“Me siento independiente porque nunca pedí un cargo”

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Entrevista: Raúl Herzóvich, vocal de la Cámara del Crimen

Luciana Dalmagro

Con más de 20 años dentro del fuero penal, asegura que ya nada lo conmueve. Raúl Herzóvich recuerda sus inicios como magistrado, cuando “era difícil que la Policía actuara como una fuerza democrática”. Luego, su paso por el Consejo de la Magistratura y su posterior designación como camarista. Y compara ambas funciones. Recorre algunos de los casos resonantes en los que intervino y afirma que nunca se sintió obligado a dar explicaciones por su trabajo. Sobre el Caso Otero, no reconoce cuestionamientos y dice que no sintió “nada”, a pesar de haber ordenado la prisión de cuatro personas que estuvieron en la cárcel casi dos años y luego se comprobara su inocencia. Admite que le gustaría integrar el Superior Tribunal de Justicia, aunque saca cuentas del tiempo que le falta para jubilarse.

Fuma un Marlboro tras otro, convida, sonríe medio de costado y no para de manipular una lapicera roja y de moverse sobre un sillón giratorio negro. Ese mueble es una de las pocas cosas que le pertenecen dentro del despacho. Sucede que Raúl Herzóvich, vocal de la Sala II de la Cámara del Crimen de Paraná, heredó la oficina que dejó libre la magistrada Silvia Nazar, y aún no llevó sus cosas allí. Se trata de un ambiente rectangular, con ventana al interior del edificio de Tribunales, ubicado en la planta baja. Herzóvich no está de traje. Los reserva para la mañana. Son las seis de la tarde y eligió una camisa rayada y un pulóver. El magistrado tiene 55 años, es delgado y alto; usa el cabello blanco peinado al costado y tiene barba y bigotes prolijos y ralos. Además del sillón, mudó un equipo de música. Suena una radio a bajo volumen y sobre una mesa hay una pila de discos entre los que se puede ver uno de los chamameceros correntinos Los de Imaguaré.

-De los casos en los que le ha tocado intervenir últimamente, ¿cuál es el que más lo ha impactado?
-Ninguno en particular. Ya llevo tantos años en el fuero penal que es poco lo que me impacta o me llama la atención. Son los casos comunes que suelen verse en los Tribunales.

-¿Cómo es un día laboral suyo?
-Empieza ocho y cuarto, ocho y media de la mañana, momento en el que llego a mi despacho. Hora de irme no tengo. Todo depende si hay juicio oral ese día, y en esos casos no hay horario. Si no hay juicio, normalmente me voy a la una y media y tipo cuatro y media de la tarde estoy de vuelta hasta las siete, siete y media, que salgo a caminar un rato por el parque y vuelvo.

-¿Cuántos años hace que está en el Poder Judicial?
-Treinta y siete años. Empecé en octubre de 1970 como lo que en esa época se llamaba supernumerario. Algo así como un empleo temporario, que se cubría cuando hay que satisfacer una necesidad del momento. Y después, en 1971, pasé a trabajar en un Juzgado de Instrucción como escribiente provisorio. Al año siguiente rendí concurso y quedé como empleado efectivo. En 1979 tuve que hacer el Servicio Militar y volví 14 meses después. Hice varias suplencias, hasta que a fines de 1981 me nombraron secretario del Juzgado Correccional Número 2. También fui agente fiscal y defensor de pobres y menores, en ambos casos como suplente. En marzo de 1984 asumí como juez de Instrucción. Sergio Montiel me llamó para ofrecerme el cargo en diciembre del año anterior.

-¿Usted tenía algún tipo de vínculo con Montiel?
-Mi padre lo conocía. Tengo un recuerdo vago de infancia: cuando Montiel se recibió comenzó a trabajar en el estudio de mi padre como practicante.

-¿Qué recuerda de esos primeros días como juez?
-Era difícil porque se exigía o se imponía un cambio de mentalidad en la Policía, ya que veníamos del Proceso. Y teníamos que conocernos. Yo al trabajo lo dominaba porque venía de ser empleado en un Juzgado de Instrucción, pero distinto era el contacto personal, directo y permanente con los miembros de la fuerza, que a su vez tuvieron que conocerme ya en mi función de juez. Pero no fue traumático. Las cosas estuvieron claras desde el principio: el juez era yo y el que tomaba las decisiones y daba las órdenes era yo.

-¿Qué particularidades tenía, a su juicio, esa Policía?
-La sociedad en sí le imprimía cierta aprensión en función de la época que había transcurrido. Entonces, a veces era difícil lograr que los vieran y que actuaran como una Policía democrática. Pero al menos en mi experiencia, se adaptaron rápido y fácil. No había procedimientos ni allanamientos ilegales y todo se hacía consultando y con la respectiva orden.

-Pero costaba.
-No sé si les costaba, pero lo hacían. Y nunca recibí quejas ni tuve mala relación, más allá de algún caso puntual.

-Usted tuvo cierto rol en el caso Calero...
-Tuve una participación, pero no en el hecho en sí: estaba a cargo del Juzgado del doctor Héctor Vilarrodona cuando lo detuvieron a Carlos Balla después de su fuga. Le tomé indagatoria y lo procesé.

-¿Le dio miedo procesar a determinados personajes?
-No, nunca tuve miedo. Si hubiera tenido miedo, renunciaba. Eso no quita de que yo tomara a veces mis precauciones.

-¿Por ejemplo?
-Y, alguna vez que fui amenazado y decidí tener custodia. Fue en relación a un asalto que se produjo en perjuicio de un “arbolito”, alrededor de 1989 o 1990. Me llamaron por teléfono y hubo movimientos extraños cerca de mi casa. Eso provocó que tuviera custodia personal y en mi casa durante bastante tiempo.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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