El próximo presidente

Vista de la Casa Rosada durante la cuarentena en plena pandemia.

Vista de la Casa Rosada durante la cuarentena en plena pandemia.

Por Nancy Pazos (*)

 

“Hace 30 años que soy periodista política. Quiero una foto de este momento porque estoy segura de que estoy frente al próximo presidente…”. El elogio se escuchó el viernes en uno de los principales despachos del actual poder político. No había uno sino dos destinatarios de esas palabras. El anfitrión, y su vecino de edificio, con quien eligió dar por primera vez un off compartido. Interesante verlos interactuar en un hoy que se muestra ideal y un futuro que muy probablemente los terminará enfrentando. Quizás por ideología, pero sobre todo por poder.

Mientras tanto ambos sonrieron ante la loa, cada uno con su estilo, y cruzaron una mirada cómplice. Los dos dedicaron su vida a la política, los dos entienden el poder como pocos, los dos anhelan llegar al máximo escalafón en sus carreras. Pero saben que hoy no hay plafón para la competencia. Hoy es el momento de unificar fuerzas, limar asperezas y coincidir en criterios. Por ahora son la pareja de póker perfecta. Como si apostaran juntos de toda la vida. A pesar de tener solo diez meses en el mismo barco. A pesar que el despacho de uno es lúgubre, despojado y desordenado. Y el del otro es un virtual set de televisión.

Ahora imagine los nombres…

La pandemia no sólo cambió las costumbres de los ciudadanos de a pie. También reacomodó -hasta geográficamente- el poder.

Hoy la coalición oficialista tiene tres sedes: Olivos, el Congreso y la Casa de Gobierno. Y una dinámica mucho más compleja que la supuesta dicotomía entre el albertismo y el cristinismo. No porque no existan diferencias. Sino porque esos matices no llegan a mayores y se saldan habitualmente en la máxima intimidad.

A tal punto que últimamente quienes los quieren bien, tanto a Alberto Fernández como a Cristina Kirchner, los apodaron “Los Pimpinela”. Al grito de “me engañaste, me mentiste”, sus reclamos mutuos parecen ser más amorosos que de rumbo o de fondo. Así que en la mesa del poder real nadie intenta mediar entre ellos. La fórmula implícita es dejar pasar los berrinches o desilusiones mutuas para que todo termine acomodándose solo, como en aquellos matrimonios de toda la vida.

En la residencia de Olivos hay un elenco estable. Cuando el Presidente aparece en el edificio de Jefatura (entre la Residencia y la calle Villate) a eso de las diez u once de la mañana, ya están trabajando para acompañarlo hasta el anochecer el secretario general, Julio Vitobello, el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, el vocero Juan Pablo Biondi y, de acuerdo a la firma o el temario del día, la secretaría Legal y Técnica, Vilma Ibarra.

El almuerzo es con ellos. Ahí hay una porción grande del poder real y cotidiano. Cada uno con su historial personal, comparten un mismo talón de Aquiles: todos pasaron por el PJ porteño. Lo que los convierte en inexorables peronistas camuflados. Durante toda la vida necesitaron demostrar ser otra cosa para intentar ganar en uno de los distritos más “gorilas” del país. La pasión del Presidente por citar a Raúl Alfonsín más que a Juan Domingo Perón se explica en esa supervivencia camaleónica. A la misma rara avis pertenece otro comensal eventual, no permanente del grupo, Juan Manuel Olmos.

De todas maneras, Alberto Fernández juega siempre de líbero. Puede organizar una entrevista periodística y que su vocero se entere cuando está al aire, como cenar con la vicepresidenta y decidir una estrategia que sus compañeros de almuerzo se anotician por los diarios.

Esa estructura de poder radial es innata a su personalidad. Y le exige estar empapado en todos los temas. Trabajando por elección en ser su propio Jefe de Gabinete, como si no descansara o confiara, en casi nadie. ¿Voluntarismo, soberbia, estilo propio o inseguridad?

En la Casa Rosada, el otro ámbito del poder, hay dos sectores bien diferenciados. Uno que integran el ministro del Interior, Wado de Pedro, un articulador político de altísimo nivel, que tiene la confianza de todos los sectores de la coalición y poca visibilidad pública por una dicción diferente que le coarta, por ahora, una veta más mediática (guiño para los cinéfilos, ya llegará el discurso del rey). Y el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, el discípulo álter ego de Alberto Fernández, a quien no todos le tienen la paciencia necesaria para esperar su crecimiento. Y que últimamente intenta horas de vuelo en público para fortalecerse ante las balas amigas.

El resto del elenco ministerial (salvo Martín Guzmán por la deuda y los ministros de la pandemia Ginés González García, Daniel Arroyo, Mario Meoni, Gabriel Katopodis y Agustín Rossi) parecen estar en un cumpleaños eterno, porque a decir de los que más transpiran la camiseta, “viven como invitados”.

La tercera pata del poder real está en el Congreso. Y ahí la articulación tiene un nivel de sutileza único. Primero porque conviven dos de los líderes del espacio político oficialista que en su momento más enfrentados estuvieron: Cristina Kirchner y Sergio Massa. Y segundo porque el jefe de La Cámpora, Máximo Kirchner, se devela cada día más como una verdadera caja de sorpresas.

El heredero está en pleno proceso de dejar de ser hijo para ser. Y si bien admira a su madre y la banca a morir, Máximo no es Cristina. Tampoco es Néstor. Estudioso como la madre y hábil como el Padre, ya ha demostrado independencia en la mesa del poder. Lo que le valió, una vez, que no le atendieran el teléfono durante largos 15 días…

Además, porque enhebra alianzas transversales con inteligencia. Esta semana consiguió convertir en ley un proyecto de su autoría, para una campaña nacional de donación de plasma de pacientes recuperados de Covid-19 y sorprendió al Jefe del Bloque del PRO, Cristian Ritondo, con su invitación a que presentaran juntos el proyecto. Una generosidad intelectual que no parece tener raíces genéticas. Y que tiene mucho de pragmatismo: se sancionó en tiempo récord. En solo tres días.

Ahí hay también un dato generacional. Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof, Massa, Diego Santilli, Ritondo, Máximo y siguen las firmas, comparten un ida y vuelta permanente que deja atrás de un plumazo la grieta que no pudieron superar sus predecesores. Sin dejar de tener sus respectivas identidades e ideologías, pueden empatizar cuando lo necesitan y dejar de lado los prejuicios. Todo un dato alentador para lo que viene.

Está claro que el Gobierno acaba de atravesar las dos peores semanas desde que asumió el poder, Vicentin y recrudecimiento de la pandemia mediante. La autocrítica de los distintos sectores está a la orden del día. Y los reclamos cruzados también. Pero ese ruido hacia afuera no parece hacer mella en lo más alto del poder.

Mientras Hebe de Bonafini le exige a Massa juntar los votos en el Congreso para Vicentin, el Presidente de la Cámara de Diputados asegura desde mucho antes a propios y extraños que los votos ya los tiene. Y de hecho esta semana hará su reaparición mediática después de un mes de silencio.

Pero en el horizonte del Congreso lo que asoma con más fuerza es la reforma impositiva, primer proyecto fuerte post pandemia. Ahí está concentrado hoy todo el esfuerzo de quienes piensan el día después. Un proyecto que, según anticipan, arrasará con el 90 por ciento de los impuestos y facilitará las declaraciones juradas y la recaudación.

Hay quienes quieren intentan colar también en medio de este caos económico una reforma laboral. Pero el intento no pasa ni siquiera el escritorio de Massa. Hay quienes le llevaron un proyecto para transformar las indemnizaciones en de un fondo de desempleo común (estilo al que tiene la UOCRA) y con reminiscencias al estilo noruega. La idea parece buena teniendo en cuenta lo que significan los despidos en el pasivo contingente de las empresas. Pero el looby empresarial propone invertir un 4% mensual de los sueldos en ese fondo y el líder del Frente Renovador dice que si no se aporta un mínimo de 7 puntos la idea es inviable.

El primer respiro que parece empezar a tener el Gobierno después de los yerros políticos y comunicacionales fue la certeza de que el acuerdo con el acreedor más duro, Black Rock, empezaba a cerrarse. Y mientras creen que la economía quedará devastada post pandemia y cuarentena (los últimos cálculos del Fondo Monetario son demasiado optimistas, según cree la Casa Rosada), el poder político descuenta un rol fundamental del Estado en la recuperación.

Y en eso no hay divisorias entre el ala derecha de la alianza que podría representar Massa, con el ala más progresista o de izquierda que representan Cristina y/o Máximo Kirchner.

Como siempre, en el gran avión del peronismo el piloto -en este caso Alberto Fernández- capea las tormentas con las dos alas. Después de cuatro años en el llano, y por lógica supervivencia, nadie está dispuesto a bajarse del avión antes de que el piloto aterrice.

 

(*) Esta columna de Opinión de Nancy Pazos se publicó originalmente en el portal de Infobae.

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