(de ANALISIS DIGITAL)
Tras el extenso receso invernal, recomenzaron hace dos semanas las audiencias en la Causa Harguindeguy. El debate se reanudó con la investigación del Área Gualeguaychú, y en esa oportunidad declaró Héctor Rodríguez y Enrique Zapata. Además de los jefes de Área y Harguindeguy, en el banquillo de los acusados también están Santiago Kelly del Moral, retirado con el grado de teniente coronel y entonces jefe de Sección de Exploración en el Escuadrón de Gualeguaychú; y los ex policías de la provincia Juan Carlos Mondragón y Marcelo Alfredo Pérez.
Dos de las víctimas del terrorismo de Estado en Gualeguaychú, como el caso de los hermanos Martínez Garbino, llegaron a hora temprana esta mañana al edificio de la Justicia Federal, para declarar en el juicio. "Es la séptima vez que voy a contar lo que me sucedió, en el ámbito de la justicia", dijo Jaime Martínez Garbino, a ANALISIS DIGITAL, cuando fue consultado al respecto. De riguroso traje y acompañado por su compañero de labor en el estudio jurídico de Paraná, Rubén Pagliotto -uno de los querellantes en la causa-, como así también por su hijo Emanuel, ex concejal de esta capital, el ex ministro se ubicó tranquilo en una de las silletas de la sala de espera. "Nos dijeron que habría una demora en el inicio, porque se está ocupando la sala", acotó.
Su hermano menor, Emilio Martínez Garbino, llegó acompañado por su esposa y otros familiares y lo recibió el ex diputado nacional y provincial, Juan Domingo Zacarías, con quien militara por varios años, tanto en el PJ como en el Nuevo Espacio y la Concertación Entrerriana. También se encontraba la ex candidata a intendente de Paraná, por el mismo sector, Mary Rébora de Chiapino, quien también tiene una relación familiar con Jaime Martínez Garbino. De hecho, fueron los referentes más destacados que se acercaron a saludarlos.
En esta etapa serán en total 68 los testigos que comparecerán ante el Tribunal Oral Federal de Paraná. En las próximas jornadas desfilarán víctimas del terrorismo de Estado, familiares y militantes, como también integrantes de las fuerzas armadas, policiales y de seguridad. En la nómina de testigos aparecen Daniel Irigoyen y el condenado ex policía Carlos Ramón Balla, Víctor Carlos Ingold, Félix Donato Román. En tanto, entre las víctimas, Oscar Alfredo Dezorzi y Norma Beatriz González continúan desaparecidos.
Detenciones
En el libro Rebeldes y Ejecutores, el periodista Daniel Enz consignó que a Jaime Martínez Garbino lo detuvieron en Gualeguaychú el 28 de octubre de 1976. En 1967 se había recibido de abogado en la Universidad de El Salvador. Un año después regresó a Gualeguaychú. Hijo de una familia radical -su padre era el jefe político de la UCR en la ciudad-, a fines de la década de ’60 comenzó a militar en el PJ, junto a Héctor Gaucho Rodríguez. Una decisión similar adoptaría uno de sus otros hermanos, Emilio Martínez Garbino, quien optó por ir a estudiar Abogacía a La Plata. El hermano mayor, Jorge Martínez Garbino, se recibió de médico y por mucho tiempo fue un activo militante de la UCR.
En marzo de 1974 Jaime se fue a Goya (Corrientes), para trabajar con las Ligas Agrarias y específicamente en temas legales de los trabajadores de las tabacaleras de esa zona.
Había una necesidad colectiva derivada de las reivindicaciones insatisfechas de los pequeños y medianos agricultores. Las Ligas surgieron en el Chaco para expandirse después ampliamente por la región noreste e incluso en parte de la pampa húmeda. En esos años esas provincias venían sufriendo un azote económico muy grande a causa de la caída de los precios de la producción -por ejemplo, el algodón chaqueño-, lo que provocaba un éxodo constante. Obreros rurales, pequeños y medianos productores abandonaban sus campos, sus chacras y se iban a Buenos Aires por falta de futuro. Las Ligas Agrarias fueron una herramienta fundamental para defender esos intereses, ya que los grandes monopolios que operaban en la compra y venta y en la industrialización de los productos primarios estaban acostumbrados a fijar los precios a su antojo.
Martínez Garbino estuvo a punto de ser detenido en el ’75, pero un oficial del Ejército que estaba destinado en la ciudad correntina -a quien conocía de Gualeguaychú- le advirtió que figuraba en una lista de dirigentes que iban a transformarse en presos políticos. “Hay una orden de allanamiento a tu domicilio, pero el operativo lo voy a encabezar yo, así que trataremos de ver cómo te dejamos ir”, le dijo. Cuando llegaron a la casa donde se hospedaba, el militar le puso freno a los policías correntinos cuando quisieron meterlo dentro del camión para llevarlo. “De él me ocupo yo”, les dijo y no permitió que lo detuvieran. Martínez Garbino pudo escapar; un amigo, Dante Alverío, lo sacó en su auto hasta La Paz y luego se trasladó hasta Gualeguaychú. En enero del ’76 retornó a Goya porque habían detenido a uno de sus amigos, pero fue por corto lapso. Tanto él como su padre sabían que no iba a ser fácil estar siempre escapando. Jaime volvió a su ciudad natal y se puso a trabajar en la profesión. El 24 de marzo lo fueron a ver, pero no lo encontraron. El médico Rubén Weimberg lo tuvo escondido en su casa durante diez días. Lo mismo hizo el dirigente radical Cacho Taffarel; lo alojó cerca de tres meses en una vivienda que tenía en pleno centro de la ciudad y que no estaba utilizando.
Recién lo detuvieron el 28 de octubre de 1976, en Gualeguaychú. Lo mismo le sucedió en esos días a su hermano Emilio. Los dos fueron a parar a la cárcel de la ciudad, en celdas diferentes. Primero los pasearon por dentro del Regimiento de Ejército, donde les hicieron simulacro de fusilamiento y luego los derivaron a la Unidad Penal. Nunca los torturaron allí; en realidad, no se permitía ese método. El castigo no pasaba más allá de las celdas de aislamiento. Pero a algunos los venían a buscar, los llevaban a otros lugares de la ciudad, los interrogaban y luego los retornaban.
Una noche Jaime Martínez Garbino se sorprendió con la presencia del agente Cairolo en la puerta de la celda de aislamiento donde estaba alojado. “Te buscan unos hombres del Ejército”, le dijo. Martínez Garbino se preparó y miró rápidamente hacia arriba, como un acto reflejo, cuando observó que todas las luces del Penal se apagaron. Lo subieron encapuchado a un camión y lo llevaron hasta un campo, al parecer cercano al aeródromo de Gualeguaychú. Jaime pudo escuchar los ruidos de los aviones que descendían. Lo tuvieron por varios días, sobre una cama elástica, torturándolo con picana. Había llegado gente de Corrientes para el interrogatorio. En realidad, las preguntas siempre giraron en torno a su actividad política en esa provincia. El poder castrense tenía una obsesión con el andamiaje de las Ligas Agrarias en la Mesopotamia y estaba dispuesto a pulverizarlo. Entre los trabajadores asalariados y pequeños productores agrarios se produjeron numerosas desapariciones previo al golpe militar del 24 de marzo de 1976, como así también durante el estado de sitio, en tiempos de Isabel Perón. Tanto en las provincias norteñas de Tucumán y Jujuy, al igual que en el Litoral -en especial, Chaco, Formosa, Corrientes, Misiones y norte de Santa Fe- hubo numerosos detenidos, desaparecidos y asesinados.
Martínez Garbino nunca dudó de que en la habitación donde le aplicaron picana estaban el capitán Gustavo Martínez Zuviría (que se murió a los 50 años, de un infarto), el subteniente Kelly (quien le caminaba sobre el cuerpo, en medio de la tortura) y había una supervisión a distancia del mayor Valentino. Martínez Zuviría no era el único apellido ilustre en la dependencia militar del sur entrerriano. También se encontraba allí Luciano Menéndez, hijo de Luciano Benjamín Menéndez, quien por esos días era Comandante del III Cuerpo de Ejército, con sede en Córdoba y dueño de la vida y de la muerte de cientos de militantes secuestrados. Menéndez hijo estaba de alguna manera arraigado con la comunidad de Gualeguaychú, al casarse con Claudia Méndez Casariego, proveniente de una conocida familia de la ciudad. A partir de ese matrimonio -que luego se rompió-, Daniel Irigoyen, por ejemplo, que estaba detenido, pasó a ser primo segundo de Menéndez, ya que su madre era Méndez Casariego.
Jaime Martínez Garbino permaneció más de una semana en sesiones de tortura nocturna permanente. Una mañana no soportó más los tormentos y les dijo a sus ejecutores: “Voy a hablar”. Sabía que podía contar con algunos minutos para armar una estrategia. “Si me llevan, les indicaré dónde están escondidas las armas”, les acotó. Lo llevaron en un auto, les indicó un lugar cualquiera y después les manifestó que, en verdad, se había equivocado. Los militares le pegaron por varios minutos en el vehículo porque encima se metieron en una zanja con barro y se arruinaron los uniformes. “No, no, era en la casa de mis viejos, que queda más allá”, les mintió, pero ya no le creyeron. Le volvieron a pegar y lo devolvieron al regimiento, para continuar con los apremios.
Entre los detenidos en la cárcel y como podían iban recibiendo información de los secuestros de gente de Gualeguaychú que se habían producido tras el golpe de Estado y sobre los que no se sabía el paradero. La figura del desaparecido no estaba instalada aún, pero ya era una preocupación no saber nada. Algo había cambiado; no era como en los días del lópezrreguismo, mezcla de odio, violencia y muerte; el plan era más macabro todavía.
Casi un año antes del golpe se había suicidado Domingo Guerra, un ex cura, oriundo de Gualeguaychú, enrolado en Montoneros. El hombre se había ido de muy chico de Entre Ríos, pero seguía en permanente contacto con sus familiares y era muy conocido por la mayoría de los militantes presos en la cárcel. Se casó con otra militante, que supo estar en niveles más altos de la organización, y ambos cayeron detenidos en Capital Federal, pero los derivaron a Resistencia. Guerra se tiroteó con personal policial en plena Terminal de Retiro antes de ser apresado, en abril del ‘75. En el Chaco los torturaron juntos y Guerra no soportó el interrogatorio; en un momento se quebró. “Decile vos, que sabés más que yo, por estar en un lugar más importante”, repitió casi a los gritos, en una de las últimas sesiones de tortura que padeció. La mujer nunca habló. Se suicidó en la cárcel de Rawson, en octubre de 1979, abrumado por las presiones de los militares, que querían que colaborara con ellos. Guerra no accedió. Le terminó de estallar la cabeza cuando le dijeron que por su actitud, habían asesinado a su esposa. Optó por matarse en la misma celda. Su mujer, Alicia Casabone, vive en Corrientes.
Por su parte, Emilio, en su denuncia ante la Conadep y en su testimonial ante la justicia de instrucción militar, relató que fue detenido el 28 de octubre de 1976 y alojado en el Destacamento Militar. Que veinte días después, aproximadamente, ingresó a la Unidad Penal Número 2 de Gualeguaychú. Sostuvo que al encontrarse en la dependencia militar una noche lo sacaron embolsado y encapuchado y fue introducido en el baúl de un automóvil donde estuvo casi toda la noche, mientras el vehículo iba y venía. Antes de regresar a su alojamiento fue objeto de golpes de puño, que no le dejaron marcas visibles. Hay quienes recuerdan que no lo pudieron torturar como pensaban hacerlo, porque llovió y se les empantanó el coche.