La película en dos escenas

Por Antonio Tardelli (*)

No terminan de asumir los legisladores electos en los comicios del 12 de noviembre y sin embargo ya entregan noticias que hablan, sucesivamente, de la crisis de representación y de la disgregación del sistema político. La coyuntura nos remite al proceso: viene a confirmarnos, como si hiciera falta, la existencia de dos serios problemas de la vida nacional.

Uno de los sucesos tiene que ver específicamente con Entre Ríos. Enrique Cresto, votado como legislador por el Frente de Todos, acaba de confirmar que no asumirá su cargo de diputado nacional. El dirigente de Concordia, que su momento tomó licencia como jefe municipal para ocupar un cargo en el Ente Nacional de Obras Hídricas y de Saneamiento (Enohsa), avisó que permanecerá en su puesto del Poder Ejecutivo Nacional.

Eso quiere decir, entre otras cosas, que en virtud del corrimiento correspondiente se convertirá en legislador nacional el joven Tomás Ledesma, militante de La Cámpora.

Pero más allá de los efectos internos en la coalición gobernante, la revelación de Cresto corrobora la sospecha que sobrevoló Entre Ríos durante la campaña electoral: la del licenciado intendente de Concordia era, apenas, una candidatura testimonial.

Era una postulación que a lo sumo serviría para posicionarlo mejor o para relegarlo en la competencia oficialista por la candidatura a gobernador de la provincia en 2023. Pero no más que eso: fuere el resultado que fuere, Cresto permanecería en su cargo nacional. Ya se sabe: no vuelve a la Municipalidad de Concordia ni asume como diputado nacional.

Hizo campaña proponiendo proyectos que no se materializarán, asumiendo compromisos que no honrará, anunciando acciones que no emprenderá. Una candidatura redondamente testimonial. Se queda en el Enhosa, según informa, porque cree que eso es lo que más conviene a los ciudadanos de Entre Ríos. Político experimentado, Cresto podría haberlo descubierto antes y nos liberaba de la estafa que, comprobamos ahora, constituyó su esforzado proselitismo.

La oposición tiene también lo suyo.

Triunfante en las elecciones de medio término, Juntos por el Cambio deja en evidencia sus problemas y -peor aún- actúa en franca correspondencia con el deterioro del sistema político. El triunfo mismo y las nuevas relaciones de fuerza no consiguen soldar al espacio opositor. Por el contrario, acentúan la dispersión.

Funcionará de manera dividida la bancada radical en la Cámara de Diputados. De un lado, los fieles a la conducción del cordobés-entrerriano Mario Negri. Derrotado en Córdoba, su liderazgo parlamentario ha sido cuestionado desde el sector del senador Martín Lousteau y del también porteño Emiliano Yacobitti.

Se reclama un proceso de aireación en las estructuras legislativas de la oposición. Se dividen, en fin, los diputados radicales. Pero lo verdaderamente significativo va más allá de ese detalle.

Juntos por el Cambio, donde hasta ahora convivían tres bloques parlamentarios, contará ahora con siete bancadas. Tendrá siete bloques. Son tres. Serán siete. Mejor dicho: eran tres, ganaron, ahora son siete. El fenómeno solo puede entenderse en medio de la hoguera de vanidades en que se ha convertido la política. Y en la explosión de ambiciones, cosa que suele suceder después de una victoria que promete triunfos ulteriores.

En cualquier caso, la división expresa la debilidad de los partidos. Da cuenta de la precariedad de los colectivos partidarios y de sus líneas internas. La debilidad de la política supone un límite para su autonomía. La menor cohesión comporta en principio una mayor cantidad de inconvenientes para fijar posturas sólidas.

Lo que venía experimentado el Frente de Todos, condenado a administrar un gobierno loteado, ahora también representa un problema para la oposición. Curioso: no lo sufrió mientras fue oficialismo. Mal que mal, el presidente Mauricio Macri, por entonces dueño de la lapicera, pudo disciplinar a los dirigentes de los distintos partidos que integraban su coalición.

Hablar de partidos más débiles es hablar de una política más frágil. De una política que lucirá limitada frente a los intereses que genéricamente se denominan corporativos. No es una buena noticia.

No han asumido los nuevos legisladores y sin embargo ya nos hablan, ellos, del proceso que transitamos. Las noticias confirman algunos de los vicios de este tiempo.

Por un lado, una candidatura testimonial. O sea, una estafa electoral.

Por otro, una política más atomizada. O sea, más vulnerable frente a los poderes que no tienen su origen en la legitimidad electoral.

Las noticias de estas horas nos hablan de estas cosas. Los detalles nos comentan el fondo. La coyuntura nos pinta el proceso.

Dos adelantos, en fin, nada alentadores.

 

(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS.

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