Por Antonio Tardelli (*)
Es probable que, cuando dijo lo que dijo, Máximo Kirchner estuviera pensando más en alguna rencilla menor dentro del espacio gobernante que en la magnitud del problema al que aludía.
Hablaba el jefe de la bancada del Frente de Todos en la Cámara de Diputados de la manifiesta debilidad de un Estado Nacional que, enfrentado a la emergencia de la pandemia, no pudo sino doblegarse frente a las exigencias de los laboratorios medicinales estadounidenses.
Como el mismo Kirchner lo reconoció, la claudicación ante las trasnacionales de la salud lleva irremediablemente a imaginar qué tanto puede hacer ese mismo Estado frente a presiones más poderosas como las del acreedor Fondo Monetario Internacional (FM).
Hablar de la fragilidad del Estado es hablar de la fragilidad de la política frente a los intereses corporativos de toda índole. La debilidad del gobierno argentino, deficitario y deudor, es un dato de primer orden en un mundo globalizado en el que por definición los Estados lucen vulnerables frente al capital financiero, las empresas trasnacionales y las redes internacionales del delito.
Le ocurre a todos los Estados, incluso a los de los países más encumbrados y solventes. El problema, desde ya, es infinitamente mayor para las naciones periféricas y pobres.
Por tanto, el problema del endeudamiento es, además de una constante nacional, una concretísima limitación para el accionar autónomo de los gobernantes. Es una de las formas más visibles de la dependencia, una palabra que la política borró de su diccionario sin suprimir la subordinación que nombra.
En la herencia dejada por el macrismo luce vigorosa e intimidante la inmensa deuda externa. El macrismo decidió no ajustar tanto (ajustó menos de lo que se le reprocha) ni emitir en demasía. Pero sí se endeudó mucho y a largo plazo. El drama es que no es el único responsable del endeudamiento nacional y con ello de la debilidad objetiva del Estado y de la política.
Según la narrativa oficialista, el macrismo endeudó y el kirchnerismo desendeudó. Ello no es absolutamente cierto. Hay en la afirmación elementos de verdad pero también porciones de mentira.
En principio es correcto afirmar que al abandonar el poder, en 2015, el kirchnerismo dejó una deuda que representaba el 37 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI). O sea: el peso de la deuda era poco más que un tercio del total de la economía nacional.
En los inicios del kirchnerismo la deuda había llegado a ser más abultada que el PBI: representaba el 116 por ciento del producto.
Tras su experiencia de cuatro años, el macrismo incrementó el peso de la deuda: la llevó al 72 por ciento del PBI.
De todos modos, los números deben ser examinados con mayor cuidado. El economista Marcos Buscaglia, por ejemplo, afirma que el endeudamiento del gobierno de Mauricio Macri fue menor a la deuda tomada durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
O sea: el gobierno de Cambiemos se endeudó mucho pero así y todo lo hizo en menor medida que la administración kirchnerista que lo precedió. Y ahora mismo, en este tiempo, se va incubando un cuadro nuevamente peligroso: son altísimos los actuales niveles de endeudamiento.
Dice textualmente Buscaglia: “La suba de la deuda durante el mandato del binomio Fernández-Fernández es escandalosa”.
Por lo demás, debe advertirse que puede ser tramposa la alegada relación entre el tamaño de la economía y la carga de la deuda.
La trampa radica en la consideración o no del nivel del tipo de cambio real. La ficción se materializa cuando la ecuación se efectúa tomando un dólar objetivamente retrasado.
No es lo mismo medir la deuda en relación con el tamaño que tenía la economía en 2003, con un peso devaluado, que hacerlo una década después con la moneda nacional apreciada en relación con la divisa estadounidense.
Perder de vista el verdadero nivel del dólar, o sea el tipo de cambio real, contribuye a la ficción: de espejismos de esta naturaleza sabe la Argentina, desde la plata dulce de José Alfredo Martínez de Hoz durante la dictadura hasta la convertibilidad del ministro Domingo Felipe Cavallo.
Por lo tanto, las magnitudes inducen a error si no se advierte la evolución del tipo de cambio real: la economía nacional no varió tantísimo entre 2004, cuando el PBI ascendía a 165 mil millones de dólares, y 2015, cuando era de 637 mil millones de dólares (o sea casi cuatro veces más grande). El atraso relativo del tipo de cambio crea una ilusión de crecimiento superior al verdadero.
Así las cosas, según la tesis de Buscaglia, el análisis correcto debe hacerse usando una medida de PBI que contemple las variaciones en el tipo de cambio real: eso se llama, según explica, PBI de Paridad de Poder de Compra.
Así las cosas, el incremento de la deuda durante el macrismo es muy similar al aumento experimentado durante el segundo gobierno de Cristina Fernández: en ambos casos se acerca al 3 por ciento del PBI.
Ese mismo incremento, tres puntos del PBI, a la vez, es lo que ha crecido la deuda en lo que va de la gestión del presidente Alberto Fernández.
Hay otro cálculo, que considera elementos muy técnicos vinculados con la reestructuración de la deuda por un lado y con la adulteración de las estadísticas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) por el otro, que perjudican aún más al kirchnerismo en el cotejo: tomando en cuenta esas dos variables, la deuda en relación con el PBI cayó el 0,8 por ciento durante el primer gobierno de Cristina Fernández, subió el 3,1 por ciento durante su segundo período y se incrementó el 2,2 por ciento durante el macrismo.
Preocupante es también la evolución de la deuda en este tiempo: en un año y medio de gobierno, el Frente de Todos la incrementó el 5,4 por ciento en relación con el PBI.
¿Significa esto que todo es exactamente al revés de cómo nos lo dijeron?
¿Qué el macrismo fue virtuoso y el kirchnerismo ruinoso?
De ninguna manera. No se trata de eso.
Lo que significa es que el endeudamiento es una responsabilidad compartida entre las diferentes fuerzas políticas. Que es un mal extendido y sin paternidades absolutas. Y que los análisis deben efectuarse con arreglo al rigor y no a las consignas.
Como en muchos otros temas se puede concluir que el problema argentino es nacional y no partidario. Que no hay buenos totales ni malos completos. Y que la debilidad del Estado, por pobre y endeudado, y porque ni unos ni otros se muestran capaces de multiplicar los panes y los peces, es un problema de todos.
De Todos Juntos. De Juntos y de Todos.
(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS