Por Luis María Serroels (*)
Un jueves 22 de setiembre a las 23.30, se apagó la vida pero no el recuerdo de ese magnífico actor que enamoró a millones de niños y niñas, porque ellos se encargaron de resguardar en la madurez del tiempo, el milagro de que los mayores mantengan intacta una risa limpia y pura.
Para él siempre hubo seres felices de todas las edades. ¿Cómo intentar explicar el fenómeno de un Carlitos Balá a quien la vida le dio 97 años desparramando alegría por doquier?
Se llamó Carlos Salim Balaá Boglich y llegó al mundo en Buenos Aires el 13 de agosto de 1925. Un milagro se instaló en él para siempre y fue un enorme artista que desalojó de sus labios las malas palabras para instalar la risa más limpia que fue una especie de letanía.
¿Miles? ¡Millones que convirtieron la risa en un milagro de alegría! Y un certificado de un flequillo que jamás lo abandonó.
Y qué decir de ese elemento denominado “Chupetómetro” en el cual los niños y niñas terminaron desterrando sus “chupetes” para alegría y tranquilidad de sus padres.
¡De cuántos elementos y auxiliares se valió Balá para desarrollar los más grandes espectáculos que enamoraron profundamente a la familia argentina!
¿Cómo no recordar a Salta Violeta, ¡Anghetto quédate quieto!, ¿Qué gusto tiene la sal?, Un gestito de idea, Sucundrule. “El que muere en forma correcta no tiene que volver a morir”…
A Balá nadie logró hacerlo cansar y a él lo que más lo deleitaba era precisamente hacer reír. Era una especie de “reidor” profesional contagioso.
Niños, padres y madres lloramos a la par de las carcajadas, al son de este enorme humorista a quien le sobraba carisma y profesionalismo. El “gestito de idea”, se transformó en una institución que lo seguirá por los tiempos.
Este arquetipo legendario, fabricante de felicidad a millones de personas de todas las edades, se supo ganar el cariño auténtico e inagotable. Lo amaron tanto los niños como los mayores. Y a esto nadie lo olvidará. Digamos entre todos ¡Ea-ea-pe-pé!
(*) Especial para ANALISIS