Los que no votan, pero duelen

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El caso del niño de Santa Elena, con desnutrición crónica grado II, peor que la chica de Tucumán, que el gobierno intentó ocultar

Sandra Miguez

Sumidos en la más absoluta pobreza una familia de Santa Elena es hoy el centro de atención debido al grave estado de salud de sus integrantes, entre ellos dos pequeños de un mes y medio y otro de cuatro años, con desnutrición crónica grado II y sarna. Su caso es peor al detectado en 2002 en una chica de Tucumán durante el gobierno de Eduardo Duhalde. El pequeño de cuatro años, que al ser encontrado prácticamente no caminaba y sufría de hipotonía por el poco uso de sus miembros, tampoco habla y su desarrollo psicomotor se encuentra seriamente comprometido. El caso fue detectado en varias oportunidades, sin embargo recién el 5 de agosto pasado se internó a los pequeños en el Hospital Maternal de Santa Elena, para darles atención médica urgente pero aún resta encontrar una solución para esta familia integrada por 13 personas, entre ellos varios menores. Las autoridades provinciales recién esta semana se ocuparon en profundidad del tema, después que se enteraron de una investigación periodística de ANALISIS en la ciudad.

No hace falta decir el nombre, aunque hace a la identidad. Pero además de un nombre, una persona se reconoce también por su entorno, sus afectos, sus condiciones de vida socioculturales, y el vínculo humano en el cual esa identidad personal se construye.

J. tiene cuatro años, apenas 10 kilogramos y 85 centímetros de estatura -cuando un pequeño de esa edad tiene que medir aproximadamente un metro y pesar entre 14 y 16 kilos- una desnutrición grado II y sarna. Está internado porque una médica y una terapista ocupacional detectaron por enésima vez el caso que ya todos conocían por que desde que J. nació tenía un diagnóstico severo por desnutrición.

J. no se expresa con palabras a pesar que su grupo familiar está formado por 13 personas, sólo emite sonidos guturales como los de los animales que viven junto a él.

El lugar que habita queda a escasos metros de un cartel que da la bienvenida a Santa Elena, como pilar de iniciación a la ciudad.

Llegar hasta allí, es simple. Tomando por uno de los ingresos a Santa Elena, sólo basta detenerse junto al asfalto, justo donde está la central de gas, para que una simple tranquera separe el rancho metido en un pequeño monte, a escasos 100 metros.

Los primeros en salir son 10 perros -casi tantos como personas viven ahí- que dan el aviso de que alguien ha llegado. El jefe de familia y abuelo del nene, acude a nuestro encuentro, y detrás otros chiquitos y su mujer. Por estos días han sido noticia en el lugar y ya no se extrañan de ser entrevistados esta vez por periodistas.

La familia tiene ocho hijos; la mayor es Soledad de 21 años, con una discapacidad producto de la desnutrición crónica, que no sabe ni leer ni escribir.

Sole -que ahora está en pareja- es la mamá de dos varoncitos, un bebé de un mes y medio, y del pequeño que conmovió a la médica y a la terapista ocupacional que tomaron cartas en el asunto. Las dos veces Sole tuvo bebés prematuros, de bajo peso, y en ambas oportunidades el parto fue en el lugar donde vive. Allí no hay agua corriente, ni luz eléctrica y las condiciones de habitabilidad son paupérrimas.

Un rancho -apenas un rectángulo- con una parte de escasos ladrillos asentados en barro y chapas, y la otra formada por toldos, donde el viento embolsa y remolinea. Adentro no hay ningún lugar libre, restos de mantas y colchones se desparraman por el piso de tierra, por donde pasan algunas gallinas y perros esqueléticos, junto a los otros hijos pequeños que juegan saliendo por un lado y entrando por el otro. También hay bidones, tachos, y un lugar donde hasta la brasa se ha consumido, dejando una olla que lo único que tiene es tizne.

El hambre duele, golpea, quema. Y son muchas las bocas para alimentar con un plan jefes de hogar de 150 pesos. La situación de la familia no es cosa nueva. Han sido nómades, en busca de un mejor lugar, pero a pesar de eso, nunca es suficiente. Desde que nació J. fue derivado a Paraná en reiteradas ocasiones para que fuera atendido por su desnutrición bajo estimulación temprana, pero nunca fue tratado en forma continua y hoy su retraso es evidente.

Esta vez fue el bebito recién nacido el que permitió volver a descubrir el espanto de la miseria y la necesidad. El bebé que también está siendo atendido por desnutrición, está en la cama de al lado donde ahora J. se recupera e intenta conocer un mundo de confort, como el de dormir en una cama, y recibir alimentos variados, mientras aprende a moverse, debido a sufrir de hipotonía por la falta de movilización de sus extremidades ya que según las profesionales que hoy lo atienden “se comporta como un chiquito de un año y medio”.

J. hoy se queda sentado en una silla junto a la cama en la que aprendió a dormir, pero guarda la mirada esquiva, y por la debilidad muscular que aún tiene, un ojito se niega a seguir su punto de atención.

“Tuvimos que recrear un poco el lugar, porque no quería dormir en la cama, sino en el suelo”, señala la terapista Miriam Walter, que colocó plantas cerca del nene para que se sintiera más cerca de las cosas conocidas.

“Cuando lo encontramos, él estaba jugando y su hábitat natural son las plantas, los animales; él imita los sonidos de los animales mejor que cualquiera, todos los animales que están a su alrededor. Por eso cuando llegó acá se lo higienizó y se hizo todo lo que estaba a nuestro alcance y ahora lo que intentamos es hacer una rehabilitación, una socialización que genere hábitos de higiene, pero teniendo en cuenta su hábitat” explica Walter, y cuenta que el primer día que llegó al hospital, lo llevaron al jardín para que estuviera en contacto con las plantas.

“Desde un tiempo a esta parte hemos logrado que no se mueva tanto, le hemos curado un hematoma en la mano que era porque se mordía, que está en relación con la discapacidad o retraso que pueda llegar a tener y el daño neurológico producto de la desnutrición, y le enseñamos a estar vestido, porque su abuela nos comentó que andaba siempre desnudo porque no le gustaba vestirse”, comentan las profesionales.

Como una verdad de Perogrullo las médicas advierten “el problema es que faltan políticas sanitarias adecuadas; por ejemplo yo que soy terapista ocupacional, capto el problema, lo derivo al profesional que creo debe asistir al chiquito, nos organizamos y desde las distintas profesiones hacemos el abordaje. Eso es lo que falta porque este caso ya había sido detectado, había gente que sabía, lo que por ahí faltaba era una coordinación”, explica Walter que intenta justificar el hecho de que haya pasado tanto tiempo de inacción. Sin embargo, fue la terapista ocupacional la que previó la situación en la que podría estar J. Si Soledad -que ya tiene una discapacidad importante debido a su desnutrición crónica- no estaba pudiendo alimentar bien a su bebé recién nacido, era muy probable que J. se encontrara desnutrido también. Por eso fue que insistieron en la necesidad de verlo, para evaluar la situación del chiquito, que ya tenía antecedentes de vulnerabilidad en su salud.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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