Por J.C.E. (*)
Desde un principio dijimos que los enemigos asociados al COVID-19 eran la angustia y la ansiedad de una sociedad que no le adjudica tanta importancia al huésped desagradable como a la interrupción de las actividades que hacían a lo que era antes de la llegada del coronavirus, su vida normal con todo lo que ello implica.
Aciertos, errores, lamentos, postergaciones, enojos, reconciliaciones, en fin, los condimentos que suman a la cotidianidad.
No es necesario que nos digan que cargarse un país al hombro aquejado además por un mal desconocido, no es tarea fácil para nadie, pero algunos que apoyamos las primeras apariciones en público de Alberto Fernández vemos de un tiempo a esta parte que el Presidente ha ingresado a un laberinto del que se le está haciendo difícil encontrar la salida.
En alguna columna anterior apostábamos a la necesidad de no diversificar el discurso y que fuese el propio Presidente quien oficiara de único vocero para contarle al pueblo “de qué se trata”. No sólo no tuvimos éxito con la propuesta, sino que el señor Presidente habilitó a gobernadores e intendentes como jefes territoriales a sumarse a la tarea comunicacional desde sus propios feudos.
A esta altura de los acontecimientos –poco promisorios por cierto-, se hace extremadamente difícil saber desde la palabra oficial, dónde exactamente estamos parados.
Cada provincia, cada ciudad, sin necesariamente sacar los pies del plato, introducen su propia creatividad a la magna decisión presidencial y aparecen atajos y pasarelas por las que las marchas y contramarchas son cosas de todos los días y a las que la población –como decíamos- ansiosa y angustiada, deja pasar mientras espera el día de la revelación.
Cuando todavía se está dotando de camas a los hospitales, hay gente que ha ganado la calle y lleva una vida que un extraño podría calificar de “normal”.
¿Qué es exactamente lo que no se entiende o no se sabe explicar?
El COVID-19 mata, y hasta que aparezca la droga para combatirlo y neutralizarlo tenemos que pensar si nos remitimos a lo que ocurre en el mundo, que llegó para quedarse. Lo que no deberíamos hacer es ayudarlo, pero lo hacemos.
La angustia y la ansiedad son más fuertes que cualquier razonamiento.
No sería adecuado en los días que corren apelar a deslindar responsabilidades, en todo caso lo adecuado sería que el Presidente Alberto Fernández recupere la llegada a la gente sin socios ni intermediarios en la tarea y como dicen en el barrio, “barajar y dar de nuevo”. No es todavía tarde para nada, Almafuerte decía que “todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte”, pero tampoco es cosa de dejarse estar confiados en los cinco segundos de Almafuerte.
Una vez más termino invocando al filósofo José Ortega y Gasset: “¡Argentinos, a las cosas!”
(*) Especial para ANALISIS.
(Imagen: www.mundonews.com.ar)