¿De qué se quejan los docentes?

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675
El penoso estado de la escuela Número 93 Santiago del Estero

Martín Barral
(de El Miércoles de Concepción del Uruguay, especial para ANALISIS)

Si para muestra basta un botón, la situación de la Escuela Bezi permite entrever a qué se refieren los docentes cuando argumentan que su lucha no es sólo salarial. Desde 2002, la comunidad educativa de la Escuela Número 93 Santiago del Estero denuncia mediante detalladas reseñas, su deplorable situación edilicia. En 2003 los defensores de Pobres y Menores intimaron al Consejo General de Educación a resolver la situación. Doce informes fueron elevados sin respuesta concreta alguna. En ellos se señalaban los riesgos que persisten al tener actividades en ese estado.

Pese a que mucha gente es la que cree que la lucha que llevan adelante los gremios de los educadores en la provincia se debe a una reivindicación salarial, esto no es así, ya que estos sindicatos también están peleando por la mejora de los ámbitos de su trabajo, donde -en realidad- los principales beneficiados serían los alumnos. La Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (AGMER) ha llegado a presentar la condición de los establecimientos del departamento Uruguay ante la Dirección Provincial de Trabajo y, en 2003, ante los defensores de Pobres y Menores de Concepción del Uruguay, quienes se expidieron intimando al Consejo General de Educación (CGE) a resolver la situación (en aquel momento estaba al frente del CGE Carlos Gatto, durante la gestión Montiel).

Desde 2002, la comunidad educativa de Nivel Inicial, EGB 1 y EGB 2 de la Escuela Número 93 Santiago del Estero -la popular Bezi-, viene denunciando ante la Dirección Departamental de Escuelas, mediante detalladas reseñas, la situación edilicia del establecimiento. Doce informes fueron elevados a la repartición madre del departamento, de los que, en la práctica, no han recibido respuesta a ninguno de ellos.

En la “Bezi” funcionan dos turnos de Nivel Inicial, EGB 1 y EGB 2, además de un turno matutino de EGB 3 y por las noches la Escuela de Técnicos Viales, por lo que asisten a la institución diariamente unos 1.000 alumnos, desde niños de cuatro años hasta adultos. El 80 por ciento de los estudiantes provienen de hogares de bajos recursos.

La estructura, construida durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, en 1951, ha padecido el paso del tiempo y “la falta de mantenimiento responsable de parte del Estado”, deterioraron peligrosamente el edificio, afectando sobre todo a aquellos para quienes fue pensado: los alumnos, como aseguran desde la casa de estudios.

“Si bien nuestra escuela recibió el beneficio de la reparación de una parte del techo de tejas -en 2004-, esto no impide reconocer los graves riesgos que aún persisten”, dice el último informe de los docentes, y luego sigue con el detalle de las consecuencias de la desidia de las autoridades.

Cuatro baños posee la “Bezi” para 1.000 usuarios, dos para mujeres y otros tantos para varones, en ninguno de ellos hay luz eléctrica. De los primeros, sólo se puede utilizar el de planta baja, en el que son tres inodoros los que funcionan, “eso sí, la pileta solamente tiene una canilla”, el de la planta alta no tiene. De los destinados a los varones, el que puede usarse es el ubicado en la planta baja, que cuenta “con taza turca, pero sin puerta y sin mingitorios”. Los más chicos carecen de baño propio, “usan lo que hay”, aseguran en la escuela y a resultado de esto, con un dejo de cinismo, comentan: “¡Y nos solicitaron cuidados extremos por el riesgo de hepatitis!”.

Sobre todo en la parte superior del establecimiento, son pocas las ventanas con cristales. “La madera se pudrió y no resisten el peso de los vidrios, se caen hacia abajo”, cuentan. Lo mismo penan aulas y pasillos. La falta o rotura de cerramientos provoca corrientes de aire, que en épocas de frío, repercute en la salud de las personas, sobre todo de los niños, “¿será por lo de ventilar gérmenes?”, siguen ironizando, y explican que en las aulas han tratado de solucionar el problema colocando nylon, “que no resiste los fuertes vientos ni frena demasiado la entrada de aire”.

Las puertas son otro problema: “De las tres de ingreso sólo podemos abrir -a duras penas- una de las hojas del medio, debiendo ser clausuradas las restantes”, manifiestan. Las interiores no están mucho mejor: no tienen vidrios y no hay posibilidad de colocarlos, ni tampoco trabas para impedir el saqueo de los pocos elementos de la escuela por parte de extraños, “la del jardín está conformada por maderas mal dispuestas que tratan de paliar la emergencia. Lo mismo ocurre con la de atrás”, narran. Como secuela de esta precariedad han sufrido varios robos.

Tampoco la estructura edilicia se salva de los abatares del tiempo y la desatención estatal. Las rajaduras son innumerables, pero la más preocupante es la que presenta la base del edificio: “Desconocemos cómo se encuentran los cimientos”, expresan con preocupación. Las filtraciones son de tal magnitud que llegan a formar charcos en los pisos, por lo que se cortó el agua de uno de los baños de arriba, porque “llueve en las galerías”.

La instalación eléctrica es otro punto delicado. Cables expuestos por doquier y la mencionada humedad pueden provocar una tragedia. También la escasa iluminación en las aulas, en que la educación depende en gran medida de la vista, es un inconveniente, que se torna más grave porque la “Bezi” es una escuela integradora, por lo que también hay alumnos con deficiencias visuales. Los pasillos están a oscuras.

El espacio físico tampoco es el adecuado. La institución fue pensada, hace 54 años, para una cantidad muy inferior de alumnos y en otro contexto económico. La “oficina” donde conviven la directora, la vice y la secretaria tiene nueve metros cuadrados, que se achican cuando se suma mobiliario, documentación y útiles para cumplir las respectivas funciones. Los porteros debieron conformarse con un lugar que antes era un armario -lo que da una idea del tamaño que tiene-. La sala de maestros es, a su vez, el depósito donde se guarda desde la lavandina hasta la cortadora de césped.

El “comedor escolar” es otra cuestión. Como no hay una dependencia específica para éste, los niños comen por turnos dentro de la cocina. Los riesgos son evidentes: gas, fuego, ollas calientes, compartiendo el mismo recinto con pequeños que, a esa edad, no son realmente conscientes del peligro que representan estas cosas. Además, y como frutilla del postre, como el espacio no es suficiente, deben comer rápidamente para dejarles lugar a los que quedan esperando uno de los pocos alimentos que recibirán en el día.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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