

Capaces de reconvertir el mundo, haciendo del desastre que les legamos un lugar mejor, para vivir ellos y dejar a los que vienen; incluso para aquellos a los que nosotros excluimos dejándolos en el camino, porque los van a ir buscar para recogerlos e integrarlos.

En la revolución más profunda y universal de la que tenga memoria la humanidad; que no será militar, política ni económica sino cultural, pacífica y silenciosa.

Acaecerá inevitablemente, solo falta que estos «chicos» sigan creciendo y ocupen los lugares de decisión que tendremos que ir dejando según pasen los años. Un mundo próximo e inminente que marcará la evolución humana; del que solo podrás decidir si integrarlo o quedarte en el camino viéndolo pasar mientras te dejan en el pasado.

El día que la tierra se detuvo solo se sacudió un poquito para instarte a que cambies a tiempo.

Deseo que todos podamos cambiar e integrarnos a ese mundo joven que se aproxima y, así, evitar ser derramados por él, como lo hace el líquido, de un vaso lleno, con su espuma que le sobra por no lograr integrarse a él.

(*Abogado, proteccionista, militante progresista. Presidente del partido GEN Paraná, Entre Ríos).

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