Por JCE (*)

Entre las muchas anécdotas que tengo con el ex intendente de Paraná, don Juan Carlos “el Gallego” Esparza, hay una que reflotó en mi memoria cuando en oportunidad de la visita días atrás del Presidente Alberto Fernández a Paraná, el intendente de la ciudad, Adán Bahl  fue de alguna manera –o de todas maneras- ninguneado al impedírsele el acceso al palco que ocuparon el propio (Alberto) Fernández, el gobernador Gustavo Bordet y, en el lugar que por costumbres de Ceremonial le correspondía al jefe político de la ciudad, se la ubicó a la vice gobernadora Laura Stratta, relegando al intendente Bahl a un lugar entre el funcionariado, pero debajo del palco.

Veamos, la dupla gobernante Bordet-Stratta es la autoridad provincial, pero Adán Bahl es la autoridad local y como tal, anfitrión natural de cuanta visita sea recibida oficialmente en Paraná. Todo esto pareció ser desconocido por Ceremonial o fue una decisión del gobernador, no se sabe. Lo que sí se sabe es que el que debería haber sido el dueño de la fiesta donde el gobernador y su vice gobernadora marcarían presencia política de primera línea flanqueando al Presidente, era el intendente de la ciudad.

Lo de la anécdota que me retrotrajo en el tiempo me la contó el querido “Gallego Esparza” una noche que junto a su esposa Marita, me invitó a degustar unos pescados a la parrilla en su casa de Avenida Ejército.

Los que tuvimos la suerte de conocerlo y aún más, ser considerados por él amigos, sabemos que puesto a hablar el “Gallego”  era imparable.

Aquella noche me contó que una vez, para un acto oficial que encabezó el ex gobernador Enrique Tomás Cresto,  el intendente no fue participado por lo que se impidió formar parte de la comitiva anfitriona.

Según sus palabras, al otro día, temprano en la mañana, tomó el teléfono y lo llamó al gobernador y en un tono irónico que solía utilizar con maestría en determinadas ocasiones como esta en particular, le recordó a modo de información que él era el Intendente de Paraná y que esa condición lo habilitaba para ocupar un lugar preferencial en el palco de las autoridades porque había sido electo por la voluntad del pueblo de su ciudad y que tenía pruebas de ello.

Acto seguido, decía,  sacó de un cajón de su escritorio una boleta electoral de las utilizadas en los comicios que habían llevado a ambos a los cargos que ocupaban, y en un sobre introdujo la boleta, llamó a un ordenanza y se la envió al gobernador como prueba que su nombre figuraba en la papeleta como candidato a Intendente de Paraná por el peronismo local.

De hecho, como decía antes, todo en un tono muy irónico porque no había un solo paranaense ni entrerriano que no supiera de la presencia de Juan Carlos Esparza en la Municipalidad de la capital provincial.

Claro, son anécdotas de un tiempo político en el país, donde cada gobernante defendía su posición y su feudo de propios y extraños; muchas veces más de sus propios que de los extraños.

El “Gallego” acostumbraba llamar a un par de colaboradores de confianza y a las cinco de la mañana salían en auto a recorrer la ciudad y les hacía tomar nota de modificaciones, creaciones y puesta a punto de obras que consideraba necesarias para Paraná. Así nació, contaba, la placita de juegos infantiles frente al Patito Sirirí. “‘Acá vamos a poner juegos para que vengan los gurises’  le dijo, palabras más palabras menos, al funcionario que lo acompañaba esa mañana y fueron infructuosos todos los peros conque su acompañante intentó disuadirlo alegando que el lugar estaba pensado para otro destino y que el proyecto ya estaba oficialmente en marcha. Desde aquella decisión hasta la fecha los juegos infantiles frente al “Patito” siguen siendo convocantes de numerosos niños de la ciudad que encuentran allí una especie de espacio que les pertenece.

Pero volviendo al tema original de esta columna, los muchachos del barrio dicen que “el Beto se comió el amague”, y que le faltó capacidad de reacción al convalidar de esa manera una falta de respeto protocolar a su investidura.

La pregunta que se desprende de todo esto es para qué Gustavo Bordet  impulsó e impuso a Adán Bahl como candidato a la intendencia paranaense. Se trataba –y se trata- de un hombre de pobre formación y trayectoria política que por razones que deberían explicarse ocupó durante cuatro años sin pena ni gloria la Vicegobernación entrerriana, que carece de equipos con los que debería haber proyectado los pasos a seguir ante un eventual triunfo electoral y que como ya hemos señalado en otras entregas, debió recurrir a una outsider de la actividad política partidaria más allá de su inclinación hacia el peronismo, para presidir el Concejo Deliberante después de haber oficiado como secretaria del otrora vicegobernador.

La ausencia de Adán Bahl en el palco oficial que recibió al Presidente, que podría tomarse como una cuestión de neta intrascendencia, y que parece no haber afectado al intendente, perturba de manera lisa y llana a los habitantes de esta capital que, naturalmente pretenden que su ciudad a través de la figura de su intendente sea reconocida y respetada como tal por la máxima autoridad nacional y sus pares de la provincia.

Negar lo evidente es una pérdida de tiempo  y se asemeja a intentar apagar un incendio arrimándole más combustible.

Los desencuentros entre Gustavo Bordet y Adán Bahl son secretos a voces cuando todavía no han cumplido el primer año de gestión y les faltan algo más de tres para, como nos decían cuando éramos chicos, ponerse los pantalones largos.

 (*) Especial para ANALISIS