El Concheto: el “chico bien” que robaba y mataba por puro placer

Guillermo Álvarez, durante el juicio oral por el asesinato del empresario Loitegui, el 31 de agosto de 1998.

Guillermo Álvarez, durante el juicio oral por el asesinato del empresario Loitegui, el 31 de agosto de 1998.

Guillermo Antonio Álvarez, alias “El Concheto” o “El Patovica”, comandaba “la banda de los chicos bien”, que cometió tres homicidios durante asaltos perpetrados en julio de 1996. El cuarto asesinato que le adjudicaron al Concheto fue el de Elvio Aranda, un preso con el que compartía pabellón en la vieja cárcel de Caseros.

“Su estilo a lo Clark Kent (el disfraz civil de Superman) y su aspecto intelectual fueron utilizados por Álvarez para pasar como un cliente más en los elegantes restaurantes que elegía como blanco”, dijo el ex fiscal de Cámara de San Isidro, Julio Novo, al describir la conducta del acusado, en el alegato del juicio que terminó con la condena del “Concheto” a 25 años de prisión por el homicidio del empresario Bernardo Loitegui (h.), ocurrido el 27 de julio de 1996 en Martínez.

Álvarez vivía en un lujoso chalet en las barrancas de Acassuso. En el secundario estudió en los institutos San Patricio, Martín y Omar, Nuestra Señora de Fátima y en la Escuela Media Nº 6 de San Isidro. Del Nuestra Señora de Fátima lo echaron cuando pasó el límite de 24 amonestaciones. Las autoridades del colegio le impusieron la máxima sanción porque le encontraron una manopla de hierro, publicó el diario La Nación.

Reclutaba a sus cómplices en las villas Uruguay y La Cava. Sabía cómo moverse en el ambiente de los restaurantes de alta gama porque antes había concurrido como cliente con su familia, dueña de tres cines y una galería comercial.

Alkorta, el local gastronómico que en julio de 1996 funcionaba en Figueroa Alcorta y Tagle, a media cuadra de la embajada de Chile y frente a la entonces ATC, fue el primer restaurante en la lista de siete asaltados por la banda. Allí, uno de los comensales que sufrió el robo fue un ejecutivo de la petrolera Esso, a quien le sustrajeron un reloj de alta gama, el celular, dinero y su Honda Accord. Al custodio del directivo de la multinacional le quitaron una pistola 9 milímetros.

El raid delictivo siguió con asaltos en Harry Cipriani, Chungo, Café de los Incas, La Parolaccia y Camerún. En ninguno de estos hechos hubo heridos ni muertos. Semejante cantidad de asaltos provocó conmoción entre muchos integrantes de la farándula, políticos y ejecutivos que frecuentaban los restaurantes que funcionaban en la traza limitada por la Avenida del Libertador y Figueroa Alcorta, entre Recoleta y Núñez, destacó el diario La Nación.

Por entonces no había imágenes de cámaras de seguridad públicas o privadas a las que pudieran recurrir los investigadores para identificar a los asaltantes. Los detectives de la Policía Federal estaban desorientados.

Pero, el robo del 28 de julio de 1996 terminó en una masacre. Esa noche, Álvarez llegó al pub Company, en Migueletes 1338, entró y se mezcló entre los clientes. Había concurrido previamente para hacer un reconocimiento. Grabó en su memoria la distribución de las mesas y de la barra y la ubicación de la caja. También comprobó que el local no tenía seguridad privada ni policía adicional.

Álvarez no lo sabía, pero esa noche entre los comensales estaba Fernando Aguirre, subinspector de la Federal. Estaba de franco y había ido al pub por el festejo del cumpleaños de una amiga.

Afuera, los otros miembros de la banda esperaban la señal de su jefe para entrar. Entonces, Oscar “El Osito” Reinoso, César Mendoza y Walter Ramón Ponce, alias “Oaky”, irrumpieron armados y les exigieron a todos los clientes que entregaran los objetos de valor que tuvieran consigo. Uno de ellos, en tanto, apuntaba con su arma al cajero; no hacía falta que lo dijera: quería la recaudación.

Presumiendo que lo matarían cuando los delincuentes lo revisaran y se dieran de que era policía, Aguirre se identificó y les dio la voz de alto. El inspector de la Policía Federal y el “Osito” Reinoso abrieron fuego casi al unísono.

Álvarez, que hasta ese momento parecía un cliente más, reaccionó cuando vio a su cómplice malherido y abrió fuego contra el policía. Furioso, “El Concheto” remató al subinspector cuando estaba en el piso.

María Andrea Carballido, una estudiante que festejaba un cumpleaños, fue la segunda víctima. Una amiga de Carballido se salvó de milagro, pero recibió una herida en la columna vertebral.

Después de cometer la masacre, Álvarez y sus cómplices cargaron a Reinoso y huyeron.

Con su compañero desangrándose, Álvarez actuó según su costumbre. El único centro asistencial que conocía era el sanatorio San Lucas, en el centro de San Isidro. Allí abandonó malherido a Reinoso. Este detalle sería el final de la banda de los “Chicos bien”.

A los investigadores les llamó la atención que un asaltante como el “Osito”, que vivía en La Cava, hubiese sido llevado a un sanatorio privado. Habitualmente, a los delincuentes heridos en enfrentamientos sus cómplices los dejaban en hospitales públicos o los hacían atender en clínicas “tumberas”.

Por tal motivo, el Osito Reinoso no encajaba en el lugar donde había sido abandonado y los policías comenzaron a investigar a sus presuntos cómplices.

Después de descartar el auto en el que habían huido del pub Company, Álvarez tomó un remise y se dirigió a la villa de emergencia situada en Uruguay y Rolón para llevarle dinero a la familia del Osito.

“¡A mí qué me decís, si al policía que le disparó a tu hermano lo cociné a tiros!”, le habría dicho el Concheto Álvarez a la hermana del Osito, cuando la mujer lo confrontó y cuestionó por la muerte de Reinoso.

Esa frase forma parte del testimonio judicial del remisero que llevó a Álvarez hasta la villa Uruguay y que presenció la conversación. Además, fue una de las pruebas que tuvieron en cuenta los jueces Fernando Maroto, Roberto Borserini y Juan Carlos Fugaretta, de la Sala I de la Cámara Criminal y Correccional de San Isidro para fundar la condena a 25 años de prisión contra Álvarez por otro asesinato, el de Loitegui (h.).

 

El caso Loitegui (h.)

 

Este crimen ocurrió un día antes de la masacre de Company. En rigor, apenas seis horas antes.

Álvarez tenía la costumbre de recurrir a una remisería situada cerca de Las Heras y Avenida del Libertador, en Martínez. Cuando tomó estado público el asesinato del empresario Loitegui (h.), el Concheto pidió un remise, abrió un diario y mientras le mostraba al conductor la nota que informaba sobre ese crimen le dijo: “Yo maté a este tipo. El gil se quiso retobar y le pegué dos tiros en el pecho”.

La víctima del primer homicidio del jefe de la banda de los “chicos bien” era hijo de Bernardo Loitegui, exministro de Obras Públicas de la Nación durante el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse, previo al regreso de Juan Domingo Perón, destacó el diario La Nación.

Según la reconstrucción realizada por los investigadores, Álvarez y un cómplice salieron a buscar un auto de alta gama. Necesitaban un vehículo de esas características para pasar como clientes en los restaurantes lujosos que planeaban asaltar.

Al doblar en la esquina, Álvarez y su cómplice vieron un Mercedes Benz que estacionaba en el camino de adoquines de la entrada de una imponente casa situada casi a mitad de cuadra.

Al contrario de lo que había presumido Álvarez ante el remisero, Loitegui (h.) no se resistió. Igual, el Concheto le dio dos tiros. Tras el homicidio a sangre fría, huyó sin siquiera llevarse el Mercedes.

Veinte días después, Álvarez fue detenido por efectivos de la Bonaerense y de la Federal en el chalet donde vivía con su familia, en Las Heras 1052, Acassuso.

Al revisar su habitación, los policías hallaron recortes de los diarios en los que se informaba de los asaltos que había cometido y sobre su ídolo, Robledo Puch.

Las psicólogas Dolores Lojo y Esther Román entrevistaron al Concheto y declararon en el primer juicio en su contra. Román no dudó en afirmar que cuando Álvarez ingresó en la sala de audiencias lo había confundido con un abogado. Y afirmó que detrás de esa apariencia se ocultaba una personalidad con “un intenso nivel de hostilidad y un grado de violencia muy bien encubierta”.

A pesar de haber sido condenado a prisión perpetua por cuatro asesinatos, en diciembre de 2015 los jueces de la Cámara de Casación Ángela Ledesma y Alejandro Slokar consideraron que la pena de prisión perpetua no podía exceder los 25 años y resolvieron, en consecuencia, que el asesino serial debía quedar libre.

Beneficiado con esta resolución, Álvarez se instaló en una casa situada en San José s/n, en Gualeguaychú. Pero tres meses después fue detenido nuevamente. Efectivos de la Comisaría Segunda de la Federal lo atraparon en la esquina de Balcarce y México, acusado de haberle robado a un hombre un morral con 67 mil pesos que había retirado de una financiera.

Los uniformados que apresaron al Concheto estaban afectados al operativo de seguridad por la reunión entre el presidente de los Estados Unidos Barack Obama y el jefe de Estado argentino, Mauricio Macri, en la Casa Rosada.

Hace poco más de un mes la Corte Suprema de Justicia de la Nación ratificó la condena a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado contra Guillermo Antonio Álvarez.

“Yo robo porque me gusta, no por necesidad. Los robos me atraen, me seducen. Es como tener la novia más linda”, decía Álvarez hace 23 años, cuando ignoraba que llegaría a igualar a su admirado Robledo Puch en lo que corresponde al monto de la pena, la máxima posible.

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