La llegada de Hilario Bravi como técnico y el regreso de Matías Padilla de poco sirvieron para cambiarle la cara a este equipo que muestra poco. Porque no tiene fútbol, carece de rebeldía y hasta es capaz de entregarse casi sin oposición ante un rival que llegó al Núñez casi con sus despojos, con un equipo de 22 años de edad promedio debido a la sangría que sufrió en el parate del torneo, con la partida de su mayoría de sus titulares.
En este marco, solamente las ganas de Padilla para intentar algo distinto y nada más. Y una muestra fueron esos 10 minutos de presión, de intento de jugar por abajo. Nada más. Bastó un error entre Kloster y Espínola para que Selpa la empuje hacia el arco vacío, hacia el gol que sería del triunfo de la visita. Ese gol bastó para que la idea que Bravi intenta ponerle al equipo se caiga a pedazos.
Los nervios se comieron a todos. La pelota pesaba mil kilos en cada pierna de los locales. Todo pasó a ser lo mismo, un compendio de errores infantiles, asombrosos en jugadores hechos y derechos. La defensa denunciaba falta de trabajo (recordemos acá que los titulares cumplieron su fecha de suspensión) y los pibes del Globo se entretenían casi a su antojo.
Se dijo lo de Matías Padilla. Resalta también por la mediocridad del equipo en general. Pero el 10 que volvió fue de lo mejor, aunque no fue una de sus mejores noches, señala Uno.
En la parte final, Bravi quemó los cambios, mandó lo mejor con Giarrizo, Ferreyra y un poco más tarde a Tonelotto. Pero el empate no llegaría nunca, porque la falta de ideas, de juego, fueron las mismas y los nervios fueron más a medida que pasaban los minutos, nublando los ojos y acelerando la mente cuando había que pensar algo distinto.
Bravo trabajo le queda a Bravi por delante. Recuperar la autoestima de este plantel, convencerlos para que jueguen, para que se hagan cargo de las situaciones que se dan en los partidos. Y a partir de esto cambiar el panorama que, de seguir así, tendrá un final muy negro.
Foto: La Calle.