Antonio Tardelli
Para habilitar su propio proyecto de endeudamiento, alternativa que requiere la derogación de normas que el kirchnerismo considera la quintaesencia de la soberanía nacional, las llamadas leyes Cerrojo y de Pago Soberano, el gobierno de Mauricio Macri agita fantasmas que, según avisa, aterrizarán envueltos en sábanas de miedo en caso de que el Parlamento no acompañe al Poder Ejecutivo.
Se trata de un ejercicio recurrente en la democracia argentina. Raúl Alfonsín zarandeó el fantasma de la dictadura que lo precedió y del golpe que lo acechaba. Carlos Menem, el de la hiperinflación de Alfonsín. Fernando de la Rúa, el del déficit de Menem. Eduardo Duhalde, el de la inoperancia de De la Rúa.
Los Kirchner, luego, multiplicaron el recurso de manera exponencial. Su estrategia de forjar identidad desde el antagonismo constante convocó múltiples fantasmas: los noventa, la anarquía, el 2001, Duhalde (que mutó de padrino generoso a padrino mafioso), el corralito y el neoliberalismo, omitiendo casi siempre su propia participación en los terrores después evocados para, por contraste, legitimar decisiones.
Fueron los Kirchner, de hecho, los mayores cazafantasmas de un país en el que, en efecto, todo gobernante construyó su espectro dilecto, una carta que se juega cuando es preciso advertirle al pueblo que Guatemala será siempre preferible a Guatepeor. Macri no logró escapar de la tentación.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS del jueves 17 de marzo de 2016)