Entre los homenajes a Julio Cortázar en el año de su centenario y las conferencias sobre Jorge Luis Borges o Juan Gelman, en el salón y en la prensa francesa comenzaron a sonar con fuerza nombres como Selva Almada (1973), Leandro Ávalos (1980) o Samanta Schweblin (1978), tres de los 45 autores que Argentina llevó a París.
“Estoy un poco sorprendida por la repercusión”, cuenta a la agencia DPA Selva Almada. Su novela El viento que arrasa (2012) acaba de salir editada en francés y fue una de las sensaciones de la feria en París.
La obra de Almada escapa al ámbito de Buenos Aires, más cosmopolita y familiar en el exterior, para recuperar una tradición de literatura rural casi perdida desde los años 80 en Argentina.
“Más allá de los localismos e incluso del lenguaje que uso, es una historia universal con temas globales como los problemas entre padres e hijos o la relación entre los hombres y la naturaleza”, explica Almada sobre su éxito en Francia.
La escritora nacida en Entre Ríos, cree que lo que define a la nueva generación de autores es precisamente la falta de denominador común: “Los nuevos narradores argentinos son muy distintos, con temas y estilos muy diferentes”.
“Sigue siendo una literatura muy urbana, pero empiezan a aparecer tendencias como la mía, Hernán Ronzino o Federico Falco, que se alejan de la ciudad para narrar desde la periferia, Gabriela Cabezón Cámara, más centrada en el lenguaje, o Leandro Ávalos, de un realismo delirante y fantástico”.
Parte de esa diversidad fue posible sólo gracias a la eclosión de editoriales independientes tras la grave crisis de Argentina en 2001. “Esa crisis tuvo una buena noticia y fue para la literatura argentina”, consideró Schweblin en el Salón del Libro.
La autora del volumen de cuentos Pájaros en la boca, incluida en la selección de escritores en español realizada por la prestigiosa revista británica
Granta en 2010, sí ve un punto en común entre los nuevos narradores: “Nuestros libros salieron en un momento muy especial de Argentina”.
“En el año 2000, un 80% de los autores que llegaban a las librerías eran extranjeros. Después de la crisis dejaron de llegar: no había libros. Entonces surgieron 30 o 40 editoriales independientes y comenzaron a publicar a nuevos narradores que hasta entonces no tenían lugar porque se los comían los extranjeros”.
Para Schweblin, heredera de la rica tradición de literatura fantástica rioplatense y en particular de Adolfo Bioy Casares, el vínculo con los maestros está claro: “No hay pelea, sólo aprendizaje y mucha admiración”.
Leandro Ávalos, que llegó a París impulsado por su retrato límite del conurbano bonaerense en Berazachusetts, destacó también la saturación de géneros cruzados en los nuevos narradores: “Ya no sólo lo policial, sino también lo fantástico, la ciencia ficción, el folletín, la novela de aventuras...”
En Argentina se publicaron 26.000 títulos el año pasado. En todo el país hay unas 600 librerías, 200 de ellas sólo en Buenos Aires.
Las cifras circularon profusamente por la prensa francesa antes y durante el Salón del Libro, y no dejaron indiferente a nadie: la literatura argentina, siempre interesante para los franceses, tiene mucho que ofrecer después de Borges y Cortázar.
Fuente: El Entre Ríos