Por Luis María Serroels (*)
El recordado periodista Adrián Trucco, fallecido tempranamente a los 44 años en marzo de 2005, refiriéndose al espionaje –que siempre existió y existirá- solía decir que “algunos espías son tan brutos que mueven la ligustrina”. No es lo mismo el análisis y la elaboración profesional puntillosa e inteligente que nutre los archivos y brinda cuadros de situación en las agencias incluyendo los más diversos temas, que aquel alcahuete barato y servicial todo terreno que hasta es capaz de vender a su hermano.
El espionaje es algo muy complejo. Existe una ciencia del espionaje pero también una usina de voces de mandaderos que por monedas les sirven a políticos víctimas de la manía persecutoria instalada en los despachos.
Existen archivos sistematizados que en segundos proveen de datos, pero también falsos émulos de James Bond, surgido de la enorme capacidad del escritor británico Ian Fleming cuyas 12 novelas desembarcaron en la cinematografía.
Esta semana y como producto de un recalentado propósito de desviar la atención ciudadana, algunos estamentos decidieron actuar y reclamaron airadamente órdenes de detención para presuntos informantes del periodo macrista que, aun siendo identificados, lejos están de ser una excepción en la sucesión de turnos presidenciales.
Todos los periodistas –quienes más, quienes menos- hemos sido espiados y amenazados. Los “orejas” siempre algo tienen que decir porque resulta frustrante no tener nada que decir. Entonces, inventan hasta enredarse en la telaraña de la confusión.
Muchos espías se dedicaron al seguimiento de lo que hacían los Kirchner con los dineros del Estado, aun sabiendo que los jueces “no harían nada contra lo que hacían los Kirchner”. Un vergonzoso fallo absolutorio sin más trámite del juez Norberto Oyarbide, quien terminó admitiendo haber recibido amenazas, es revelador de la crisis judicial.
Esta semana se han dado declaraciones desde la cúspide del poder que, sin disimulo, enviaron mensajes amenazantes al periodismo no oficialista, como antesala de una política de disciplinamiento feroz, ignorando que no hay nada más útil y necesario para un gobierno que se precie de democrático que la crítica oportuna y el comentario veraz que, aunque duro, es necesario. A la mentira se la destruye con la verdad. A la verdad no hay manera de destruirla una vez que ganó la calle.
El poder gobernante siempre y en algún momento de la gestión, se enfrenta con tentaciones peligrosas aunque políticamente productivas. El kirchnerismo nunca fue un buen defensor y garante de la libertad de expresión (el archi oficialista programa televisivo 6-7-8 fue la más desvergonzada muestra del antiperiodismo, que traducía las necesidades de la Casa Rosada y atacaba a los medios que revelaban situaciones graves y descalificadoras).
No es menos cierto que parte de la prensa argentina se sintió inclinada a comer de la mano de los que ven en la crítica un atentado contra el orden institucional.
Hay quienes se sorprenden hoy frente al Plan K de silenciamiento cuando estas prácticas forman parte de la liturgia del cristinismo duro que ahora orquesta un plan para negar la existencia de los Cuadernos de Oscar Centeno. ¿Alguien puede suponer que haya empresarios que se autoinculpen con riesgo de cárcel y expropiaciones mientras los favorecidos monetariamente se salvan?
Esta semana asomaron con nitidez las verdaderas intenciones de un “fernandismo” que no acierta el rumbo. Los periodistas son concebidos desde la Casa Rosada como enemigos, salvo los que acepten convertirse en casi escalafonados apéndices servidores de ocasión.
Ello supone regular el sometimiento pero, qué ironía, medios denostados hoy son los mismos que un día les abrieron cámaras y micrófonos a Alberto Fernández y Sergio Massa para vilipendiar a Cristina sin el menor recato.
El espionaje ilegal que regala carne en mal olor desde una ética falsa y desdibujada, pareciera más grave que las maniobras de corrupción desde la cima del poder que reinó entre 2003 y 2015 sin límites ni frenos morales.
La detención de 22 personas por presunto espionaje ilegal, dictada por el Juez Federico Villena, abre el camino a sorprendentes revelaciones no exentas de escándalo que tendrían sus raíces más oscuras en la cúspide del poder desde hace mucho tiempo. Hay quienes se sorprenden frente al Plan K de domesticación, cuando estas prácticas siempre han formado parte del breviario del ahora status quo oficialista. Poco a poco van asomando con nitidez las verdaderas intenciones de un establishment que parece haber extraviado su brújula.
Escandalizarse sobre los improvisados “James Bond”, parece más terrible que los grados de corrupción que sobrevolaron la calle Balcarce 50 de la Capital Federal durante 12 años. Todos los turnos políticos se han valido de los espías rentados, por lo que azorarse hoy frente a este fenómeno –que lejos está de emular a la KGB soviética, el MI6 inglés o la CIA norteamericana, sería como comparar la boca de una iguana con la de un cocodrilo.
Hay “periodistas” aceitados para arremeter contra colegas por el hecho de no compartir sus opiniones o molestar al poder. Olvidan un viejo adagio que reza: “Perro no come perro”.
(*) Especial para ANALISIS