Por J.C.E. (*)
La noticia: “El juez federal de Gualeguaychú, Hernán Viri, ordenó este viernes el secuestro de los autos que esquivaron el corte en uno de los accesos de la ciudad”.
Bien señor fiscal, Pedro Rebollo, por haber actuado de oficio y bien señor juez por la decisión tomada, de producir allanamientos y secuestrar los vehículos que quedaron registrados en un video tomado por El Día on line. Los titulares de los automóviles serán imputados por violar el decreto de aislamiento preventivo y obligatorio.
Hay muchas maneras de demostrar lo vivos, creativos y transgresores que se puede ser, pero ésta, en un momento como el que se vive en términos sanitarios, no sólo es un despropósito sino que roza la estupidez.
Tratemos de ser coherentes, o nos ponemos todos en línea para hacerle frente al Covid-19 siguiendo las directivas de las autoridades, o por nuestra misma negligencia estaremos abriéndole caminos al virus que viene por nosotros y ya, lamentablemente, se ha llevado puestos a varios habitantes del país y el mundo.
No puede ni debe gente grande, policías, fiscales, jueces andar persiguiendo como a chiquilines traviesos a los que se divierten haciendo todo lo contrario a lo que se pide para acercar un poco de seguridad y tranquilidad a la población.
Con todo el respeto que le profeso a la Justicia y a las normas por las que se rige, creo que debe haber una manera de definir penas ejemplificadoras para los que se sienten los superados del pueblo; tal vez sea el modo de hacer tomar conciencia a sus admiradores y eventuales seguidores, de “lo bueno, lo malo y lo feo”.
A los trangresores les va la vida en estas demostraciones de habilidades dignas de mejores causas, pero son grandes y deberían pensar que por detrás de ellos hay familias, amigos y vecinos que no tienen por qué correr el riesgo de pagar con sus vidas la indolencia miserable de estos personajes que parecen disfrutar poniéndose en las antípodas de todos los recaudos para preservarlos, en este caso del coronavirus.
Pero también les va la vida a los servidores públicos que están para hacer cumplir las leyes y no para jugar a policías y ladrones como en la, a veces, no tan lejana infancia.
Es indignante pensar que los policías y las familias y amistades de los policías puestos a cuidar de la seguridad de la gente, terminen infectados porque el jefe de la familia no hace más que cumplir con el deber que su profesión le impone y su vocación lo define.
Cualquier persona con sentido común diría que este texto es innecesario, el que escribe también quisiera decirlo, pero hay una realidad evidente y cotidiana que sobrepasa las aspiraciones de muchos.
(*) Especial para ANALISIS