Las tarifas de la política

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904
Clientelismo y progresismo

Antonio Tardelli

Apenas si se avanzó algo en la limitación de la discrecionalidad estatal con la instauración de la erróneamente llamada Asignación Universal por Hijo. Es bien poco frente a la cantidad de partidas presupuestarias que escapan de las afectaciones específicas y quedan a disposición del burócrata de turno. Las políticas sociales son uno de los rubros a considerar, por las ligazones que intentan consolidar, pero en general las formas del clientelismo se esparcen por toda la actividad política, lo que, en virtud de la gravitación estatal, es lo mismo que decir que se difunden por toda la sociedad. La sociedad son las personas: los contratistas de la obra pública, los menesterosos que claman por ayuda, los empresarios que precisan tal o cual regulación estatal, los profesionales que gestionan contratos, los periodistas que solicitan publicidad oficial, los consultores que ofrecen estudios, los deportistas que peregrinan por subsidios, las organizaciones sociales que requieren asistencia financiera. En este esquema perverso, siempre funcional al mantenimiento de relaciones sociales de dependencia, no siempre se distingue claramente qué cosa inspira el funcionario benefactor, si el interés colectivo o el intento de comprar una voluntad.

El sistema no ha sido desmontado ni mucho menos. Con variantes, con sus diferentes escrúpulos y con su disímil preocupación por lo institucional, Alfonsín, Menem, De la Rúa, sus fugaces sucesores y los Kirchner lo han conservado y han usufructuado sus beneficios. Lo mismo ha ocurrido en la esfera provincial. La confianza en que los recursos públicos serán argumento suficiente para construir poder diluye las diferencias partidarias y esfuma las ideológicas. Particular responsabilidad le cabe a quienes se dicen progresistas. Poco han hecho en la materia cuando les tocó administrar. A ellos se les debe exigir en mayor medida la abolición del clientelismo en tanto postulan, desde el verbo, una democratización de las relaciones sociales. Les sucede a los progresistas, cuando alcanzan alguna porción de poder estatal, que se enamoran de las mismas cosas que los moderados.

Por lo demás, y queda en evidencia en las últimas horas, el ejercicio del poder desata reacciones que no se compadecen con la procedencia ideológica. Se verifica así un fenómeno extraño, porque todo se confunde y la teoría se da de bruces con la realidad. Desde el poder, administrando demandas, contestando ataques, los progresistas pueden convertirse en perfectos conservadores o apelar a las herramientas predilectas de la derecha. Y les ocurre también a los progresistas que, hostigando a los adversarios que también tienen la responsabilidad de administrar, como el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, terminan dejando en manos sorprendentes algunas banderas que son propias de quienes presumen de ser de avanzada.

Fiel a su origen, al reaccionar frente a la toma de colegios, Mauricio Macri elige efectivamente una contestación de tono más policial que político. Exige listados y descalifica la protesta atribuyéndola a una orquestación opositora, cosa tan evidente que hasta él mismo es capaz de advertirlo. Pero añade, y le asiste la razón, que es necesario cumplir a rajatabla con los 180 días de clase que establece la legislación vigente. Es otra muestra de pobreza política que el mismísimo cumplimiento de la ley sea proclama, motivo de pregunta de un periodista o respuesta de un funcionario. Pero, como fuere, los 180 días de clase son, además de la regla, la materialización de la obligación estatal de educar. No hay reclamo salarial, huelga docente, déficit de infraestructura, reclamo de padres, catástrofe natural, en definitiva nada, que justifique un día menos de clases. Los 180 días son más que el respeto por la norma. Representan algo tan sencillo y fundamental como la justificación de la existencia misma del Estado. Es reaccionaria cualquier cosa que impida el dictado de todos los días de clase previstos en el calendario escolar, aunque el impedimento se vista de demanda progresista, izquierdista o revolucionaria.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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