Federico Malvasio
“Pueblo chico, infierno grande”. Ésa podría ser la conclusión, liviana, de esta historia que se contará a continuación. Podría ser una novela pueblerina de Benedetti, en donde las aspiraciones de cualquier matrimonio uruguayo medio no son una panacea. Pero con el devenir de los hechos y las relaciones que giran en torno al conflicto, el relato termina convirtiéndose en una turbadora historia de William Faulkner. Esta vez, el condado del escritor norteamericano sería Paraná. Los personajes, una pareja joven; un abogado, una hija heredera de la profesión convertida en magistrada luego de ser funcionaria del Poder Ejecutivo; y dos vivillos comerciantes, parientes de la doctora y sobrinos de un financista. El escenario es el tumultuoso 2001.
Primero pasos
Miriam Pross y Fernando Martínez decidieron en aquel año comprar un auto que, en rigor, serviría para que el muchacho lo pusiera a trabajar de remís, actividad que venía haciendo en relación de dependencia. El vehículo de segunda mano, un Fiat Duna CSD, estaba a la venta en la firma Sol Autos, de Sergio y Jorge Mizawak, en calle Perón y Villaguay, a un valor de 7.800 dólares.
La pareja hizo una primera entrega de 3.300 pesos/dólares en efectivo para luego saldar el resto en 24 cuotas de 323 pesos/dólares cada una, con vencimiento del 10 al 20 de cada mes, igual cantidad de pagarés firmados por los compradores y Oscar Alfredo Martínez, padre del muchacho, entregados todos al momento de la transacción. Luego habría un boleto Nº 25 de 200 pesos por gastos administrativos.
Consumada la operación y entregado el adelanto, la pareja no se pudo llevar el auto ya que se encontraba en el taller de la firma por cuanto faltaban detalles de terminación de reparaciones que se le había realizado, razón por la cual convinieron con el vendedor que lo retirarían cuando estuviera listo.
Los días pasaron y frente al reclamo del vehículo no había respuesta. En una de las visitas al local para insistir con la entrega del rodado, uno de los encargados le informó a Martínez que el automóvil había sido retirado por su propietario y quien lo había entregado para la venta, Miguel Montero. Rápido de reflejos, Sergio Mizawak les prometió a sus clientes conseguirles otro de las mismas características, cosa que nunca ocurrió. Así empezó la historia judicial.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)