Una madre alerta sobre las dificultades que tuvo la Justicia para acompañarla en el proceso por el abuso sexual de su pequeña hija. Denunció al progenitor, a quien en primera instancia le dieron 3 años de prisión condicional en suspenso. Después fue a Casación, donde le rechazaron el recurso y tergiversaron el relato de la niña en la sentencia. La mamá pide que rectifiquen el documento, pero hasta ahora no consiguió que la escuchen.

Natalia Buiatti

Septiembre de 2013. Ema tiene 5 años. En su cuerpo pequeño guarda un secreto que la entristece profundamente. De vez en cuando ese malestar la descompone, le provoca dolores de panza, la hace vomitar y hasta le impide contener el pis. Inconvenientes de esa índole se vienen suscitando desde principio de año. Por eso su mamá la llevó a la pediatra que recomendó una terapia psicológica. En ese espacio juega mucho y conversa con “Frutillita” -como le gusta decirle a su psicóloga-, hasta que se cansa. Tal vez no le molestaría tanto seguir con los juguetes en la sesión. Pero poner en palabras lo que va ocurriendo es otra cosa, es algo que la frena en seco. Le recuerda a los juegos en la casa de sus abuelos paternos, cuando va a visitar a su papá. Allí se transforma en caperucita y el lobo la corre. Primero en la planta baja, en el comedor. Después en el piso de arriba, en el dormitorio. Pero no puede contarle detalles a “Frutillita”. Entonces la psicóloga cita al papá para conocerlo y ver por qué su figura aparece extraña en la terapia. El papá no concurre. La cita queda colgada.  

Lo que Ema calla delante de “Frutillita” duele mucho. Tampoco sabe bien cómo decirlo, no encuentra las palabras, no tiene los recursos simbólicos para narrarlo. Entonces lo convierte en silencio, aunque eso no se vaya. Ahora es un secreto que se proyecta como un monstruo que la acecha. Cuando su conciencia cede y cae rendida al sueño, aparece en forma de pesadillas. Entonces tiene miedo. Sueña que un monstruo la corre, que delante de todos lleva la máscara de la simpatía, la dulzura y la protección. Pero cuando quedan solos y nadie los ve, hace cosas que no debe. Ella no entiende bien. Sólo intuye que todo eso está mal porque, además, si cuenta algo su mamá estará en peligro.

La nena no quiere ver más al padre. No la entusiasma visitarlo en la casa de sus abuelos paternos. Ya no le gusta como antes quedarse ahí. Se resiste y su mamá le habilita el reclamo. Él insiste en verla, sus abuelos paternos también. Hay un acuerdo en el Juzgado de Familia que posibilita los encuentros entre ellos. Pero Ema llora, patalea, se niega. Cuando sus abuelos van a buscarla, sale corriendo y se esconde en algún rincón. La angustia continúa hasta los primeros días de 2014, cuando ella se planta y decide no verlo más. Desde entonces está bastante tranquila. Disfruta de las vacaciones junto a su mamá.

Febrero de 2014. La madre recibe un llamado del abogado paterno que actuaba en el Juzgado de Familia. El hombre dice que la nena tiene que ir con el padre, que ella no puede cortar el lazo así. La mujer contesta que Ema no quiere verlo, que en todo caso se haga un encuentro con la psicóloga, tal como se había pedido y no se concretó. Hacía más de un mes que las visitas acordadas habían cesado. El abogado accede. Acuerdan primero una sesión de la psicóloga sola con el padre. Después la psicóloga pide un encuentro con los dos.

(Más información en la edición gráfica número 1121 de la revista ANALISIS del jueves 10 de junio de 2021)